OPINIóN
Columna

Un salario universal para la igualdad de género

Existen múltiples actividades que se desarrollan por fuera de la relación de dependencia formal, desde las tareas domésticas y de cuidados hasta la agricultura familiar, el reciclado urbano y talleres cooperativos.

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No reconocidas. Las tareas del hogar ocupan muchas horas. El mercado no las considera a la hora de la remuneración y el pago. | shutterstock

El trabajo organiza la vida, determina el uso de nuestro tiempo y tareas, y posibilita percibir un ingreso. Pero no todas las personas acceden a empleos con un salario fijo y condiciones básicas para la supervivencia. Existen múltiples actividades que se desarrollan por fuera de la relación de dependencia formal, desde las tareas domésticas y de cuidados hasta la agricultura familiar, el reciclado urbano y talleres cooperativos. Vivimos en un mundo donde el mercado laboral formal es cada vez es más excluyente y donde el 1% más rico de la población concentra la mitad de la riqueza global.

Esta realidad desigual se puso aún más de relieve con la pandemia ya que una porción importante de la sociedad si no sale a ganarse el pan, no come. Por eso es vital la ayuda implementada por el Estado nacional para las jubilaciones y asignaciones familiares, los espacios comunitarios y el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Esta medida alcanzó a casi 9 millones de personas que dependen de esta ayuda económica para vivir, de las cuales el 56% son mujeres.

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En este contexto es urgente pensar políticas sostenidas en el tiempo que permitan reducir la brecha de desigualdad social y planificar una cobertura amplia de derechos. El Plan de Desarrollo Humano Integral que presentaron los sindicatos y organizaciones sociales propone un conjunto de acciones en este sentido para la generación de trabajo, la organización urbana y rural, el acceso a la vivienda. Asimismo para que estas políticas puedan ejecutarse es necesario que tengan presupuesto, por eso la iniciativa del impuesto a las grandes fortunas es una premisa redistributiva indispensable.

Ahora bien, ¿qué supone plantear un salario universal? ¿Por qué sería una herramienta para una mayor igualdad en términos de género? Primero repasemos algunos números para saber cuál es mapa de desigualdades en nuestro país:

  1. La tasa de desocupación en las mujeres cis es 11,2%, 2 puntos más alta que en los varones según la información de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC del último trimestre. En los barrios populares la desocupación de las mujeres en edad activa supera el 20%. Si bien no existe estadística pública al respecto, esta realidad es mucho más preocupante en la población travesti trans.
  2. Las áreas donde se insertan laboralmente las mujeres y feminidades son en su mayoría vinculadas al rol de cuidado doméstico: la docencia, la salud y las actividades de limpieza, que son los trabajos peor pagos.  Por ejemplo, el 26% de las trabajadoras domésticas que están formalizadas son pobres, mientras que entre las no registradas la pobreza alcanza al 48%.
  3. En los barrios populares el 34% de las mujeres cis tienen como ocupación más relevante realizar las tareas fijas en el hogar sin percibir ingreso. Sólo el 10% de las mujeres residentes en barrios populares declara tener trabajo registrado (la cifra asciende al 24% en el caso de los varones).
  4. Las mujeres son las principales destinatarias de los programas sociales para cooperativas de trabajo: el 62% de quienes perciben el Salario Social Complementario y el 74% el Hacemos Futuro (ahora Potenciar Trabajo) son mujeres cis.
  5. En Argentina la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo de INDEC (2013) señala que el 89% de las mujeres dedica tiempo al cuidado frente al 58% de los varones.

 

Todas las personas trabajan, aunque no todos los trabajos son valorados de la misma forma, y todas las personas necesitan un ingreso para garantizar las condiciones básicas para la reproducción de la vida. Por eso nos referimos a un salario básico universal que asigne una prestación monetaria a todas las personas en edad activa que no cuentan con un ingreso laboral formal fijo.

Una política de estas características beneficiaría fundamentalmente a mujeres cis, lesbianas, varones y mujeres trans, travestis, bisexuales y no binaries que sufren las consecuencias de un mercado laboral cada vez más excluyente. Asimismo la autonomía económica es una cuenta pendiente de las políticas de atención y prevención ante situaciones de violencia de género. Según el Registro Único de Casos de Violencia contra las Mujeres (RUCVM) el 50% de los casos recabados corresponde a mujeres que no tienen un empleo formal o informal.

La universalidad y el destino único, particular y directo permitiría condiciones de igualdad en el acceso al derecho sin reforzar roles y estereotipos de género. Existen otras políticas de seguridad social universales con resultados muy positivos, como la Asignación Universal por Hijx (AUH) y las moratorias previsionales. El salario universal coloca a las personas individuales como titulares del derecho, a diferencia del IFE y AUH que son políticas destinadas al grupo familiar.

Las políticas de redistribución de la riqueza y los recursos son urgentes en un mundo donde aumenta la concentración de la riqueza con una lógica cis-sexista. Tenemos la oportunidad de construir una perspectiva humanitaria, con políticas de ayuda mutua y ubicando al Estado como garante del bien común. Si el mercado es el que organiza los recursos económicos y sociales el resultado está a la vista: la desigualdad social, la exclusión de personas travestis y trans, y la falta de derechos de mujeres cis, lesbianas y no binaries.

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Un salario básico universal puede ser un paso adelante en el acceso pleno a derechos que, sin lugar a duda, suponen una agenda más amplia e integral de distribución, reconocimiento y reparación social.

 

* Licenciada en Sociología, Directora del Observatorio de Géneros y Políticas Públicas, Referente del Frente Patria Grande.