—Jorge Fontevecchia: En el libro de Macri, del que mínimamente sos curador, hay un párrafo donde el ex presidente dice: “La ex presidenta no está bien. No sé si alguna vez lo estuvo. Tiene una experiencia de sufrimiento muy dura, una serie de cosas no resueltas desde muy atrás que solo ella debe saberlas. La psicología de cada ser humano es muy compleja. Tal vez esto explique su estado permanente de deseo de venganza”. ¿Pasar por situaciones traumáticas, en tu caso la muerte de tu hijo, cambia a una persona?
—Pablo Avelluto: Acabo de leer un libro sobre eso. Se llama The Anatomy of Grief, (n. de la r: de Dorothy P. Holinger) que acaba de salir en Estados Unidos. No sé qué cambia. Lo que sé es que deja marcas para siempre. Antes pensaba que la única cosa que hacíamos para siempre era tener hijos y me di cuenta de que no, no es para siempre. La única cosa de la que no podemos volver es de tener hijos. La muerte es la cosa que es para siempre. Y ese dolor te atraviesa.
—Joe Biden también sufrió el fallecimiento de su hijo y dijo: “Los primeros días me sentía atrapado en un vértigo constante, como esos sueños en los que de repetirse sentís que te caés, aunque en mi caso me caía constantemente”. ¿Cómo fueron tus últimos meses?
—Fueron así. Primero, un profundo shock. Un profundo anestesiamiento interno, no entender qué pasaba. Después, un mar de tristeza. Sensación de estar en una balsa en el medio de un agua inmóvil. Después uno va reconectándose con el trabajo, con las cosas. No deja uno de sentirse a veces culpable por no estar sufriendo. Hasta hace unos años el duelo era algo mucho más público y llevaba más tiempo. Hoy parece pensarse como un estado fugaz. Y no es así.
—Freud hablaba de tres años como proceso de duelo.
—Probablemente. Hablé con mucha gente, conocida y desconocida, que se acercó a mí con pérdidas parecidas para contarme un poco su experiencia. La sensación es que es una marca que te acompañará para siempre. Mientras tanto, intentás, con altas y bajas, con momentos mejores y peores, de sobrellevar algo tan doloroso.
—En el momento de la muerte de Nicolás, el propio presidente Alberto Fernández escribió: “Con enorme pesar, he sabido del fallecimiento de Nicolás Avelluto. Duele mucho la muerte de un joven. Quiero transmitirles mi profundo dolor a sus padres, hermanos y a todos los que lo han querido”. ¿Te sorprendió el tuit del Presidente?
—Le escribí el día siguiente y tuvimos un diálogo muy respetuoso y cálido. Le dije que yo era muy crítico de él y que había hecho cosas muy duras. También dijo cosas muy duras de mí alguna vez. Pero le comuniqué que celebraba que lo humano estuviera por delante y le agradecía ese gesto. Tuvimos un breve intercambio por WhatsApp.
—¿Hubo alguna reacción de alguien que te sorprendiera particularmente que no te esperabas?
—Me sorprendieron los abrazos de la gente en la calle, porque yo no soy un tipo tan conocido.
—¿De gente desconocida?
—Me sorprendió una periodista de Página/12 que se ocupa de los temas de cultura y había sido muy crítica de mi gestión (N de R: se refiere a Paula Sabatés). Nico era un militante de izquierda que iba a cuanta marcha había y se anotaba en muchas causas. Ella me escribió y me dijo que había hablado mucho con Nico sobre mí y que Nico le había dicho que yo y su mamá habíamos sido muy importantes en su formación política a través de los libros que había en casa. Muchos libros míos y otros que venían de la generación de mis viejos. Y que él no le hablaba mal de su papá, a pesar de que pensáramos muy distinto. Ese mensaje me hizo bien. Soy ateo, soy judío por parte de madre y bautizado católico, pero no tuve ninguna formación religiosa. Siempre consideré el ateísmo como algo superior; también tenía esa sensación de superioridad moral sobre los creyentes. Me di cuenta de que era un enorme error. Por primera vez sentí que la fe era un don, que cumplía una función, sobre todo en una situación así. Y carecer de ella... No hay cielo, no se va a encontrar con el abuelo, no está con los ángeles, no pasa eso. Pero me confortó que mucha gente creyente me transmitiera que estaba rezando por él. Me hizo bien saberlo, porque yo no sabría ni cómo empezar.
—Dijiste en un reportaje anterior: “A veces los padres no somos tan importantes como creemos y Nico fue él mismo. Creyó en lo que él creía. ¿Y sabés qué? Jamás nos peleamos por política. Nunca tuvimos una sola discusión, nunca alguien se levantó de la mesa enojado o permaneció una temporada sin hablarle al otro. Al contrario, nos reíamos. Él y los suyos, yo y los míos. A él le interesaba lo que pensaba su papá y a mí me interesaba lo que pensaba mi hijo”. ¿Quedó algo pendiente por discutir?
—Te queda pendiente todo cuando alguien se va a una edad tan temprana.
—¿Qué te enseñó él?
—Buena pregunta. Me enseñó que podíamos llevarnos bien pensando diferente. Más allá del contenido ideológico que cada uno hubiera abrazado, a los dos nos interesaba la política, la música, el cine, el periodismo y la fotografía. Lo mejor que los padres podemos hacer con nuestros hijos es compartir nuestras pasiones.
—¿Hablaste con los compañeros de militancia de Nicolás?
—Sí, claro. Hablé con muchos de ellos. Le hizo un homenaje frente al Congreso Nacional la comisión que había integrado por el aborto legal. Me dijeron cosas muy lindas de él. Como padre me llenaron de orgullo. Un tiempo antes me había encontrado en un estudio en televisión con Myriam Bregman que me habló maravillas de mi hijo. Quizás la enseñanza es que la política no es tan importante como para dividir a las personas al extremo como lo hizo en la Argentina.
—Hermosa metáfora. El idioma castellano no tiene una palabra que describa el vínculo de una persona con su hijo fallecido. Existe “huérfano”, “huérfana”, “viudo”, “viuda”, pero no hay un término correspondiente a las personas que perdieron un hijo. ¿Te merece alguna reflexión?
—Es que es indecible. Leí mucho, como te decía. Se suele decir en esas situaciones “no tengo palabras”. No te salen las palabras. Está estudiado que el sector del cerebro que tiene que ver con el lenguaje como que se contrae. Podría haber una relación entre esa falta de palabras ante el dolor. No la hay porque es indecible, no tiene nombre. No hemos encontrado un nombre a eso.
Este es un fragmento de la entrevista de Jorge Fonteveccha a Pablo Avelluto en Periodismo Puro. Lea el reportaje completo siguiendo este enlace