Los cambios en los estilos de vida propiciaron el sedentarismo, el tabaquismo, la contaminación ambiental, el estrés, pocas horas de sueño y una alimentación con alto contenido en sodio, grasas y alimentos multiprocesados, generando verdaderas pandemias de obesidad, hipertensión arterial y diabetes. A ello se ha enfrentado la medicina cardiovascular con nuevos tratamientos, que han permitido prolongar y mejorar la calidad de vida.
Sin embargo, cada vez más se enfatiza en la prevención, por ser más efectiva y accesible, ante un crecimiento exponencial de los costos que ponen en jaque todos los sistemas de salud.
Pero desde hace unos años se ha puesto el foco en los efectos que producen en la salud cardiovascular ciertos comportamientos sociales, y se ha demostrado que la conectividad social ayuda a un estado de bienestar psicológico y emocional, pero la pérdida de esa conectividad y el distanciamiento social tienen efectos nocivos.
Nicole Valtorta publica en la revista Heart una evaluación de un gran número de pacientes durante siete años, donde observó que la probabilidad de morir aumentaba 26% en los que reportaron soledad, 29% en aquellos con aislamiento social y 32% en los que vivían solos.
Por otro lado, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EE.UU. hoy considera como un factor de riesgo para mortalidad la soledad y el aislamiento, tanto como la obesidad, la falta de vacunas o el acceso a la salud.
Estos nuevos factores de riesgo pueden aumentar la probabilidad de depresión, hipertensión y muerte, y también afectar la capacidad del sistema inmune para combatir infecciones.
Se podría capacitar a gente sin trabajo para asistir a personas en soledad
Otros coinciden en predecir un “efecto pandemia” debido a la soledad en los próximos años, lo cual se puede ver agravado por el aislamiento social derivado de las medidas impuestas por el Covid-19, según publica Galea en su reciente artículo en la revista JAMA. Allí se describe que, si bien son conocidos los efectos sobre la salud mental que producen desastres naturales, tales como la depresión en habitantes de áreas afectadas por grandes huracanes o el shock postraumático que sufrieron muchas personas luego del ataque al World Trade Center, en Nueva York, o las consecuencias físicas en los niños de madres afectadas por el virus del Zika, no se conoce cuáles serán los efectos a nivel de la salud física y mental pospandemia Covid-19.
Actualmente, desde la medicina, se alerta sobre la caída dramática de las consultas electivas y de urgencias cardiovasculares, que impactarán en el aumento de la morbimortalidad cardiovascular, a pesar de los esfuerzos por llamar la atención acerca de los riesgos que estas postergaciones implican. Pero mucho más tibia es la alerta acerca de los efectos psicológicos que la población podría tener. Las autoridades deberían prestar atención para que este aislamiento no empeorara la evolución de la pandemia de soledad, que también mata.
En ese sentido no parece descabellado pensar en un programa que capacite a personas desempleadas para que puedan ser reconvertidas en trabajadores de la salud, con el objetivo de combatir el fenómeno de la soledad. Muchas familias que no pueden afrontar los cuidados de personas solas podrían beneficiarse de esta nueva tarea bajo tutelaje estatal, de ONGs o universidades, que puedan acompañar y ayudar (con actividades físicas y de recreación), en esta lucha contra la soledad.
*Director del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro.