Los procesos electorales de Chile, Perú y Ecuador independientemente de quiénes triunfaron debieran ser un alerta para nuestra dirigencia. Quienes triunfaron en segunda vuelta habían obtenido escasos votos en la primera vuelta. Son triunfos que generan presidentes débiles, fruto del hartazgo que los votantes tenían de los partidos políticos históricos más que de opciones por la positiva. También a su modo el Brasil de Bolsonaro fue fruto del desgaste de los partidos tradicionales. La balcanización política es un problema para la gobernabilidad. Al dividirse el Parlamento en múltiples fracciones y facciones cada uno de ellos, tironea al Ejecutivo por negociaciones interminables, Argentina debe evitar ese camino. Para ello necesita resolver las contradicciones evidentes que existen dentro de las dos principales coaliciones políticas. Pero debemos estar atentos. La búsqueda de dirigentes que están fuera de visibilidad hasta el momento electoral aparece en la medida en que decrece la credibilidad en la dirigencia cuando ésta es percibida como establishment. La prédica de Milei contra lo que él denomina “casta” puede darle más frutos de lo que se cree en la medida en que parte de los dirigentes persistan en conductas que poco tengan que ver con las demandas ciudadanas. No estoy diciendo que Milei será presidente, sino que tiene amplias posibilidades de crecer tanto él como dirigentes que se muestren distintos al resto.
Venimos insistiendo en el nivel de saturación que muestran los electores con las conductas de la dirigencia política. No se trata de qué lado de la grieta se está. Sino del cansancio con la grieta. Del cansancio de vivir en un país que tiene ciclos de expansión, ciclos de recesión, ciclos de endeudamiento en forma permanente. Es que la Argentina de la movilidad social ascendente fue dejando paso al de la movilidad descendente. Hoy tenemos una opinión pública en la que afloran sentimientos de incertidumbre y de enojo más que de expectativas positivas. No solo el Gobierno está involucrado en el problema. En las últimas semanas hemos visto a la dirigencia discutir por sus temas, por sus reelecciones, por ver quién canta primero que quiere ser candidato a presidente. Y eso es algo que sucede en el seno de las dos principales fuerzas políticas, que en verdad no se ponen de acuerdo internamente no ya en el cómo conseguir el país que quieren, sino en definir cuál país quieren. No parece que Massa y Manzur más allá de alianzas tácticas piensen igual que los halcones de su frente político. También Alberto Fernández dijo claramente que él no piensa igual que Cristina. Es claro que Lousteau no piensa igual que Macri y que Morales no piensa el mundo como Patricia Bullrich. Y estos son temas que ambas coaliciones tendrán que resolver para poder ofrecerle a la sociedad propuestas creíbles de futuro. Las últimas elecciones legislativas mostraron el desinterés de un sector importante del electorado por ir a votar, mientras los estudios de opinión nos muestran dos fenómenos concomitantes. Por un lado, son cada vez más quienes se definen como “ciudadanos independientes”, votantes que no se identifican con ninguno de los rótulos políticos tradicionales. Por otro lado, son muy bajas las expectativas que generan las dos principales coaliciones de ser capaces de generar un círculo virtuoso que ponga al país en un rumbo que no repita los vicios ya conocidos. En los dos lados de la grieta hubo dirigentes que apoyaron la reelección de los intendentes y también de ambos lados de la grieta aparecieron aquéllos que se mantuvieron firmes en la prédica de que la política no debe ocuparse de los políticos, sino de los problemas del país y su gente. Estas posiciones las podemos ver desde una óptica positiva o desde una óptica negativa. Pero del lado que lo miremos vemos que hay dirigentes políticos capaces de pasar de la grieta al diálogo mucho más fácilmente de lo que se cree, para que finalmente se discutan con seriedad los temas trascendentes. Eso fortalece la democracia y evita el desprestigio dirigencial.
*Consultor político.