Pasó justo lo que menos debía pasar: miles y miles de jubilados se amontonaron en los bancos para cobrar sus asignaciones. En un verdadero sinsentido, los “más vulnerables” fueron expuestos al contagio por un enorme disparate político y organizativo.
El panorama fue impactante hasta el desconcierto. En plena cuarentena y mientras la comunidad científica se empezaba a entusiasmar con la efectividad de la medida en la “curva epidemiológica”, miles y miles de jubilados (léase “los más vulnerables”) se amontonaron en todos los bancos del país para cobrar sus asignaciones, junto a beneficiarios de planes sociales.
Las colas se habían empezado a formar desde la madrugada, precisamente por la ansiedad de llegar primeros y evitarlas. Muchos llevaron sillas o reposeras y frazadas, para aguantar las bajas temperaturas que ya empezaron a hacerse sentir. En el Conurbano bonaerense, por ejemplo, se registraron filas de más de cuatro cuadras.
Hubo descompuestos, descompensados, nerviosos y angustiados. En innumerables casos debieron ser auxiliados por personal médico de la zona. Se improvisaron puestos para tomarles la presión y hasta, en La Matanza, se quiso apurar un zafarrancho de vacunación contra la gripe común.
En San Justo, en Avellaneda, en Lanús, en Morón o en Esteban Echeverría y también en la Ciudad de Buenos Aires las imágenes se repitieron sin cesar como una exasperante paradoja. Aquellos a los que se ordenó cuidar más fueron en este “viernes negro” los más expuestos por metro cuadrado al coronavirus.
Hubo despliegue de fuerzas policiales. Hubo forcejeos y discusiones por el lugar. Tres millones de jubilados no tienen o no saben cómo usar las tarjetas de débito. El personal no alcanzaba para atender cajas y enseñar a configurar claves o usar los cajeros automáticos.
La falta de organización fue generalizada, conflictiva y de algún modo incomprensible. Pasó precisamente lo que menos debía pasar. Y hubo “tomala vos, dámela a mí”. Los bancos, los bancarios, el Banco Central, la ANSES y el Gobierno se pasaron la pelota todo el día para desligar culpas. Dicen que Alberto Fernández fue durísimo con el titular del BCRA, Miguel Pesce. La Defensoría de los Jubilados pidió su renuncia inmediata. Hasta el cierre de esta crónica, no había pasado nada más que la elaboración un nuevo cronograma de emergencia para que las entidades atiendan al público sábado y domingo.
Pasar un retén policial haciéndose “el vivo” para evitar la cuarentena es delito federal. Mandar ancianos a la calle todos juntos y sin control es, apenas, un “error de cálculo”. Argentina, abril de 2020.