OPINIóN

El verano y el problema del cuerpo “ideal”

No se trata del cuerpo que se tiene, solamente, sino del que se supone tener, el que se imagina. No es solo el espejo, además se tiene una imagen inconsciente del cuerpo y de las miradas ajenas.

moda playa
Looks de verano. | Marie Claire

Verano es sinónimo de pileta y playa, pero también del “problema” de la malla y de los rollos. Están los cuerpos que se muestran y los que se esconden. Los que se exhiben y los que se inhiben. No se trata del cuerpo que se tiene, solamente, sino del que se supone tener, el que se imagina. No es solo el espejo, además se tiene una imagen inconsciente del cuerpo y de las miradas ajenas.

Y aunque se promulguen leyes, como la ley de talles, y se hagan campañas mediáticas o comerciales a favor de la aceptación, o de soltar la pancita, o que posen y desfilen modelos con “cuerpos comunes”, para muchas personas sigue siendo un problema sumamente complejo ese efecto que causa ver y compararse con esos cuerpos “ideales”, signados por la divina juventud, las curvas, las durezas y la flacura.

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Las redes sociales son un recorte de una realidad mayor, pero ya nadie duda de sus influencias. Son ventanas al mundo y también espejos donde poder contemplarse y compararse. Hace poco, una adolescente en tratamiento me decía que odiaba a una amiga porque exhibía en Instagram su abdomen chato, algo que ella no podía mostrar porque tenía “un poco de pancita”. Esa amiga representaba, para mi paciente, el cuerpo “ideal”, el cuerpo que ella deseaba tener. Y allí se cifraba su conflicto psicológico, la diferencia que la atormentaba. En las redes sociales, como en la televisión o en la vida cotidiana, se puede elegir qué mirar, dónde poner la atención y las expectativas; aun así podemos quedar enredados, y eso que vemos, que escuchamos o percibimos, contaminarnos, conmover nuestro bienestar y nuestra subjetividad. A mayor inseguridad personal, más afectará estar lejos de aquello que aparece en el afuera como “ideal” a ser alcanzado.

Hay tantas trampas en las que podemos caer… Vagamos por un mundo en el que se privilegia la conexión externa por sobre la interna, la imagen, lo que se tiene y se muestra, y no lo que se es. Las cirugías y los tratamientos de estética se propagan cada día más porque ofrecen lo que se añora: detener el tiempo, o mejor aún, rebobinarlo. Cremas rejuvenecedoras y antiarrugas. Endurecer y levantar lo que se cae. Borrar las marcas del paso del tiempo. Y algunos seres humanos emprenden la porfiada lucha contra la inevitable decadencia del cuerpo; una lucha destinada al fracaso

¿Qué ves cuando te ves? Apariencias. Recortes. El espejo, la imagen, la autopercepción condicionada por la mirada propia y la (supuesta) mirada ajena, las imposiciones sociales y lo estereotipos de belleza imperantes, campo propicio donde brotan las alteraciones emocionales, los trastornos psicológicos y alimenticios. Crisis desatada entre la diferencia del cuerpo que se tiene y el que se desea tener; entre el cuerpo singular y el hegemónico impuesto por la cultura.

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Una cosa es dejarse estar, abandonarse, y otra es no aceptar los cambios naturales. Está  muy bien cuidarse. Pero no es lo mismo el cuidado que la obsesión. No hay ser humano que no transite, en algún momento de su vida, una crisis existencial y las conflictivas derivadas por el paso del tiempo y los cambios psicofísicos asociados. Cuidarse a favor de la salud integral, para el bienestar y el bien sentirse, no es lo mismo que la obsesión por alcanzar y sostener un cuerpo “ideal”, maniobra que tarde o temprano terminará desencadenando algunos síntomas psicoemocionales o trastornos mentales.

Es de suma importancia cuidar de nuestro cuerpo, el envase, pero también atender lo que sucede en el campo mental, en el  mundo interior: qué pensamos y qué sentimos, cómo quiero ser y estar en este mundo. Somos una unidad psicofísica y espiritual. Urge hacernos esas preguntas existenciales que nada tienen que ver con lo establecido sino con el deseo singular, con lo más íntimo y genuino. Dentro de nuestras posibilidades debemos encontrar nuestra mejor versión, cuidarnos sin quedar alienados a la búsqueda de un modelo externo, de una forma impuesta que nos haga perder el propio horizonte de ser. Ser es encontrar un formato propio, y esa es la mayor apuesta en la aventura de vivir.

¿Cómo salir de este enredo con la imagen del cuerpo “ideal”? Tiene que haber una implicancia adulta, social e institucional, una política decidida a implementar un cambio real de paradigma, con la convicción de romper de una vez por todas con la promoción de los cánones establecidos de belleza y de ideales impuestos. Cambio sumamente complejo ya que muchos adultos también están atrapados en los imperativos de la eterna juventud, de cuerpos flacos y firmes, en una lucha absurda por no envejecer. La pandemia y sus consecuencias, estar confinados y con las rutinas alteradas, ha generado una variedad de conflictos físicos y mentales. El miedo a la enfermedad y la muerte, la desconexión afectiva marcada por el distanciamiento social, el sedentarismo y la vida por sobre todo virtual, implicó un aumento de síntomas psicológicos y desde luego un deterioro en la salud general de la población.

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No hay cuerpos ni vidas ideales. Cada existencia es única, es un mapa personal a recorrer. El cuerpo, como la mente, merece su cuidado, su atención. No hay una forma de ser, hay geografías singulares, cuerpos, rostros, expresiones que hacen de cada ser una pieza única. Lo más bello del ser humano es su diversidad. Sin embargo, hay un empecinamiento en parecerse, en la similitud, en ajustarse a una forma ideal impuesta, cuerpos y rostros moldeados por las ideologías de la época. No te comas el verso. Que tu mente, tu cuerpo y tu espíritu sean el testimonio de tu verdad única, el paisaje que solo en vos se puede contemplar.