Confusión y muchas dudas surgieron del acelerado anuncio de los gobiernos argentino y brasilero sobre un proyecto para crear una moneda común a ambas naciones, reflotando una vieja propuesta que fue discutida en los 80 y los 2000.
Vale recordar que, en 1987, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, hubo un acuerdo con el país vecino para implementar una moneda denominada “gaucho”, que nunca llegó a ver la luz. Luego, debe mencionarse el sistema de monedas locales (sml), creado en 2008 y actualmente vigente para Argentina y Brasil, que permite el comercio bilateral en moneda local: el importador abona en pesos o reales en su banco, el Banco Central del país informa a su contraparte, y éste autoriza el pago al exportador en su propia moneda. Este sistema, sin embargo, es optativo y relativamente poco utilizado.
Para analizar el proyecto actual, es importante diferenciar el concepto de “moneda común” del que hablaron los ministros Sergio Massa y Fernando Haddad, de un proyecto de “unificación monetaria” al estilo euro, que tiene en mente gran parte de la prensa y la opinión pública.
El proyecto de “moneda común” apunta específicamente a diseñar un signo monetario que sirva exclusivamente para el intercambio comercial entre ambos países, profundizando el mecanismo ya vigente del sml. Una moneda común cumpliría únicamente la función de “unidad de cuenta”, no serviría para comprar bienes y servicios al interior de cada país, ni como ahorro.
Un proyecto de estas características presenta, a grandes rasgos, la misma dificultad que tiene actualmente el comercio bilateral con Brasil: el déficit crónico de Argentina, que en 2022 ascendió a los US$ 3.300 millones. Éste requiere ser financiado con exportaciones hacia otros destinos o con crédito. Mientras se sostenga el desequilibrio, o bien Argentina necesitará sacrificar reservas para sostener el intercambio comercial, o bien Brasil deberá transferir sus propios recursos para auxiliar a la Argentina: supongamos que una institución conformada por ambos países emite la moneda “sur” y le provee reservas por 10 mil millones de sures a ambos países. A los tipos de cambio reales vigentes, la tendencia será que el BCRA pierda sures, mientras el Banco Central do Brasil los acumula. En algún punto crítico, el BCRA deberá o bien comprarle sures al BCB (perdiendo el equivalente en dólares estadounidenses), o bien solicitar una nueva emisión de sures, que traería aparejada una devaluación del sur y por ende las reservas en sures de Brasil perderían valor.
Es cierto que, con el diseño institucional adecuado, la moneda común permitiría simplificar e incrementar el comercio entre empresas, lo cual es un objetivo explicitado por ambas partes (mayor volumen comercial). Esto implica una apertura comercial parcial, donde los principales beneficiarios serían los importadores argentinos, que enfrentan fuertes restricciones en el acceso a divisas. El resultado, entonces, será la profundización de la restricción externa, no su moderación.
Por este motivo, es necesario que el proyecto se vea acompañado con políticas sectoriales específicas destinadas a 1) incrementar las exportaciones hacia Brasil, de manera que la tendencia nos empuje a equilibrar nuestra balanza comercial bilateral, en lugar de profundizar el déficit, y 2) que las mayores importaciones del país vecino sustituyan las importaciones de otros orígenes, para que no generen un incremento neto en la demanda de divisas y permitan abaratar los costos de las mismas.
Hasta aquí hemos analizado el anuncio realizado por el Gobierno. Dedicaremos unas líneas a hablar de la conveniencia de una “unificación monetaria” a la europea, que tendría muchas más implicancias. En este caso no solo se plantea un signo monetario para el intercambio comercial, sino un medio de pago y reserva de valor. Implica reemplazar el real y el peso argentino por la nueva moneda.
Vale decir que el ministro de Economía de Brasil se manifestó abiertamente en contra de esta posibilidad, y que incluso si se decidiera avanzar, a la Unión Europea le tomó casi diez años esta transición. Los principales problemas de la unificación monetaria tienen que ver con la pérdida de soberanía que trae aparejado perder la posibilidad de emitir la moneda local. Antes de la unificación, los presupuestos públicos de los países deben estar alineados, así como las tasas de interés reales y la política comercial y turística. Es claro que para Argentina implicaría al menos levantar el cepo cambiario, realizar una brusca devaluación y ajustar drásticamente el gasto público.
También podrían surgir tensiones en el sistema impositivo y las regulaciones laborales, dado que con un tipo de cambio fijo con Brasil los precios de los bienes tenderán a converger, por lo cual no será sostenible una gran brecha de costos. Esto significa la imposibilidad de cobrar mayores impuestos o sostener salarios más altos al par brasilero.
En definitiva, un proyecto de “unificación cambiaria” implicaría un importante ajuste para nuestro país y reduciría nuestra soberanía monetaria, aunque podría contribuir a terminar con la inflación crónica.
Por su parte un proyecto de “moneda común” puede aliviar a corto plazo las tensiones cambiarias de Argentina, pero si no se acompaña de una mejora en el resultado comercial bilateral con mayores exportaciones, implicará mayores problemas dentro de poco tiempo.
Y no deben dejar de mencionarse las implicancias geopolíticas de una decisión de estas características, donde lógicamente el gobierno de los Estados Unidos podría verse incomodado por la búsqueda de los dos mayores países de América del Sur en reducir su dependencia de la moneda norteamericana, en un contexto de gran tensión global. Con todo, será necesaria mucha capacidad política y técnica para llevar adelante el proyecto de creación del “sur” y soñar con una mayor integración comercial y económica en la región latinoamericana.
*Licenciado en Economía (UNLP). Miembro del Observatorio de Políticas para la Economía Nacional (OPEN). @Economiaopen