Fue el 16 de octubre de 1978 a las 18.45 horas cuando, después de dos días de cónclave, cinco escrutinios y tres fumatas negras, ya avanzada la tarde la fumata blanca anunció al mundo que había sido elegido el nuevo papa tras el brevísimo pontificado de Juan Pablo I, de solo 33 días. "E bianca, e bianca", gritaba la gente como enloquecida de emoción. Comenzó entonces la eterna espera para conocer el nombre del elegido, hasta que a las 18.45 desde el balcón de las bendiciones de San Pedro el protodiácono Pericle Felici dijo un nombre desconocido para la mayoría: Karol Wojtyla.
Felice, conocido en el Vaticano por presumir de su buen latín, entonó la fórmula tradicional desde la "logia del mayordomo": Annuntio vobis gaudium magnum, Habemus papam. Eminentisimus ec reverentisimum dominum Karol, cardinalem Wojtyla, qui sibi nomen imposuit Joanus Paulus II. Después, las campanas empiezan a dar vueltas. Al escuchar el apellido, algunos pensaron que era africano, pero después apareció él, demasiado joven para ser un Papa, con sus 58 años y actitud decidida.
Wojtyla era un cardenal joven, de 58 años, lleno de vida, muy cordial, y había estudiado en Roma con los dominicos en el pontificio ateneo Angelicum. Se doctoró en teología espiritual con una tesis sobre San Juan de la Cruz. En la Universidad de Dublín presentó una monografía sobre Max Scheller. Era además un hombre de gran cultura, un escritor. Era también íntimo amigo de Pablo VI, el cual apreciaba mucho la religiosidad del nuevo Papa.
El nuevo Papa rompió todo el protocolo, haciendo un saludo con las manos desenvueltamente apoyadas sobre la balaustrada. Tal vez no tenía el nombre todavía listo, o bien quiso homenajear a su predecesor desaparecido tan prematuramente cuando eligió el nombre de Juan Pablo II. Más de 200.000 personas que esperaban su salida al balcón. "Aunque no sepa explicarme en vuestra nuestra lengua italiana, si me equivoco, me corregiréis", dijo antes de un aplauso interminable.
Había pasado más de una hora desde que el cardenal camarlengo, monseñor Jean Villot, le preguntara a Wojtyla si deseaba ser Papa y qué nombre quería ponerse. El maestro de ceremonias había labrado el acta y la había firmado, junto con el secretario del cónclave y dos "ceremonieri" como testigos. Después, los otros 110 cardenales pasaron frente al polaco y le besaron la mano y abrazado en la Capilla Sixtina.
Comenzó así, hace 40 años, el pontificado de San Juan Pablo II, que marcaría récords de duración -casi 27 años- y por el número de viajes: Karol Wojtyla fue también el primer papa en haber sido antes actor y obrero, el primero en llegar de un país comunista, el primero en asistir a un concierto de rock o entrar en una mezquita. La simpatía del italiano un poco aproximado en su primer saludo como papa se transformó en pocos días, de allí al 22 de octubre, en su primer discurso en San Pedro después de la asunción: "No tengan miedo, abran las puertas a Cristo", llamó desde el primer día.
Comenzó así, hace 40 años, el pontificado de San Juabn Pablo II, que marcaría récords de duración -casi 27 años- y por el número de viajes: Karol Wojtyla fue también el primer papa en haber sido antes actor y obrero, el primero en llegar de un país comunista, el primero en asistir a un concierto de rock o entrar en una mezquita.
Un extranjero en el trono
A pesar de que Juan Pablo II y sus dos sucesores -el alemán Benedicto XVI y el argentino Francisco- no son italianos, había que remontarse al año 1522 para encontrar un papa no italiano. Ese año fue elegido Adriano VI -Adriano Florenz, obispo de Utrech-, quien había sido preceptor del emperador Carlos V y posteriormente, su consejero y ministro. La larga tradición de papas no italianos se justificaba en que, en carácter de obispo de Roma, al Papa le convenía ser conocedor de los entresijos políticos de la poderosa curia romana. De ahí que, en los últimos 2.000 años, solo 54 papas habían tenido la característica de no ser italianos antes de Wojtyla.