PERIODISMO PURO
Entrevista

Mario Negri: "El secreto de las coaliciones es administrar las diferencias"

Elegido cinco veces, conoce la Cámara de Diputados como nadie. Dice que aún no encontró el tono para hablar con Sergio Massa y reconoce llevarse bastante bien con Máximo Kirchner, pese a sus enormes diferencias. Sostiene que la experiencia de Cambiemos “no fue sencilla, porque partimos de orígenes diferentes” y que la coalición deberá repensarse y ampliar su base en el futuro. No cree que sea lo mismo manejar un Estado que una empresa y tampoco que se pueda hacer populismo sin recursos para distribuir. A su juicio, los radicales tienen un rol importante a la hora de generar riqueza con sensibilidad social.

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Situación financiera de Córdoba. “Tiene un autoendeudamiento que supera los 2 mil y pico de millones de dólares. Hay vencimientos en renegociación y un problema serio que arrastra de la caja de jubilaciones”. | Néstor Grassi

—¿Qué pensó cuando Cristina Kirchner escribió su “carta de las tres certezas”? ¿Ve alguna posibilidad de ese acuerdo o es solamente retórica?

—Más allá de la intención o no de la vicepresidenta, saqué dos conclusiones. Primero, que habló de algo que todos buscamos desde hace años y somos responsables de no poder lograrlo. Algo que tiene mucho que ver con las causas de nuestros atrasos. La segunda que me llamó la atención y me preocupó es que el Presidente, en vez de creer que era una carta para pedir una convocatoria, la leyó como una carta de apoyo. Al Presidente le pedimos en cuatro oportunidades algo así. Sin romper ninguna infidencia, en alguna comunicación telefónica conmigo en el principio de la pandemia, hablamos de que era absolutamente necesario por encima de las diferencias, por la crisis estructural que atraviesa la Argentina, por lo que iba a significar la pandemia, por lo que significaba este mundo que se dio vuelta patas para arriba, la necesidad de buscar un acuerdo básico. Algo fuera de lo espectacular que nos diera un horizonte de previsibilidad y de permanencia. No lo hemos logrado hasta ahora. Esa es una mala noticia sobre el primer año de gobierno.

—Dijo que “lo peor que le puede pasar al país es el látigo y billetera y que sea el sinónimo del federalismo, de la autonomía y del recurso constitucional. Eso sería atroz”. Alberto Fernández fue jefe de Gabinete de aquel gobierno de Néstor Kirchner de látigo y billetera. ¿Ve un futuro más nestorista que exacerbe la grieta?

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—Atravesamos diversas crisis. Una es la pandemia y sus consecuencias. Se iluminaron con el virus y con la pandemia viejos problemas. Desafió a la economía, a la ciencia, al mundo. También a la Argentina. En Argentina siempre se habló de federalismo. La verdad es que son muy pocos años los que se vivieron con algún criterio de distribución equitativa y de respeto a la convivencia. Estamos viviendo un federalismo invertido. En el gobierno anterior, por necesidad o por convicción, después del fallo de la Corte de los reclamos, el presidente llamó a los gobernadores, aun los que no habían reclamado para devolver fondo. Acompañamos al gobernador José de la Sota en ese momento por el 15% de la Anses que correspondía, inmediatamente después de que la Corte falló en favor de las provincias. A fin de año votamos nueve emergencias. Durante todo el gobierno de Néstor y Cristina separado en dos tiempos, en el de la etapa de crecimientos gemelos y después de 2006 en la crisis, todo el mandato de ambos, se hizo bajo emergencia. La emergencia no era un problema de economía, habíamos crecido a tasas chinas. Se trataba de concentración de facultades y de discrecionalidad. Es el peor peligro en un sistema presidencialista, desequilibra los poderes. Y hoy estamos viendo lo mismo. A raíz de la pandemia, el Gobierno volvió a otorgarle al jefe de Gabinete el poder de tomar todas las facultades de la Ley de Administración Financiera. La Corte Suprema de Justicia, en su histórico fallo, entiende que el federalismo es de acuerdos, de consensos, y que los recursos de todos los argentinos no pueden ser por imposición. Hoy el gobierno central es federal para recaudar y es unitario para distribuir. Además, agrega incertidumbre y tensión política. Va mal, en vez de elegir el camino del diálogo y encontrar el consenso. Lo que sucede en CABA es una señal de alerta. Lo es en términos de la calidad y del desequilibrio. Significa que en un acto de arrojo en un momento por necesidad el gobierno central, con una ley, con un decreto, con lo que sea, te meta la mano y saque tus recursos. El federalismo es una ficción en la Argentina. Reconstruir un país federal significa hacerlo no solamente en materia tributaria, sino también en ejercicio pleno de cooperación y de derechos. Acabamos de concluir este año de gobierno sin haber encontrado un protocolo nacional de circulación en este país. La consecuencia no solo ha sido la anarquía, sino hechos de violencia institucional que superan la treintena. Frente a ellos, el Gobierno hizo oídos sordos. No solo no se respetó el federalismo, sino que se violaron los derechos más elementales de los ciudadanos.

—Juan Schiaretti fue clave para aprobar la nueva coparticipación federal. ¿Podría explicar las diferencias entre el peronismo cordobés y el peronismo, podríamos decir del Conurbano, y si existe también un radicalismo cordobés diferente del resto?

—Más allá de las particularidades por ser una zona productiva, de la idiosincrasia, tanto para los gobiernos del radicalismo desde que vino la democracia, aun en la continuidad del gobierno de De la Sota, siempre los sectores productivos, como para la sociedad de Córdoba, la idea de que no te atropellen, que no dispongan de lo tuyo, tiene un valor muy trascendente. Es esencial que exista un criterio solidario justo y equitativo. Por eso ahí hubo disonancia. Cuando gobernaba De la Sota, fue una de las tres provincias que protestaron. Y fuimos todos juntos a apoyarlo. Estoy sorprendido, pero no porque voten en favor o en contra. La sorpresa es porque encendieron una luz amarilla. Lo hicieron con los porteños, lo que quizá les resulte más fácil políticamente. Pero mañana irán por otros. Debemos ser firmes en el reclamo más allá de las diferencias. Se quebró y se retrocedió en un principio histórico para Córdoba que se mantuvo por encima de los partidos políticos. Aun en la buena relación del gobernador Schiaretti con el presidente Mauricio Macri, en esa relación que tenían, dado que se conocían desde hace muchos años, cuando vio que le faltaban dos pesos de la caja de jubilación, reclamaba y con razón decía que, si no, haría una demanda judicial. Fue un grave error. No tengo una explicación, pero me parece que tiene que ver con la situación financiera de la provincia. Tiene un autoendeudamiento que supera los 2 mil y pico de millones de dólares. Tiene vencimientos en renegociación y un problema serio que arrastra de la caja de jubilaciones. Hay momentos en que las debilidades se convierten en inevitables. Pero hay provincias como la nuestra que son rectoras. No solo levantan la voz en la alarma, sino que intentan evitar males futuros.

—¿En el momento en que De la Sota reclamó, la solidez financiera de Córdoba era distinta a la de hoy? ¿A eso se debe el cambio?

—Es mi primera interpretación. Son veinte años de gobierno. Hubo cosas buenas, después también existe una fatiga. Tuvo mucha ayuda en el gobierno de Mauricio Macri, en buena hora para los cordobeses. Pero se comprometieron financieramente en tasas en dólares, que hoy constituyen algo más que un apretón, que se complica con la pandemia. En este momento están renegociando títulos. Además, la caja de jubilaciones este año demandaba 16 mil millones, que debían ser entregados por la provincia. El año pasado, antes de terminar el mandato, el presidente Mauricio Macri estaba reclamando 7 mil millones de pesos. Se torna inevitable la pérdida de ese peronismo distinto y federal en Córdoba. Empieza a quedar cercado y bajo la idea que primó en la Argentina de Néstor y de Cristina.

—¿Mauricio Macri favoreció el endeudamiento en dólares de muchas provincias, lo que terminó siendo un salvavidas de plomo para sus mismos gobiernos?

—En los tres pactos fiscales, primero, estuvo el reconocimiento de lo que significó el fallo de la Corte. En segundo lugar, siempre buscó una contraprestación, que era bajar impuestos. El último pacto fiscal significó salir del vademécum de esa Argentina cargada de impuestos. La idea era bajar ingresos brutos, apostar al crecimiento, salir de ese ahogo que producen los impuestos. Córdoba tiene un costo de electricidad entre los más altos del país. Estábamos arriba en Ingresos Brutos. No digo que alentó el endeudamiento, pero seguramente lo facilitó. En otras etapas los gobiernos te pasaban por la guillotina. Luego hay tipos de endeudamiento que no requieren la autorización de la Nación, como emisiones de determinados papeles y bonos. El problema de Córdoba es que casi el 90% del endeudamiento, sin contar el que tiene acá, es en dólares. Sabemos qué significó la devaluación.

—¿Cuál es esa diferencia entre el sistema jubilatorio cordobés y el del resto del país?

—Es una discusión vieja, que incluye también a los gobiernos radicales. La caja se había convertido en un símbolo, en un patrimonio propio. Pero después tuvo problemas de desequilibrio deficitario. Fue causa parcial de triunfos y derrotas de algunos gobiernos. Incluso después de la crisis del gobierno de Eduardo Angeloz, en su tercer mandato, que en mi criterio constituyó un error. Cuando asumió el doctor Ramón Mestre, hizo un ajuste y hubo un descuento en las jubilaciones. Buscó equiparar y siempre hubo una discusión con la Nación acerca de si se alineaba. Córdoba es una de las provincias que no cedieron la caja a la Nación en los 90, algo que mantenía como una bandera de autonomía. A eso se sumaba la idea de que pagaba más que la de Nación. Se firmaron muchos acuerdos. Uno de ellos fue en el gobierno del presidente Fernando de la Rúa, bajo el que Nación le compensaba parte del déficit. Cuando el doctor De la Sota asumió, significó una jubilación extraordinaria que llevó a la caja casi a explotar. Se jubiló gente a los 50 años; se fue casi la mitad del Poder Judicial. Se sabe qué pasa cuando le meten a un sistema esa carga. Un sistema que de por sí es deficitario, vivimos cada vez más, nacen menos personas; y sobre eso, se retiran los fondos antes. Un problema mundial que se torna tremendo en el país y en la provincia. Recuerde usted los 3 millones nuevos que se jubilaron y que se incorporaron sin aportes en el sistema previsional nacional. Es un tema que en algún momento hay que abordar sin demagogia. No se puede comenzar por el costo de los jubilados sin tener una política integral en materia de seguridad social. En Alemania, el último gobierno que constituyó Merkel fue sobre la base de una negociación con la socialdemocracia, que incluía el aumento de la edad de retiro y otra política de aportes. Es lo que pasó durante el gobierno de Mauricio Macri en aquel día D, en diciembre de 2017. Como muchos otros temas, la Argentina tiene que abordarlo sin hipocresía. La dirigencia política, los empresarios, los dirigentes sindicales, deben tratar los problemas estructurales por encima de quien gobierna, que permanecen y acompañan a todos los gobiernos. No puede ser que el Estado crezca tres veces y media más en lo últimos cuarenta o cincuenta años; que la inflación nos haga goles desde hace sesenta años con escasa intermitencia, o que pensemos que el Estado es el encargado de la producción. Estaba viviendo el último presupuesto, que ya se esfumó, desapareció, se fue. Toda la imaginación está puesta al servicio de lo fiscal y muy poco al servicio de lo productivo. Si hay un vademécum impositivo en el mundo, está en la Argentina. Tiene todos y si hay alguno nuevo, lo metemos y le aplicamos la dosis más alta. Y si alguno no tiene uno nuevo, le podemos recomendar el impuesto al cheque, que vino por un rato y se quedó. O las retenciones, un recurso de necesidad debido a que no generamos riqueza.

—Córdoba, desde antes del nacimiento de la propia Argentina, fue el lugar que competía con el puerto de Buenos Aires. Era la única provincia que podía hacerle frente a lo que podríamos llamar el unitarismo porteño. Con la primera universidad, se adelantaba a lo que sucede en el país desde el Cordobazo hasta el triunfo de Mauricio Macri. Tuvo un radicalismo exitoso, cuando en el resto del país no lo era. También tiene un peronismo diferente. ¿La falta de crecmiento de todo el país afectó a Córdoba, especialmente a su sistema jubilatorio particular? ¿Está perdiendo el poder de ser esa “voz del interior”, como se llama su principal diario?

—Sin convocar a ninguna rebelión, siento que hemos perdido. Entramos en una etapa de chatura. No se trata de liderar una idea, un rumbo. Es una de las provincias que integran la cadena del sector productivo. Puede conjugar la producción primaria con la economía del conocimiento, lo que el mundo demanda. Córdoba tiene un significado por su geografía, su historia, pero también por su capacidad de mirar el futuro. Hace unos años entró en el circuito de la comodidad y no en liderar con riesgo una idea de pensamiento. Había usinas económicas, centros de empresariados, de pymes, que imaginaban, que lideraban corrientes de pensamiento en el país. Tengo mucha expectativa de futuro: hay gente joven, mucho emprendedurismo, mucha idea de mirar el mundo antes de mirarse el ombligo. Sin ser separatista, tenemos todas las condiciones necesarias para recrear un modelo de desarrollo no autónomo, pero sí que funcione como modelo. Pero para eso necesitamos un Estado eficiente, no uno que crezca desmesuradamente en forma ineficaz. Se precisa orientar la educación en el sentido de los tiempos y del mundo. Sin ella no podremos ir a ningún lado.

—¿Para ser independiente políticamente hay que serlo financieramente?

—Es un condicionante enorme. Pero hay muchos dirigentes que saben del valor estratégico de la intransigencia y de no resignar determinados valores, de no bajar el tono de voz. Es la diferencia entre un estadista y alguien que meramente administra.

—El Gobierno plantea una agenda: impuesto a la riqueza, cambio de la coparticipación, ley de aborto, presupuesto, modificaciones en la Justicia... ¿Hay una agenda parlamentaria de la oposición?

—Me parece muy buena la pregunta. El primer año demuestra que el Gobierno no tiene una brújula estratégica de hacia dónde ir. Fue tomado por la pandemia, no la preveía. Ese fuerte empoderamiento se fue perdiendo porque cambió el orden de prioridades. La cuarentena se convirtió en un programa. Empezó a tener iniciativas y perdió el rumbo. Estamos concluyendo el año con más incertidumbres que certezas, y eso no es bueno. Las incertidumbres no solo son sanitarias. Más allá de la vacuna, tendremos que pensar que puede haber rebrotes. Hay que abrirse a pensar, convocar, trabajar, a ver cuánto daño causó la cuarentena. No solo en la salud. Hemos sido top ten en el mundo por la permanencia de la cuarentena. Así como no veo claridad sobre un plan económico previsible, sí se puso a la luz rápidamente un plan judicial. Hubo una obsesión sostenida por la vicepresidenta. Tiene todo el derecho de defenderse. Pero no puede convertirse en la agenda del Estado. Ese programa judicial que tomó el Gobierno aumentó la incertidumbre. Y más cuando se creó la comisión de la reforma judicial. En nuestro criterio nacía prácticamente muerta. No estoy hablando siquiera de los gastos; lo digo conceptualmente. Hay una mayoría absoluta en el Senado. En Diputados nosotros somos minoría, y no tienen la mayoría absoluta de los gobiernos de Néstor y Cristina. Sin embargo, cuentan con la capacidad de alianza, que los obligó a hacer algún tipo de modificaciones. El presupuesto quedó muy atrás de lo que el ministro, de buena fe, expresó como su línea rectora. Tanto en el cálculo de la inflación prevista como con de la inflación que se proyecta. Desde el déficit, que promete bajar tres puntos sobre los recursos vinculados al Covid-19, pero no sobre otros gastos del Estado. Por el otro lado, está financiado con un 60% más de emisión. Hay que rever y ajustar las cuentas. Eso sin incorporar en el presupuesto los cálculos para jubilaciones y sin calcular lo que llamaron impuesto a los ricos, que lo único que consiguió es engordar el vademécum impositivo. Los multimillonarios que estuvieron en el blanqueo no están acá, están en otro lado. Hay que ajustar los convenios internacionales. Hay doble imposición. Se generará una serie de problemas. Las iniciativas parlamentarias del Gobierno no implican necesariamente que exista una orientación. No me preocupa la cantidad de iniciativas; lo que me preocupa es la falta de rumbo. Ojalá cambie. Nos aislamos para cuidarnos y mejorar el sistema de salud, y terminamos con la cuarentena más larga. Generamos más incertidumbre con los países vecinos, tenemos política exterior errática, nos fue mal en el BID. Me alegro que ahora dialoguemos con el nuevo presidente de los Estados Unidos. Aunque haya que aclarar lo que dijo el canciller Felipe Solá. Fue casi un papelón. Después de un año cruzamos a Uruguay para comer un asado con el presidente Luis Lacalle Pou. El Presidente conducía una transición, entre la peste y la economía. Cuando se conduce una transición, no se puede bajar al barro. Tiene que establecerse un orden de prioridades. Creo que se desordenaron las prioridades, nos sobrecargaron de incertidumbres institucionales y económicas. ¿A dónde vamos a ir? ¿Tendremos una política exportadora? Parecería que el mundo está jugando al póquer. Parecería que se repartirán de nuevo las cartas. ¿Está preparada la Argentina? El mundo nos mira y la economía está boyando. Un día decimos que estamos mejor porque la brecha cambiaria se acortó. Bajó la fiebre, pero no resolvimos el problema, porque generamos más deuda y pagamos un 17% en dólares por nuevos bonos. Sacamos los bonos de la Anses y los vendemos al 50%. Los problemas son sumamente complejos: desigualdad, pobreza, falta de rumbo. Debemos busca un acuerdo básico que tenga un horizonte por encima de las diferencias, pero basado en la normalidad institucional. Hay que sacar las incertidumbres institucionales, buscar el reequilibrio de los poderes. La sociedad debe aceptar las reglas de juego, que la propiedad privada es propiedad privada. Lo mismo sucede con el federalismo. Debemos ir a un acuerdo que incluya acortar la brecha de desigualdad, pero también una política de crecimiento que exporte, que nos genere divisas. Somos top ten en la caída de inversión directa del extranjero. Hay países vecinos con más estabilidad que nosotros. Vivimos mucho de la nostalgia. Los que ganaron piensan que la gente los votó no solo por los errores nuestros sino porque añoran la Argentina de 2015. Es imposible que retorne esa Argentina. No vuelve, no hay plata, y tampoco están los precios internacionales. Ya no hay populismo con plata.

—Usted dijo, sobre el debate parlamentario, que “nosotros conversamos de frente. Quiero decir que no vamos a hacer lo que nos hacían ustedes cuando había veinte cuestiones de privilegio por sesión, treinta pedidos de apartamiento de reglamento por sesión... Guarda con decir que no, porque se iban al humo del presidente de la Cámara, asaltaban porque decían que se les impedía la palabra”. ¿Cuál es la diferencia entre el funcionamiento con el kirchnerismo en la oposición y en el control del oficialismo, y viceversa?

—Se podrían dar muchos ejemplos. Cuando haya que discutir la nueva fórmula jubilatoria, en la que pagan un costo muy grande los jubilados, nosotros no vamos a ir con camiones con piedras. En el Parlamento hay pasiones que a veces se encapsulan. Es como que se pusiera una sordina y se alejara de la realidad. Aprendí que, aunque no pensemos igual, siempre hay que tener la idea de que hay que buscar algún consenso. Venimos con muchísimas horas de desgaste sobre el pasado y muy poco tiempo invertido en el futuro. El Parlamento argentino está ávido de ideas. Cuando asumí, éramos oficialismo en minoría y Agustín Rossi con “de ahora en adelante, el quórum lo buscan ustedes. Si no lo buscan, nosotros no entramos”. Procuramos no hacer eso. No porque el quórum no sea una herramienta excepcional. Lo importante es que se haga el esfuerzo por buscar quien lo convalide. El principio general es debatir, es discutir, pero no a los gritos. Por otra parte, el país no tiene cura si en los debates siempre se está llegando. Parecería que nadie tuviera pasado. Pero el país es una sucesión de hechos; de aciertos y de errores a través de la historia. Es un juego entre democracia y verdad. Cada día se exige más verdad, como cosa inexorable, pero también como derecho de los ciudadanos. Los ciudadanos necesitan que digan qué es lo que pasa, que no se oculte nada, que sean transparentes los debates. Hay un Parlamento que pierde muchas de sus facultades. No es un problema del oficialismo, es de un poder que las pierde. Añoro que levantemos la mira del debate, que dejemos de echarnos culpas, porque es algo inagotable.

—¿Cómo es la relación con Máximo Kirchner? ¿Se llevan mejor, igual o peor que con Agustín Rossi?

—Tengo buen diálogo. La base de la democracia es hablar, independientemente de las diferencias. Por lo general, no personalizo la política, discuto ideas. Debemos buscar cómo facilitar las cosas, independientemente de las diferencias muy marcadas. Soy muy plural, tengo mucha paciencia, pero trato de mirar un horizonte hacia adelante. Hay que terminar con la virtualidad. Estamos en un país incomprensible. Hacen publicidad para ir a Mar del Plata a veranear mientras no se sabe si alguien quedará preso en Formosa. La gente va a trabajar y los albañiles construyen casas, pero los legisladores están vía remota. Eso cumplió un ciclo. El Presidente comunicó con felicidad que terminó el ASPO y que estamos en el DISPO. Pero la gente no sabe qué es distanciamiento social. Si autorizan fiestas de 500 personas, ¿quiénes somos los legisladores privilegiados para no encontrarnos a legislar? La esencia del Parlamento desde los ingleses es el “face to face”. No es lo mismo mirarse a la cara que verse a través de una pantalla. No es lo mismo ver a un ministro a los ojos delante. La virtualidad se convirtió en un hermoso sillón de un living. Se quedan a distancia y se sale a través de una pantalla. No hay razones para no volver a la normalidad. Con Rossi tenía buena relación personal. Y ellos atravesaban la crisis del peronismo.

—¿Y cómo es su relación hoy con Sergio Massa y cómo era con Emilio Monzó?

—A medida que pasan los años, a uno se le acorta la distancia y gana libertad. No encontré el tono de la relación con el presidente de la Cámara. Esto se lo digo a usted. Lo digo por primera vez.

—¿Podría ampliar esa relación entre la edad y la libertad en lo referido a los presidentes de la Cámara?

—En un cuerpo colegiado, el presidente cumple el rol más importante. Es muy difícil ser presidente. Hay que hacer el esfuerzo de sacarse la camiseta. Creo en la institucionalidad de los bloques en los cuerpos colegiados. Una institucionalidad de diálogo permanente. No quiere decir que uno imponga. En política es factible equivocarse, prometer y no cumplir, pero debe poder explicar las cosas, como decía Winston Churchill. Me lleva mucho tiempo entender cuando me dicen una cosa y después sale otra.

—En el debate anterior en el Parlamento sobre el aborto se manifestó a favor de votar su despenalización. ¿Hará lo mismo ahora?

—Preferiría no hablar del tema. Por supuesto que el voto es público. Aquel fue un hecho transversal, bastante traumático, incluso hubo hechos de violencia. Hoy veo que se está discutiendo con más normalidad. Soy presidente de un bloque que además de opositor está muy cruzado por debates de esa envergadura, y no quiero que se mezcle mi opinión.

—¿En la votación anterior se manifestaban transversalmente opiniones a favor y en contra y ahora parece orientarse más a que el oficialismo esté a favor y la oposición en contra?

—Sigo viendo una fuerte transversalidad. Han comenzado las comisiones. Veo que hay más serenidad en el debate. Un debate donde se mezcla también el pensamiento religioso de cada uno con concepciones éticas, sobre la salud pública. Hasta ahora veo más serenidad, más predisposición a escuchar. La Argentina está viviendo un momento de muchísima incertidumbre y tensión, y uno espera que esto no se politice.

—Se habló de que el verdadero certificado de adultez de Juntos por el Cambio es haberse mantenido unido a pesar de la derrota.

—Coincido bastante con esa mirada suya, por lo menos en una parte. La Argentina casi no tuvo cultura de coaliciones. En el caso nuestro, fue una coalición más parlamentaria. Había radicales y de la Coalición Cívica en el gobierno, pero era un sistema muy presidencialista acentuado con gente de la coalición en el gobierno, pero donde fue una coalición, me tocó presidirla los cuatro años de oficialismo y en minoría en el Parlamento. Las coaliciones se mantienen cuando están en el poder. El poder disciplina por solidaridad. Disimula las diferencias. Me preguntaba cómo sería frente a una coalición que pierde una elección, que debe elaborar el duelo, que tiene que imaginar el futuro sin un liderazgo único, fuera del poder. El secreto de las coaliciones es administrar las diferencias. Cuando se es oposición, lleva mucho más tiempo, porque se despliegan alas de libertad. Hay que establecer prioridades, profundizar coincidencias, pero imaginar un futuro por donde ir. Es un desafío. Le voy a contar un secreto: dije que si a los noventa días no volamos por el aire, es que elaboramos el duelo. Siempre el oficialismo, más el peronismo y en este caso el kirchnerismo, siempre ha tenido mucha habilidad para dividir como parte de su juego. Hubo tres colegas que se fueron del interbloque; quedamos 116, y ya llevamos un año. Si me pregunta si eso es un éxito, le diré que no, que es muy poco. El camino es la reconstrucción, dar un salto cualitativo, terminar de repasar los errores, desafiar al futuro con una agenda distinta, salvo los problemas estructurales. Tenemos un mundo distinto, que no es el de 2015. Tenemos que observar también los problemas propios de la democracia. El populismo, como dice Pierre Rosanvallon, no es que sea un demonio, también es el resultado de las crisis propias de la democracia y de la insatisfacción ante este mundo global. La Argentina no está exenta de eso. Las fuerzas políticas deben comprender ese fenómeno. No hay un sistema de partidos nítido después de 2001. Debemos incorporar eso y dar un salto cualitativo. Cuando ganamos por más de lo que pensábamos en 2017, dije en Olivos que había que hacerle un service a Juntos por el Cambio. Había que dar un salto cualitativo hacia un gobierno de coalición con un programa para los dos últimos años.

—¿Ese service no se produjo porque la coalición electoral no fue de gobierno y el PRO no atendió los pedidos de los radicales? Gustavo Posse habló de servilismo de los radicales durante la gestión anterior.

—Fue una experiencia no sencilla con orígenes distintos. Los males que se evitan no son los que más sobresalen. El año 2015 fue el resultado de una oposición atomizada y casi los finales de una etapa de populismo que había distribuido y ya no le quedaba casi nada. Que estaba muy mal y con enormes desequilibrios institucionales. Había también sospechas sobre la transparencia. Eran otras las prioridades. Después uno juzgará si eso era válido o no. Se trató de convivir, de coexistir con orígenes distintos. No fue un gobierno de coalición. Y eso resultó una enseñanza. No creo en la mala fe de nadie. No pongo el calificativo de serviles. La política no se marca por la descalificación, sino por la capacidad de superar al otro. Hubo una sobreestimación de la capacidad para resolver los problemas. No había una evaluación fuerte del valor de la política. El Estado es mucho más complejo que el sector privado. Hubo un momento en el que no había sintonía entre la necesidad de las medidas que debían tomarse y el valor democrático de que la sociedad las comprendiera y las aguantara. Hubo problemas de velocidades, así como también hubo aciertos, y creo que hubo una sobreestimación de cómo resolver problemas como la inflación. Fue muy complejo lo que se recibió. El déficit del 8% fue el que se recibió en 2015, con origen distinto. Seguimos sin resolver los problemas monetarios y de reservas en el Banco Central, lo mismo que en 2015. Todos tenemos que aprender de la experiencia. El PRO, por supuesto, entender que en política también es esencial el diseño, la decisión, la capacidad de anticiparse en base a la experiencia. Además, se tenía un Estado acostumbrado a vivir fuertemente de subsidios con emisión y no impulsando una política de crecimiento que generara riqueza.

—¿Cuál será el resultado electoral de 2021? Ernesto Sanz dice que el 41% de 2019 es un 50% en la actualidad.

—Soy optimista por naturaleza. Pero hay que regar la planta todos los días. Puedo coincidir con Ernesto, pero hay que regar la planta para que la oposición no pierda el rumbo. No consiste en salir todos los días a contestar todo. Hay que tener un orden de prioridades, comprender cuáles son las demandas de la sociedad y volver a generar confianza. La sociedad no quiere que se desequilibre el poder. A finales de la pandemia está desequilibrado. El Poder Ejecutivo está con mucho pecado de gula, concentra mucho poder. El Poder Judicial sigue sin normalizarse, abre las ventanas a medias. Y el Congreso tiene que volver a la presencialidad rápido. El valor de nuestra unidad y de nuestra propuesta ya no reside en una sofisticación de los dirigentes. El kirchnerismo gobernó en épocas de crecimiento y en épocas de crisis económicas con dos condiciones: emergencia económica y mayoría absoluta en ambas cámaras. Casi con más poder que Juan Perón y con las facultades del Congreso trasladadas al Poder Ejecutivo. Es la primera vez que en una de las cámaras no la tiene del todo. Tampoco es sencilla la elección para nosotros. Renovamos sesenta bancas entre diputados y senadores. En un momento de tensión política el Gobierno le saca 65 mil millones de pesos. Y lo que le sacó a CABA se lo dio directamente a la provincia de Buenos Aires. A diferencia de otras provincias, le dio 90 mil millones de pesos discrecionalmente, mientras que los otros gobernadores van y lo acompañan y ni siquiera hacen coparticipable lo que le sacaron a CABA. Ahí hay ya una estrategia electoral. Buenos Aires es la madre de las batallas. Buscarán tener un diferencial en Diputados que los arrime al quórum de los 129. Debemos tener una clara estrategia y capacidad de ampliarnos. Tener un trazo más grueso, porque la Argentina no está para sofisticaciones ideológicas con el 50% de pobres y con caída del 12% del producto bruto.

—¿El crecimiento de los que se llaman libertarios, como José Luis Espert y Javier Milei, puede tener el “efecto Randazzo” y canibalizar una parte de votos de Juntos por el Cambio?

—En una elección parlamentaria el Gobierno alienta, por supuesto, caminos políticos paralelos a la oposición más fuerte, para ver si puede disputarle algo de su caudal. No tengo tanto temor de eso. Y no es soberbia. El tono de los extremos, el grito mezclado con la antipolítica, rinde poco. Los respeto, pero no me interesa coincidir en eso. Debemos interpretar la base social, no lo que dicen los dirigentes. El sector productivo no sigue a cualquiera porque sí. La sociedad aprendió que el desequilibrio lleva a la concentración de poder. A nosotros se nos cayó la mitad de la clase media. No es que nos voten los que salen a la calle, pero compartimos muchos valores con ellos. No hay que utilizarlo mal ni pensar que se ganó. Pero la sociedad sabe distinguir también si el voto lo tira al viento porque está enojado o lo convierte en utilidad. Es el único momento que tiene para reequilibrar el poder. Depende mucho de nosotros, de cuál sea nuestro mensaje y de nuestra capacidad de ampliarnos.

—¿Cómo afectará el panorama electoral una caída del 12% del producto bruto y el daño económico que produjo la pandemia? También la irrupción de una vacuna.

—La economía nunca es neutra, decía Bill Clinton. Pero hay sectores de la sociedad que están muy despiertos y le tocaron el timbre al Gobierno varias veces. Por ejemplo, cuando se dieron cuenta de que no era reforma judicial, sino que era más búsqueda de resolver el pasado con impunidad. O, más allá de los problemas de la familia Vicentin con su administración, la gente pensó que iban por otra cosa, y también salió. Lo mismo ocurrió con las ocupaciones. Independientemente de que me gusten o no las personas, era un Estado errático y ausente, mientras el Presidente decía que la propiedad privada no se toca, pero no es tan malo lo que dice Juan Grabois. Hay un sector significativo que está muy alerta, que no va a votar solo economía. También este gobierno ya metió tres impuestos nuevos a los 160 que tiene la Argentina. Fue por lo fiscal, no por lo productivo. Todo va a incidir. Debemos estar muy contentos de que la vacuna venga rápido. Pero que el Gobierno no se equivoque como con las filminas de los viernes. Creía que era una carrera para decir que éramos mejores que los otros y después quedamos dentro de los diez peores. Hay que actuar con mucha humildad. La ciencia tiene un desafío enorme. Econtraremos una sociedad con menos miedo y con más libertad. Y habrá un rebote en la economía, pero un rebote del quinto subsuelo al cuarto. Más allá de lo que pensemos sobre Jair Bolsonaro, la salida en términos económicos los agarra un poco más fuerte que a nosotros. Nos agarra con índices mucho más bajos. No quiero imaginar cómo se expresará la fatiga social. Se quitaron del presupuesto los recursos para el IFE y las ATP. El Gobierno debe suponer que las pymes ya están en plenitud, recuperando el trabajo de la gente. No se ve, con la carga impositiva que hay y con la falta de confianza. Puede haber un rebote. Si usted no tenía nada de consumo, algo habrá. Pero también si había un 29% de inflación y ahora va a terminar con el 37% o 38%, aún con las tarifas congeladas. El ministro de Economía anunció que tiene la necesidad de empezar a salir de los subsidios en materia de servicios. El Gobierno actúa con un Excel o actúa en blanco y negro, como si no hubiese pasado nada en el mundo, en la economía. Como si se estuviese a fines de 2015, con fondos en el Banco Central para seguir gastándolos. No existe nada de eso. Y además no tenemos financiamiento internacional.

—Usted también tiene el optimismo de Ernesto Sanz respecto del resultado electoral, por lo que veo.

—Le agregaría que hay que regar la planta todos los días.  Espero que la Argentina encuentre un GPS rápido, que no perdamos la oportunidad. El cambio de gobierno en Estados Unidos significa muchas cosas. Entre ellas que vuelve al mundo y vuelve también por la democracia, por el medio ambiente y los acuerdos de París. Hay que estar atento a dónde va Biden apenas asuma. Volverá a reequilibrar el mundo, empezando por Europa.

 

Producción: Pablo Helman, Débora Waizbrot y Adriana Lobalzo.