OPINIóN
El atentado a la embajada de Israel

“Para mí, Buenos Aires es una ciudad maravillosa y maldita”

Daniel Carmon era el cónsul de Israel en Buenos Aires en 1992 y estaba en la embajada el día que estalló la bomba. Perdió a su mujer en el atentado y él mismo resultó herido. Treinta años después, reconstruye los hechos, destaca la importancia de seguir adelante y exige no olvidar la responsabilidad de Irán en el terrorismo.

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Dolor. El ex cónsul y su mujer, Eliora, que murió en el atentado de 1992. Regresó varias veces a nuestro país para conmemorar. | cedoc/gza. flia. carmon

Aquel 17 de marzo de 1992, el Cónsul de Israel en Argentina, Daniel Carmon, estaba en su oficina en la embajada reunido con dos personas, en una jornada normal de trabajo. Su esposa Eliora se hallaba en ese momento en su propia oficina, en otro sector de aquel singular edificio ubicado en Arroyo y Suipacha. La rutina marcaba que, finalizada la jornada de trabajo, se reunirían con sus cinco hijos en su casa. Pero el terrorismo cambió todo. A las 14:45 horas, una camioneta repleta de explosivos estalló a la puerta de la embajada de Israel, mató a 29 personas y dejó a más de 260 heridos. Entre las víctimas, había cuatro diplomáticos israelíes  y 25 ciudadanos argentinos. 

Daniel Carmon resultó herido, perdió el conocimiento y recién en el hospital, no inmediatamente después del atentado, se enteró de la muerte de su esposa Eliora.

Poco antes de partir hacia Buenos Aires a participar en los actos conmemorativos del 30° aniversario del atentado terrorista, Daniel Carmon conversó con PERFIL. 

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—Dani , usted está viajando a los actos, no por primera vez, y ahora son 30 años ya de aquel atentado terrorista. Quien perdió a un ser querido no precisa una fecha redonda para conmemorar, pero tiene un simbolismo ¿no?

—Claro que hay un simbolismo. Y uno precisa un ancla de la que agarrarse. Y nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores hace ya varios años que organiza una delegación, en general cada cinco años. Así que cada cinco años estamos allí, una delegación de las familias de duelo y de los heridos.

—Y usted fue ambas cosas.

—Sí, pero mis heridas fueron leves. Hubo heridos muy graves. Y ahora vuelven a Argentina. Y yo viajo con sentimientos encontrados. Para mí Buenos Aires es una ciudad maravillosa y maldita al mismo tiempo. Pero más allá de todas las palabras grandiosas sobre lo que esto significa, yo personalmente viajo más que nada para encontrarme con quienes trabajaron conmigo en la embajada. Claro que los actos son importantes, muy importantes en realidad. Y, en las ceremonias, yo quiero ser solidario con Argentina, pero quiero que sean solidarios también conmigo. 

—Hay aquí evidentemente dos direcciones.

—Así es. Quiero transmitir un fuerte mensaje de solidaridad, de cercanía. A veces uno se olvida que el atentado colocó a Argentina, a Israel y al mundo judío del mismo lado. No hay aquí dos lados diferentes. El golpe fue a la Embajada de Israel y a Argentina, como país, también por cierto a Israel, la comunidad judía. Y por todo esto, para mí el viaje es emocionante. Es un viaje de recuerdo y de solidaridad. Y espero que en los actos recordatorios haya muchos jóvenes. Esa es la respuesta ¿no?

—Sin duda, que se sigue adelante. 

—La vida es la respuesta, sin duda también a un hecho de tal magnitud como aquel atentado. Hay que tener bien presente que el terrorismo no se fija a quién mata. Atacó a quienes estaban en la embajada en ese momento, los israelíes porque trabajaban allí, argentinos judíos que también trabajaban en la embajada y también muchos otros argentinos, incluyendo gente de la iglesia de enfrente. Nadie se fijó a quién mataría la bomba, porque el terrorismo no tiene fronteras.

Impunidad

—¿Considera que los gobiernos argentinos desde entonces son dignos de confianza en todo lo que se refiere a la investigación del atentado y la necesidad de hacer justicia? Nadie pagó por el crimen, no se llegó a nada. ¿Cómo se siente al respecto?

—No quiero entrar en todos los detalles del tema, algunos de ellos relacionados a la política. Lo que yo sé es que hay un país responsable del atentado, Irán, hay quien lo cometió, la organización terrorista Hezbollah, que lo hizo en nombre de Irán y hay quien debería haberlo investigado. Fue cometido en territorio argentino y Argentina decidió que la investigación estaría a cargo de la Suprema Corte de Justicia, que según lo que yo sé, no avanzó en esa investigación. No sé a qué se debe. Entiendo que encomendaron el tema a la Suprema Corte porque la embajada es exterritorial, formalmente territorio de otro país, y la ley de Argentina no permite en ese caso que investigue un juzgado común, como se hizo en el caso del atentado contra la AMIA.

—Pero Israel sí investigó y llegó a conclusiones.

—Así es. Israel investigó y las conclusiones fueron claras, como ya las dije. Irán y Hezbollah. Y con los años, el cuadro se aclara más y más. Algunas partes del mosaico aún faltaban y quizás también hoy faltan unas pocas, pero el cuadro general es muy claro. Imagino que Argentina no estaba preparada para un atentado así, porque ¿qué tiene que ver con el terrorismo de Oriente Medio? Y quizás tampoco tiene la capacidad de investigar algo así…no lo sé. La verdad, no lo digo siquiera como crítica, sino señalando un hecho. 

—¿No cree que quizás no hubo suficiente voluntad?

—No lo sé, la verdad, no lo sé. Hay mucha política alrededor. Jueces que cambiaron, todo tipo de cosas. Pero la verdad es que eso me interesa menos, y lo que más cuenta es quién dio la orden y quién lo llevó a cabo. Y la respuesta a eso es Irán y Hezbollah. Y ya está.

—Aunque está claro que sin colaboración local no lo habrían logrado.

—Pero puede ser que quien le alquila una casa a un terrorista, no sabe que es terrorista. O cuando le dice a uno que le compre una camioneta, no le aclara por cierto que es de Hezbollah. Quizás quien vendió la camioneta no tenía ni idea. Ni el que la compró. Que no sabían para qué era, que era para perpetrar un atentado. Por eso me interesa menos entrar en las historias locales argentinas Y no es porque sea diplomático, aunque ya esté retirado, sino porque realmente no lo sé. Creo que lo más importante es que tanto Argentina como cualquier país que tiene algo que ver con Irán, entienda que el peligro de Irán no es sólo el tema nuclear del que tanto se habla hoy, sino el terrorismo que fomenta.

—Que financia, promueve, apoya en todo sentido.

—Por supuesto. La desestabilización que logra apoyando a terroristas en distintas partes. Dicho sea de paso, en dos atentados, la Embajada y la AMIA, mataron a más de 100 personas…y para mí, es un solo atentado. Dos piezas de un ataque. 

—Y siempre se habla del tercero en camino…

—¿Y quizás hubo ya un tercero que fue frustrado a tiempo? No puedo estar seguro de que no. Y por eso, no importa quién compró la camioneta, que quizás ni sabía para qué era. Lo central es que todos tengan claro que los responsables fueron Irán y Hezbollah. Y debemos recordar que tal, como yo solía decir cuando era parte de la delegación israelí en las Naciones Unidas, Irán no sólo desmiente el Holocausto, sino que prepara uno nuevo. Claro que el atentado contra la Embajada de Israel no fue un Holocausto, pero para Irán, fue parte de la guerra cuyo objetivo es erradicar a Israel de la faz de la Tierra.

Seguir adelante

—Dani, usted logró formar una nueva familia, se casó de nuevo y con su nueva esposa trajo al mundo otra hija. Los cinco hijos que tuvo con Eliora perdieron a su madre. ¿Cómo ha logrado combinar el empuje hacia adelante, para seguir viviendo, la lucha por Israel en la arena diplomática en distintas partes del mundo, también en la ONU, con la necesidad de lidiar con una pérdida irreversible?

—La pérdida se sigue viviendo día a día, a pesar del tiempo que ha transcurrido. Es parte de nosotros, vivimos con eso. Después del atentado vinimos a Israel para dar sepultura a Eliora. Y un mes más tarde, decidí que vuelvo a Argentina con mis hijos, para continuar con mi misión diplomática. Pero esa fue solo la razón profesional. Y en realidad uno de los motivos principales de mi decisión fue que los niños continuaran con la vida que tenían en Argentina, donde ya llevaban tres años, con todo lo que ello significa en cuanto a amistades y círculos de actividad. Me pareció que sacarlos de eso sería asestarles otro golpe. Eran niños chicos. El mayor tenía 12 años y la menor tenía sólo 2. Pensé que lo mejor para ellos sería seguir con la vida que conocían en Argentina, por el tiempo que restaba hasta el fin de mi trabajo. Consideré que eso les daría cierta estabilidad. Y puedo decir claramente que no me equivoqué. 

—Una decisión difícil.

—Así es. Desde el punto de vista profesional, también sentí que necesitaba reconstruir la Embajada, ocupar a aquellos que habían resultado heridos al igual que yo, o perdido a seres queridos. Y creo que yo mismo lo necesitaba, no sólo por los demás. Y realmente, con los años, vi en mis hijos que pudieron seguir adelante. Lograron insertarse bien y seguir avanzando. Ya no son niños, tengo un hijo de 42 años. Realmente son chicos exitosos, algunos de ellos ya formaron sus familias, son extraordinarios. Su madre estaría orgullosa de ellos. Con Eliora tuvimos cinco hijos y ahora tengo una sexta hija que dentro de tres meses se enrola ya a su servicio militar obligatorio.

—Ese es un momento muy especial en la vida de todo joven israelí. 

—Muchas gracias. Realmente, te diré que toda la vida traté de separar las cosas. En la mayoría de los casos lo logré. A veces no. Me refiero a la separación entre lo profesional y lo personal. A veces se encuentran, como en esta entrevista. Durante mucho tiempo, varios años, no acepté dar entrevistas porque quería vivir con la mayor normalidad posible dentro de lo anormal de la situación. Y durante cierto tiempo, lo logré, aunque hubo momentos en los que renuncié a ese intento de separar las dos cosas. Es sé que de fondo hay cosas que no puedo descifrar totalmente. Yo no sé qué piensa gente que se me acerca y me saluda, inclusive gente que trabajó conmigo o interactuaba conmigo por distintas razones, o sea gente que conoce la historia…no sé qué piensan cuando hablan conmigo.

La bomba

—¿Recuerda el momento mismo del atentado? ¿En qué se piensa primero? ¿Y lo primero fue buscar a Eliora?

—No, para nada, porque perdí el conocimiento. Yo estaba en mi oficina en medio de una reunión con dos profesionales con los que tenía que tratar un tema. Una contadora y el arquitecto de las reformas que estábamos haciendo en ese momento. Teníamos que ir a un lugar para ver algo específico de esos trabajos, pero yo pedí demorarnos por algo. Y está claro que, de no ser por eso, hoy no estaríamos hablando, ya que el sitio al que debíamos ir fue donde hubo el peor daño. Entonces resulta que nos quedamos en mi oficina. Y fue la explosión. Yo no recuerdo el estruendo del estallido, pero sí recuerdo el silencio, el silencio que grita al cielo, inmediatamente después.

—Siempre se dice que, en los atentados, inmediatamente después de la bomba, por unos segundos, lo primero es un terrible silencio sepulcral.

—Así es. Exacto. Recuerdo pues el silencio en el edificio, que estimo habrá durado medio minuto, un minuto, no más. Y después la gente que empieza a salir de distintos lados. A nosotros se nos cayó el techo encima. Muchos vidrios se me incrustaron en el cuerpo, pero mis heridas eran leves, aunque sí perdí la vista en ese momento. El arquitecto que estaba conmigo resultó muy gravemente herido. Hoy está bien. Yo estuve varias horas, quizás un día entero, inconsciente.  Sí recuerdo cuando me sacaron del edificio. Me colocaron en una camioneta. Recuerdo que estaba como tirado allí y que me llevaron al hospital. Eso sí lo recuerdo. 

—¿Y cómo fue el despertar?

—Fue un momento crítico. Vi a mi lado a dos amigos de Israel, uno de ellos de Uruguay,, Victor Harel. Víctor estaba de visita allí. Alguien preguntó “¿cómo se les avisa a los niños?” y yo dije que por supuesto yo los diría. Pedí que los trajeran y que yo les contaría lo que había pasado. “Sólo yo puedo contarles”, dejé en claro. Me los trajeron, me parecían pequeños patitos. Me supongo que algo ya entendían, porque algunos de ellos no eran tan chiquitos. Habían estado dos días en la casa de amigos a los que habían llevado a todos los niños israelíes. Pero de a poco se habían ido llevando a los demás niños y ellos quedaron para el final porque yo estaba en el hospital. Pues llegaron…y les conté lo que había ocurrido. Y uno o dos días más tarde, viajamos al funeral, en Israel.

 

“La muerte de David fue un terremoto” 

J.B.

Judy Baumgold recuerda hasta ahora cómo cambió la vida de toda la familia al confirmarse que su hermano menor David Ben Rafael, número dos en la Embajada de Israel en Buenos Aires, era uno de los cuatro diplomáticos israelíes muertos en el atentado terrorista, uno de los 29 civiles asesinados en la explosión.

“Yo era la única de la familia en Israel en ese momento, y todo ocurrió en casa, la espera, la incertidumbre, la expectativa”. Durante dos días no se encontró su cuerpo. Alguien dijo que había visto por televisión a alguien muy parecido a él. Pensaron que estaría ocupado tratando de sacar heridos entre los escombros. ¿Pero dos días? No puede ser que no se comunique, se decía Judy, quien no quería perder la esperanza, pero ya estaba embargada por la angustia.

Todas las piezas del mosaico familiar cambiaron irreversiblemente. “Éramos una familia amplia, muy unida a pesar de la distancia, y de repente David ya no estaba….y fue muy duro, lo recuerdo como un terremoto”.

Durante años Judy no quiso ir a las ceremonias recordatorias organizadas por la Cancillería israelí. Su padre le insistió. Hoy está agradecida por ello. “En las ceremonias los invitados son los familiares de todos los diplomáticos muertos en diversos atentados en el exterior…y pasan los años y uno va viendo a los hijos que dejaron, crecer, casarse, trayendo hijos al mundo…y eso hace bien”.

Este año, por primera vez, viajó a Buenos Aires a participar en los actos conmemorativos, invitada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel como parte de la delegación. “Estoy emocionada, sin duda”, nos dijo un día antes de partir. ”Siempre quise ver el monumento  y estar en el lugar en el que esto pasó”.

Judy comenta que, en general, suele hablarse de los padres que pierden a un hijo, de niños que pierden a sus padres, o de la mujer que queda viuda. De los hermanos, menos. “Lo entiendo, es natural, entiendo por qué se pone ese foco. Y en este caso, mi cuñada, Elisa, volvió a Israel con dos niños pequeños. Es terrible una situación así. Pero como hermana, yo también recibí un gran golpe. Para mí David era un hermano muy fiel en el que yo sentí que me podía apoyar …y sentí que de repente me quedé sola. Yo tenía 47 años en ese momento, pensé que mis padres irían envejeciendo y que habría que cuidarlos, y que ya no tendrían a su hijo varón. Mis hijas perdieron un tío muy querido. Las mayores eran especialmente cercanas a él. Venía mucho a casa durante años. No se piensa mucho en los hermanos de duelo, pero también sufren mucho”.

Judy suspira y agrega. “Hasta ahora me pasa, aún cuando supuestamente no hay nada puntual que deba inspirarlo, que de repente me embarga una profunda tristeza. Es simplemente por saber que David ya no está”.

Temió alguna vez que pueda pasarle algo a su hermano por representar a Israel en el exterior. “Ni se me ocurrió. Cuando iba a viajar, las opciones eran India o Argentina. Pensó que Argentina sería mucho más seguro teniendo hijos pequeños. Nunca nos podíamos imaginar un horror así”.

 

*Periodista. Desde Israel.