La infancia suele ser recordada como una de las mejores etapas de la vida. Seguramente, su particularidad, nos haría encontrar tantas versiones como personas existan en este mundo, pero la mayoría coincidirá en que en ella prevalecían las fantasías ante las realidades y los juegos ante las excesivas responsabilidades.
Sin embargo, ese modelo de niñez está convirtiéndose en cosa del pasado, y con esto quiero decir que, esta etapa tan maravillosa y la que la mayoría de las personas quisieran volver a vivir, se encuentra al borde del abismo.
Previo a la cuarentena, si uno se detenía a mirar a su alrededor ya podía ver que cada vez eran menos los niños que aceptaban la invitación de un día de sol radiante a correr por un parque o andar en bicicleta, para elegir quedarse confinados sin todavía ninguna amenaza externa como lo es esta Pandemia, en sus casas, encerrados con su arsenal electrónico participando de interminables misiones o batallas por Internet.
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Ya desde hace tiempo, cuando los niños contaban acerca de cuáles son los juegos que más les atraían, el resultado era que siempre elegían los de carácter virtual como los videojuegos en los dispositivos electrónicos, si es que a esta actividad se la puede llamar juego, anticipándome al concepto que les explicaré un poco más avanzado este texto.
Esta elección la hacían aun cuando todavía podían darse el lujo de compartir momentos presenciales con sus amigos, y me atrevería a decirles algo más: que preferían no estar con ellos físicamente para reencontrarlos a través de las pantallas e imágenes digitales, optando por no exponerse a una situación social real, digo tangible, digo de carne y hueso, para quedarse reclutados en sus casas, junto a su arsenal electrónico ya una camuflada soledad.
Mientras esto iba sucediendo, los juguetes eran abandonados en los rincones de las casas, regalados a otros niños o guardados, sólo por esta dificultad que, en mayor o en menor medida, tenemos todos, de soltar algo que se encuentra investido de un antiguo afecto del cual no es fácil desasirse.
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El juguete no es condición excluyente para que un niño juegue, pero sí es un facilitador. Un objeto de deseo que está quedando en desuso por el cual muchos niños han hecho amorosas cartas de puño y letra a Papa Noel apelando a la fantasía y a la imaginación. Y si se detienen en este punto, pueden ver que, en ese mismo acto, ya estaban jugando.
En los tiempos actuales, hay una tendencia a creer que nada se espera y que todo se consigue con sólo apretar un botón: a Papa Noel, o Santa Claus, se le puede escribir un email y, por Google, podemos saber el 24 de Diciembre, minuto a minuto, por dónde anda con su trineo repartiendo regalos, estimando hora de arribo a otros destinos.
El juguete como elemento facilitador implica decir que es una de las hebras que el niño utiliza para tejer una trama, una historia. Por ejemplo ¿recuerdan los legendarios LEGO? esos diminutos bloquecitos para construir distintos objetos que, partiendo de la imaginación, el niño puede crear (autos, casas, camiones de bombero, prisiones, etc.). Luego de una gran dedicación para armarlos, el niño obtiene una especie de tesoro, que está listo para ser protagonista de una historia creada por él, una trama lúdica. En los juegos en general, siempre es el niño es el que determina esta trama, el escenario y los personajes. En éstos puede proyectarse, haciendo activo lo que vive pasivamente, es un “como si”, una manera de simbolizar algo. Los niños repiten en el juego todo cuanto les ha causado gran impresión en su vida, de este modo nos dice S. Freud, abre accionan la intensidad de la impresión, adueñándose de la situación.
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Sin embargo, el problema que se nos está planteando en la actualidad es que el juego y los juguetes en general están entrando en un proceso de metamorfosis, están cambiando su esencia, están ingresando al mundo virtual, ya que los niños encuentran imágenes virtuales atrapantes de éstos tan sólo con encender un dispositivo electrónico. Así es que, pasa de ser el creador de la trama a un espectador casi pasivo en donde la escena, impermeable a la proyección, ya está determinada por otro, obturando la creación, la abreacción y la imaginación.
Estar interactuando con un dispositivo electrónico, sumerge al niño en un estado de quietud pero sometido al mismo tiempo, a estímulos rápidos e intensos, como lo son los videojuegos, que le ofrecen respuestas inmediatas. Ante demasiada exposición, es frecuente ver que comienza a desvanecerse el interés por cosas que son más lentas o menos intensas, presentando dificultades para soportar situaciones que no le brinden resultados en corto plazo.
Por el contrario, cuando un niño juega a un juego real como, por ejemplo, saltar a la soga, jugar al elástico, jugar con muñecos, jugar con elementos de la vida cotidiana que utilizara como representantes de lo que quiere simbolizar, con todo lo que esta exposición conlleva (alegría, enojos, logros, frustraciones, reintentos), se está enriqueciendo.
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Se suele decir que el problema son los excesos. El problema no es el avance de la tecnología en sí misma, sino, que ni el adulto, ni los niños en consecuencia, estamos pudiendo administrarla y menos, en época de Pandemia donde los adultos distamos de predicar con el ejemplo.
Pero yo insisto en que limitarle el uso de la tecnología al niño, tiene que ver con cuidarlo. Generalmente van a observar que, ante esto queda en un estado de enojo, desasosiego y aburrimiento que será nuestro trabajo saber tolerar ya que es una instancia necesaria que abre la posibilidad a que el niño implemente sus recursos simbólicos para crear su propia trama, original e independiente de las que intentan venir impuestas desde el exterior para homologarlos hasta en sus formas de jugar. Si es que a esto se lo puede llamar jugar.
* Psicoanalista.