El episodio del colapso de la apertura de los bancos para que los jubilados y pensionados pudieran cobrar por ventanilla y en efectivo su asignación es un indicador de muchas cosas: el grado de informalidad de gran parte de la economía argentina y su bajo grado de bancarización, la desconfianza de parte de la sociedad en el sistema bancario, la dificultad para personas mayores a adaptarse a una economía digital.
En este caso vamos a mirar la situación desde quienes tomaron la decisión de abrir los bancos sin haber considerado que la demanda superaría ampliamente la previsión por parte del gobierno, el Banco Central, los bancos y el sindicato.
El descalabro generado es el primer traspié serio que sufre Alberto Fernández luego del estallido de la pandemia del COVID-19. Y el día después de su cumpleaños. Lindo regalo.
A la memoria resuena una frase por demás polémica que dijo María Elena Walsh durante el gobierno de la Alianza en una entrevista a la revista Tres Puntos: "La ineficiencia es mucho más peligrosa que la corrupción". La afirmación era una comparación entre el perfil de Fernando de la Rúa y Carlos Menem. A la distancia resultó clarividente.
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El problema para Alberto Fernández es como remediar este incidente que golpea bajo la línea de flotación con su objetivo de optar por la salud de la población antes que por la economía. Ahora pasó a estar en rojo en ambos campos. ¿Quiénes fueron los responsables? ¿Qué hacer con ellos?
Volvemos a hacer memoria y recurrimos a una caracterización que hizo de sus oficiales el general del ejército alemán Kurt Von Hammerstein-Equord. Oficial de la vieja escuela prusiana, de perfil conservador, llegó a ser jefe del ejército alemán al momento del nombramiento de Adolfo Hitler. Opositor tenaz al nazismo, Hammerstein era llamado “El General Rojo”, ya que participó en maniobras con el ejército soviético durante la República de Weimar y porque sus hijas simpatizaron con el Partido Comunista Alemán. Dos de sus hijos, Kunrat y Ludwig, también oficiales del ejército, participaron del intento fallido de asesinato de Hitler en la llamada “Operación Valquiria”. Hace unos años Hans Magnus Enzensberger le dedicó una fantástica biografía titulada “Hammerstein o el tesón”.
Pues bien, Hammerstein esbozó una matriz para definir cuatro tipos de oficiales que había en el ejército. Esta matriz luego se aplicó a cualquier tipo de organización en el ámbito público y privado.
Dividió a los oficiales en inteligentes y tontos y en vagos y emprendedores. Así, resultaron cuatro tipos de oficiales: inteligente y vago; inteligente y emprendedor; tonto y vago; y tonto y emprendedor.
Para Hammerstein, el inteligente y vago debía estar al frente de la organización. Tiene los nervios de acero para dedicarse poco al trabajo, decidir las líneas de acción y delegar las funciones para darle mucho espacio a su tiempo libre. No hace falta aclarar que él respondía a este grupo: prefería dedicarle tiempo a la caza en vez de al tedio del ejército.
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Luego estaban los inteligentes y emprendedores. Estos debían conformar el estado mayor del ejército. En las empresas sería el cuerpo gerencial. En la política, la plana superior del partido o los altos funcionarios del Estado.
En tercer lugar, los tontos y vagos. Para Hammerstein estos representaban la enorme mayoría del ejército. Era una masa inerte propensa a obedecer y a pasar el tiempo en los cuarteles. Lo normal. Nada fuera de lo común.
El problema aparecía en el último grupo: los tontos y emprendedores. Para Hammerstein estos representaban los oficiales más peligrosos. Su acción era un riesgo potencial para toda la organización. Eran la fuente de los desastres. Hammerstein recomendaba deshacerse de estos lo más pronto posible.
Alberto Fernández ha sufrido el impacto de los tontos y emprendedores que tiene en su entorno. Y debe encontrar el momento para sacárselos de encima. Lo antes posible. El futuro de su gobierno y de la suerte de los argentinos depende hoy de esta decisión.
(*) Dr. Sociologia (UCA). Docente UCA, UCES, UNTREF.