Necesitamos de un golpe, de una caída, de un síntoma, o peor aún, de una enfermedad o de la muerte de un ser querido para repensarnos, para darnos cuenta de que veníamos viviendo mal, que los años pasan deprisa, que somos vulnerables y que la vida es finita, y que entonces, de una vez por todas, vamos a vivir de otra manera, vamos a vivir mejor. Quién no se ha hecho falsas promesas, replanteos existenciales al borde del abismo, en un velatorio, en un hospital, o ahora, en medio de esta pandemia. Las situaciones límites nos invitan a profundizar en nuestra condición humana. Pero después se retoma el trajín cotidiano y suele llegar el olvido que se devora los replanteos para que la vida siga marchando más o menos del mismo modo.
¿Podremos cambiar, tener una vida más plena en lo personal y en lo social?¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad para hacer de una vez por todas de este mundo un lugar más justo y sano?
La conducta social frente a las epidemias
Desde el inicio de la pandemia se escucha el deseo de volver a la normalidad, a lo que era habitual en el pasado. Como exiliados que desean regresar a su patria, hoy se añora el ayer y se propone reciclarlo en una “nueva normalidad”. Pero me resisto, no me gusta la palabra normalidad, nunca me gustó, menos ahora. La normalidad es un imperativo social. Los que manejan los hilos del poder son los que normalizan para normativizar. Y del otro lado queda lo excluido, lo discapacitado, lo raro, lo distinto, lo desviado, toda la gama de diversidades que no se toleran. Sin embargo deberíamos ir por esa vereda, la delo silenciado, lo opuesto a eso normal que nos condujo hasta este desastre humano y planetario. No hubo peor normalidad que aquella que quedó detrás de la pandemia. Pero de todos modos hoy se sostiene y promociona la ilusión de regresar a esa tierra del ayer, idea tanática que puede conducirnos al final de los tiempos. Fue el formato de ese pasado el que nos dejó como zombis acompañando la caravana de este suicidio colectivo disfrazado de apocalipsis. Somos responsables de lo que (nos) sucede, y hacernos cargo es el principio del cambio. Para luego trasmutar lo autodestructivo y asumir una conciencia más amplia, la de una responsabilidad social que nos conduzca a la construcción de una comunidad más saludable.
La raíz etimológica de crisis es crisol, crisálida, que es como decir metamorfosis, cambio. La oruga, ciertamente fea, se convierte en crisálida, y de esta emerge la mariposa, uno de los insectos más bellos del planeta. Dentro de la crisálida van sucediendo cambios, transformaciones, hasta quede lo feo emana lo bello. Cada crisis personal es una crisálida, una posibilidad de conversión de la fealdad en belleza, de lo malo en bueno, para desechar el malestar y buscar una vida más plena. Alcanzar el bienestar personal y simultáneamente trasformar el contexto en el que otros y otras están sufriendo los efectos desbastadores de la perversa desigualdad social que ha quedado más evidente en el curso de este año pandémico. Estamos, desde la propagación del coronavirus, la cuarentena y todas sus consecuencias físicas, psicológicas y sociales, en un tiempo bisagra desde el cual podemos diseñar otras formas de ser y de estar en el mundo. Cuidarnos y cuidar, no solo debería practicarse cuando aceche una peste, sino como filosofía de vida.
Otra pandemia en Japón: en octubre hubo más suicidios que muertes por coronavirus
¿Es posible atravesar esta crisis y resurgir con suficiente energía vital para mejora como personas y como sociedad? Hay que intentarlo, o hacernos cargo de nuestra complicidad en este desastre. Es necesario trasmutar los viejos formatos, egoístas, marcados por el feroz capitalismo, por maneras holísticas, de interacción social y de respeto por las diversidades. Debemos despegar de ese ayer para mejorar como seres humanos, para convivir y compartir la vida, para dejar de competir y ser conscientes y solidarios con las necesidades ajenas y con los que más sufren. Tenemos que luchar, defender los derechos humanos, lograr un mundo más equitativo donde no se naturalicen las injusticias y las diversas manifestaciones de la violencia. Salir de esta crisis para cuidarnos y cuidar del planeta, de la pachamama, que está agotándose, para que la tierra no se convierta en un inmenso tacho donde nuestras vidas terminen también descartadas como basuras. Son tiempos de profundas crisis subjetivas, sociales y ecológicas. Pero la pandemia puso un freno, una pequeña pausa en el agite automático del mundo, donde se viene arrasando con todo con tal de que sea rentable, bosques, mares, vidas; nada queda por fuera de las garras del mercado. Aprovechemos de este tiempo crítico para sanarnos y salir a la calle más humanos y sensibles con todas las formas de vida, incluyendo la tierra.