Carla Vizzotti es la funcionaria del área de Salud a nivel nacional encargada de comunicar, en el contexto de la pandemia, sobre decisiones, recomendaciones y estadísticas sobre el Covid-19.
Candidata perfecta para que Jorge Lanata, en su show televisivo, criticara su aspecto físico. Cuando fue señalado, desde distintos sectores, por la misoginia y la violencia ejercida el conductor se enojó, acusó y se victimizó. Más básico, no se consigue. Procedimiento de “Pequeño manual del machirulo perfecto”.
Para él hay una campaña en su contra y en su furioso descargo dijo que “solo hicimos un chiste No entiendo la parte misógina. Lo que está pasando con los K...” y sigue. Insiste, con un ego enorme y desbocado, en que simplemente se trató de un chiste. Un chiste del que solo se rieron las risas grabadas de su programa. Eso que llama “chiste” no habría logrado ni una mueca siquiera en la década del 80. Si hay que atrasar décadas, hagámoslo con todo.
Sin ninguna intención de revisar nada, en un abracadabra, pasa de decir que no entiende la misoginia a sacar de la galera la letra K, como una acusación. Su grieta, su negocio y el de sus empleadores.
El movimiento feminista es profundamente heterogéneo, hay enormes diferencias en su interior, y el crecimiento en los últimos tiempos se debe justamente a la convivencia y a la trabajosa búsqueda de consensos. Por lo tanto hay variadas interpretaciones sobre los mismos hechos.
Pero no cabe duda de que lo que Lanata llama chiste es misoginia. Y lo es siempre, más allá de quién sea la mujer sobre la cual él dice que está haciendo humor. “¿Por qué no se miran un poco ustedes al espejo y me dejan de romper las pelotas?”, gritó en su programa radial.
Clama por el cuidado de sus genitales y esquiva el bulto de la discusión que se le propone.
A Vilma Ibarra, secretaria de Legal y Técnica de la Nación, la del matrimonio igualitario, la del derecho al aborto, que hace poco le reclamó públicamente al Presidente por la falta de mujeres de una foto, él le grita que no le rompa las pelotas. Y así explica que no es misógino, de ninguna manera.
El escritor Juan Becerra, en su libro Fenómenos argentinos, analiza, entre otras, la figura de Jorge Lanata. “La alquimia es odio más superioridad moral. Un pack incompleto, porque está probado que odiar es facilísimo, pero la superioridad moral es el imposible humano”, dice.
¿Por qué seguimos hablando de los Lanata, los Etchecopar, los Feinmann? Porque queremos que se hable, de ellos y de sus discursos. Porque si no lo hacemos nosotras, no lo hace nadie. Porque si no, se naturaliza todo lo que debería estar en discusión. Porque tienen un discurso en común, machista y autoritario, que como todo argumento tiene al insulto; un discurso que se basa en la descalificación y la humillación del otro. Cualquier otro que no se ajuste a lo que ellos quieren.
Si el programa de Lanata pierde rating frente a los escándalos de pastafrola o las sorpresas que promete Jesús, poco importa. La pregunta es sobre los consumidores del programa o sobre quienes pagan una entrada para ver a Etchecopar. ¿Qué buscan? ¿Cómo procesan esa violencia machacante?
Que hoy estemos hablando del tema es una conquista. El desafío es profundizar las conquistas.
La convocatoria al debate es a todos, en particular a aquellos que tratan el “chiste” como algo menor. Hay cosas más graves, dicen. Siempre hay cosas más graves. Y coinciden con el propio conductor: “¿Por qué no hablamos de los temas de fondo en lugar de hablar de estas boludeces?” Justamente porque esto hace a las cuestiones de fondo, porque estos supuestos chistes no pueden leerse en forma aislada, como un exabrupto. Porque son parte estructural de un discurso violento que excede las cuestiones de género. Porque presentarlo como una pavada es caer en la trampa: no debatimos, gana la violencia.
*Licenciada en Comunicación Social.