OPINIóN
Crisis en Ecuador

Todo se juega en las calles, no en los cuarteles

El presidente Lenín Moreno enfrenta una revuelta indígena que acosa a su gobierno. En América latina ya no parece haber lugar para los golpes militares.

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Las protestas populares han sido siempre protagonistas de los mandatos acortados. | AP

La crisis que vive Ecuador, y la difícil situación que atraviesa el presidente Lenín Moreno, que debió trasladarse con su gobierno a la ciudad de Guayaquil para dejar una Quito sitiada por organizaciones indígenas, permite reflexionar sobre las crisis que enfrentan los mandatarios de la región. 

Desde el comienzo de la ola democratizadora en América Latina, a fines de los años '70, más de veinte presidentes no pudieron completar su mandato. En solo dos casos la interrupción del mandato presidencial se produjo a través de un golpe de estado (en Ecuador en 2000; en Honduras en 2009).

Se trata de un hecho novedoso para la región, si se lo compara con lo que ocurría previo a la ola democratizadora, cuando los presidentes eran removidos por las fuerzas armadas y ello daba lugar a la instalación de un gobierno autoritario. Los colapsos presidenciales posteriores a la ola democratizadora fueron crisis dentro del régimen antes que crisis de régimen.

Los colapsos presidenciales son ahora crisis dentro del régimen antes que crisis de régimen.


Salvo en los casos mencionados, los jefes de Estado no pudieron completar el mandato debido a que fueron removidos por el Congreso a través de un juicio político o alguna herramienta similar (como la brasileña Dilma Rousseff, destituida a través de un juicio político, o el ecuatoriano Abdalá Bucaram, a quien se lo removió por insanía) o renunciaron por la pérdida de apoyo político y frente a la perspectiva de ser destituidos (por ejemplo Gonzalo Sánchez de Losada en 2003 en Bolivia).

Hay otros casos en los que los presidentes optaron por acortar el mandato presidencial y anticipar las elecciones (como hicieron Valentín Paniagua en Perú en 2001, Hernán Siles Suazo en Bolivia en 1985 o, para el caso, Eduardo Duhalde en Argentina en 2003) o anticipar el traspaso del poder (como Raúl Alfonsín en 1989).

En casi todos los casos de colapsos presidenciales la protesta callejera ha tenido un rol importante. Y lo mismo puede decirse del Congreso. Los presidentes que no cuentan con un escudo legislativo, ya sea porque su gobierno es de minoría y fracasan en el intento de formar una coalición, o porque se aíslan de su propio partido, o su coalición se quiebra y quedan en minoría (como le ocurrió a Dilma Rousseff), son los más vulnerables.