Conocí a Juan Pablo II un 2 de abril de 1995, en Santa María in Consolatrice al Tiburtino, una tranquila iglesia suburbana, ubicada en el popular barrio romano de Casal Bertone. Junto a un grupo de estudiosos españoles, pudimos conversar con él sobre diversas cuestiones, en el edificio parroquial contiguo, una vez acabada la celebración litúrgica que había concelebrado junto a Joseph Ratzinger, al momento Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Como argentino, conocer a Karol Wojtyla un 2 de abril, implicaba un importante y emotivo hecho que me llenaba doblemente de emoción. Juan Pablo II había puesto no sólo su voluntad y su trabajo para intentar mediar en el conflicto armado iniciado ese mismo día de 1982, que había enfrentado a la Argentina con Gran Bretaña por las Islas Malvinas, sino también su propio cuerpo, al volar primero a Londres y luego a Buenos Aires, en un viaje-este último, preparado en cuestión de días- que implicaba para él importantes riesgos de muy diferente índole.
Desde mi perspectiva, sin embargo, la señal más sorprendente estaba aún por llegar. Es que “el Papa venido de lejos” fallecería exactamente ese mismo 2 de abril, pero de 2005, y su sucesor en la Cátedra de San Pedro no sería otro que el propio Joseph Ratzinger, con quien diez años atrás había celebrado misa ante mí.
En tiempos de angustia e incertidumbre la religión puede funcionar como consuelo
En estos días, cuando se rememoran los 100 años de su natalicio, esos coincidentes sucesos de abril retornan a mi mente, acrecentados por el recuerdo de la monumental obra y figura de Juan Pablo II, tanto espiritual como política. Y es que, elegido Papa con apenas 58 años, ese cordial Cardenal polaco aceptó la misión que sus pares depositaron sobre él con la férrea voluntad de introducir a una Iglesia renovada en el tercer milenio de la cristiandad, poniendo para ello -como finalidad central de su Pontificado-la realización plena y legítima del Concilio Vaticano II, del que había sido partícipe.
Huérfano de madre, actor de vocación, trabajador fabril, poeta, amante de la naturaleza, místico y deportista, ya como sacerdote supo conjugar de una forma inigualable la pasión intelectual con su misión pastoral, lo que, sumado a un carisma natural que brotaba de su cercanía de trato y su sonrisa, fue convirtiéndolo en un líder dentro de la Iglesia polaca primero y universal después.
Habiendo vivido en carne propia los horrores del nazismo y el comunismo en su país, nadie mejor que él podía interpretar el valor de la vida, de la libertad y de la esperanza. Su famosa frase “no tengáis miedo”, pronunciada al saludar a la multitud desde la loggia delle bendizioni de San Pedro, al ser elegido Papa aquel 16 de octubre de 1978, marcó a fuego su largo Pontificado, el tercero más extenso en la historia de la Iglesia.Con ese estandarte visitó 129 países.
La embajadora ante el Vaticano presentó sus cartas credenciales ante el papa Francisco
Reformista para algunos y reaccionario para otros, Juan Pablo II volvió a hacer jugar a la Iglesia como un renovado actor internacional, mas con una clara misión humanista. Los dos años y tres meses que, en sus viajes, estuvo fuera del Vaticano, le sirvieron para socavar dictaduras, acercar la fe a la juventud, defender la vida desde la concepción hasta su muerte natural, y promover el diálogo entre religiones como nunca antes se había hecho.
Y así como contribuyó a la caída del bloque soviético, una vez sucedido este hecho histórico, supo alzarse como un claro denunciador de los excesos del capitalismo, proclamando la dignidad humana ante todo, así como la del trabajador y la del trabajo desde una clara dimensión personal y social. En esta línea, su Encíclica Centesimus Annus -una de las 14 que escribió durante los 26 años de su papado- resulta el más fiel reflejo de su pensamiento en la materia.
Como otra señal del destino, el 1° de mayo de 2011, al cumplirse los 20 años de la promulgación de dicha Encíclica, fue beatificado por su sucesor Benedicto XVI, y en un tiempo récord para la Iglesia, el Papa Francisco lo declaró Santo, el 27 de abril de 2014.
El saludo del papa Francisco a Alberto Fernández por el 25 de mayo
Karol Wojtyla fue, sin duda, un pastor excepcional. Para él, los seglares católicos constituían la esperanza de la Iglesia y el mundo del mañana. De ahí sus 250 viajes; sus 1.166 audiencias generales; sus misas multitudinarias; sus numerosas encíclicas, exhortaciones, cartas y constituciones apostólicas; sus 28 motu proprios; sus 4 libros, y su nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado en 1992 y actualmente vigente. En línea con ello, sus 482 canonizaciones -más delas realizadas por todos sus predecesores en conjunto-, sus 19 Jornadas Mundiales de la Juventud -cuya primera fuera de Roma se realizó en Buenos Aires, en 1987- o los Encuentros por la Paz de Asís muestran su marcada vocación por el ejemplo, el testimonio y la palabra.
A 100 años de su nacimiento y en medio de estos tiempos turbulentos y de confusión global, su figura ha de ser reconocida, tanto dentro como fuera de la Iglesia, como la de un indiscutible referente del entendimiento y de la paz mundial; mas de una paz no alcanzable desde la imposición, sino desde el diálogo, el compromiso y la convicción más profunda en ella.
* Director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Belgrano (CESIUB).