¿Qué pasó realmente?
El reciente ataque aéreo de Israel contra instalaciones nucleares y otros blancos selectivos, entre ellos jerarcas del primer nivel y científicos nucleares de Irán, no solo tensó los hilos en Medio Oriente, rozó el núcleo mismo del orden global. Las versiones oficiales han sido ambiguas y los medios internacionales han replicado afirmaciones sin verificar, generando atención respecto de posibles escapes radioactivos derivados del ataque. Sin embargo el Director General del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), en briefing al Consejo de Seguridad de la ONU, ha confirmado ayer que las principales instalaciones de enriquecimiento de uranio, incluidas las plantas subterráneas de Natanz y Fordow, no han sido alcanzadas en sus partes esenciales y los niveles de radiación en el exterior continúan estables.
No obstante, el ataque representa un hecho grave desde el punto de vista del derecho internacional y de la estabilidad regional y global. Hay amplia coincidencia en que la doctrina de la legítima defensa preventiva, invocada por Israel, no tiene respaldo jurídico habida cuenta que no existe un ataque armado en curso o inminente, como exige la Carta de las Naciones Unidas. En ese marco de ilegalidad, este uso unilateral de la fuerza genera riesgos inmediatos y de largo plazo que deben ser analizados con seriedad y responsabilidad.
Desde el punto de vista militar, la operación exhibió tanto capacidades como limitaciones. Israel no cuenta con el tipo de munición penetrante, la llamada Massive Ordnance Penetrator (MOP), necesaria para alcanzar las zonas más fortificadas de las plantas de enriquecimiento, enterradas a gran profundidad. Y no hay señales de que Estados Unidos, haya proporcionado aun ese tipo de armamento, lo cual refuerza la hipótesis de que se trató de una acción limitada, quizás simbólica, pero no decisiva.
En suma, todo hace pensar que estamos ante un mensaje político y estratégico, con consecuencias aún impredecibles.
¿Por qué ahora?
El momento elegido por Israel no es casual. Hay plazos corriendo entre Estados Unidos e Irán en la ronda bilateral de negociaciones para desmantelar posibles usos no pacíficos de su programa nuclear, que se verán resentidos por el ataque. Por otra parte el frente interno es arduo para el gobierno de Netanyahu, que atraviesa una crisis política y enfrenta duras críticas, tanto por su manejo del conflicto en Gaza como por la situación institucional del país.
Justo un día antes del ataque, la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) encendió una alerta con una contundente resolución que incluye evidencias de transgresiones que impiden, según palabras del Organismo, asegurar que el programa nuclear de Irán es exclusivamente pacífico.
Con una mirada retrospectiva, cabe recordar que el retiro de Estados Unidos en 2018, durante la anterior administración Trump del acuerdo nuclear conocido como P5+1 y la restitución de las sanciones a la República Islámica, dieron a Irán oportunidad de victimizarse y retomar con nuevos ímpetos su programa de enriquecimiento, que había sido restringido por dicho acuerdo. A resultas de esas actividades el país ha acumulado hasta ahora más de 400 kg de uranio enriquecido al 60%. Ese nivel de enriquecimiento representa más del 95% del camino para lograr el material apto para fabricar armas nucleares, 90% y, con las capacidades actuales de Irán, el salto técnico a ese nivel podría concretarse en cuestión de semanas.
Es importante destacar que Irán continúa siendo parte del Tratado de No Proliferación (TNP) y en ese carácter está obligada a declarar todos sus materiales e instalaciones nucleares a salvaguardias y someterlas a inspección del OIEA y que, en ese devenir de acontecimiento, en reiteradas oportunidades ha restringido la colaboración y ha realizado actividades no declaradas, lo cual no es un antecedente menor. Sin embargo aún no se ha probado en forma fehaciente que haya logrado el uranio grado arma para nueve bombas, como asegura Israel, ni que haya tomado la decisión política de fabricarlas.
En ese marco, el ataque puede entenderse más como una señal política, una llamada de atención hacia Washington, Teherán y los países árabes, que como una operación militar con impacto real sobre la infraestructura nuclear iraní.
¿Y ahora qué?
Aun cuando el impacto militar haya sido limitado, las consecuencias del ataque israelí son profundas y múltiples. Por un lado, debilita a los sectores moderados que aún persistían en Irán, al alimentar el discurso de confrontación y victimización. Por otro, pone en riesgo la permanencia del país dentro del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), lo cual sería un golpe crítico para el orden nuclear global.
En el plano geopolítico, el ataque no solo marca una escalada regional, sino que pone en tensión los delicados equilibrios globales. La acción aisla aún más a Israel y fortalece los vínculos de Irán con Rusia y China, que ya han manifestado su apoyo a la República Islámica, consolidando un eje que desafía abiertamente las reglas liberales del orden internacional.
Para los Estados Unidos, la situación representa un dilema. Aunque Trump ha tomado partido, proporcionado información en tiempo real para contrarrestar el contrataque de Irán en curso, no debería avalar públicamente una acción que contradice el derecho internacional. Pero tampoco lo condenará, ya que eso lo enfrentaría con uno de sus aliados más cercanos. Esta ambigüedad puede terminar minando la credibilidad de Estados Unidos como defensor de un orden basado en reglas.
En el plano regional, la situación se vuelve aún más volátil. Las potencias del Golfo observan con preocupación la posibilidad de un conflicto abierto entre Israel e Irán que afecte sus propios intereses de seguridad y energía. Arabia Saudita, en pleno proceso de deshielo diplomático con Irán, podría verse forzada a recalibrar sus alianzas.
Pero quizás la mayor amenaza es menos visible y más profunda: la disolución progresiva del consenso global en torno al régimen de no proliferación. Si Irán decide retirarse del TNP, como ha insinuado, el mensaje para otros Estados será claro: el multilateralismo no protege, y la fuerza prima sobre el derecho. Ese es el tipo de lección que nunca conviene dejar impresa en la historia.
Más allá de las reacciones inmediatas, este hecho inaugura una etapa en la que la delgada línea entre disuasión y provocación podría cruzarse con mayor frecuencia. La proliferación de tecnologías sensibles, el debilitamiento de las normas internacionales y el resurgimiento de lógicas de poder duro, auguran un escenario incierto.
La teocracia radical de Irán con su fundamentalismo atroz, dentro y fuera de sus fronteras- y los argentinos lo sabemos muy bien con los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA - ha tenido y sigue teniendo conductas reprochables, por otra parte Israel encara un ataque ilegal en términos del derecho internacional vigente. Gran dilema.
La comunidad internacional deberá decidir si se resigna a una era de acciones preventivas por fuera del derecho, o si elige reforzar las reglas comunes y la búsqueda de soluciones diplomáticas que, aunque imperfectas, aún sostienen la arquitectura de seguridad global.
* Presidente de la Fundación NPSGLOBAL