OPINIóN
COP27 I

Soberanía verde

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Objetivo. Fue la mitigación o reducción de las emisiones, financiamiento y colaboración. | AFP

La Revolución Industrial condujo a pensar que ése era el camino del progreso y entenderse así al desarrollo. Por lo tanto, desde 1911, los fenómenos producidos como cambios espontáneos en la economía a raíz de la industria fueron diferenciados del mero crecimiento económico y conocidos como desenvolvimiento o desarrollo. A partir de allí, el desarrollo fue sinónimo de industrialización y todos los países debían subir “la escalera de Rostow” hasta alcanzarlo. Sin embargo, el avance en el conocimiento de los perjuicios de la producción industrial sobre el planeta captó la atención internacional, particularmente en lo que respecta a la modificación del clima.

En el marco de la búsqueda de gobernanza medioambiental global, desde el 6 hasta el 18 de noviembre del corriente año tuvo lugar en Egipto la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Esta conferencia conocida también como la COP27 -acrónimo por sus siglas en inglés Conference of the Parties- es la reunión anual de los representantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Cmnucc), cuyo tratado fue adoptado en 1992 tras la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro y su entrada en vigor data de 1994.

Los objetivos de la COP27 fueron la mitigación o reducción de emisiones, adaptación, financiamiento y colaboración. Y las temáticas abordadas diariamente por la Conferencia fueron variadas: ciencia, jóvenes y futuras generaciones, género, agua, entre otras. La acción contra el cambio climático pretende evitar el aumento en el nivel del mar, la pérdida de medios de subsistencia, la extinción de especies, así como fenómenos meteorológicos extremos -olas de calor, lluvias torrenciales, inundaciones e incendios forestales-.

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Sea su origen capitologénico para unos o antropogénico para otros, el consenso sobre la existencia de un cambio climático se ha incrementado en los últimos años y la preocupación mundial se revela en los foros internacionales. Estos espacios que permiten la vinculación de cuestiones para reducir la jerarquía internacional son bien aprovechados como fuentes de poder por los países pobres quienes, en esta oportunidad, reclamaron nuevamente por el compromiso de los 100 mil millones de dólares por año que debían recibir provenientes de los países ricos destinados a las políticas de mitigación y transparencia en la implementación.

Respecto al compromiso de limitar el aumento de la temperatura no mayor a 1,5° C, se reafirma el Acuerdo de París de mantenerla por debajo de los 2° C respecto a los niveles preindustriales. Este tratado se distingue de sus predecesores por ser los Estados quienes definen las políticas que tomarán para su cumplimiento, materializados en las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC).

Lejos de la ilusión de la teoría verde, basada en un ecocentrismo de las relaciones internacionales que pretende modificar la acción mundial perjudicial al medioambiente, el incumplimiento en la transferencia de fondos financieros y la dependencia de la voluntad nacional para con el diseño de políticas públicas de mitigación, nos conducen a considerar la visión estatocéntrica imperante en el análisis del sistema internacional. Podríamos sumar a estos indicadores, el mercado mundial de carbono donde se ofrecen y demandan derechos de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Tal vez, ante la falta de resultados concretos de la COP27, el cambio a un modelo de economía circular sea la alternativa nacional como se registra en algunos países europeos (Finlandia, España, Francia, Países Bajos, Dinamarca) y latinoamericanos (Colombia, Chile, México). En síntesis, sea un camino u otro, a la presente organización y control que debe ejercer el Estado frente a la crisis ecológica la denominaremos “soberanía verde”.

*Profesora de la Universidad del Salvador. Red de Politólogas - #NoSinMujeresTW (@LauraPinola)