Fabián Tablado salió de prisión el viernes tras pasar 23 años detenido, luego de asesinar de 113 puñaladas a su novia, Carolina Aló, en su casa de la localidad bonaerense de Tigre, pero no es el único femicida que recuperó la libertad beneficiado por decisiones judiciales. El mismo carril tomó Miguel Torres Juárez, quien fue sentenciado en 2004 a cadena perpetua por cometer uno de los crímenes más brutales que vivió la ciudad de La Plata, y quedó libre luego de poco más de una década de encierro.
El hombre, de por entonces 21 años, descuartizó y enterró en el depósito de herramientas de la calesita donde trabajaba a Magdalena Torres (22), su prima con quien, además, mantenía una relación amorosa. Si bien simuló estar preocupado por la desaparición de la chica, tras el homicidio le robó la plata que ella tenía y sacó un pasaje a Santiago del Estero, su ciudad natal, donde caería días después.
El comienzo de la trágica historia se remonta al sábado 19 de enero de 2002, cuando la chica se despertó a las 8.30. Esa noche se vería con su nuevo novio, a quien había presentado la noche anterior ante su familia, y no dudó en contárselo a su madre, Ramona, diciéndole a su vez que saldría un rato para comprarse un jean. Ella le dio 100 pesos y le pidió que almorzaran juntas. Magdalena aceptó, pero jamás llegaría a esa comida. De hecho, ya no volverían a verse.
Antes de ir a buscar el pantalón, se acercó al Paseo del Bosque, donde Miguel cuidaba los botes del lago y la calesita El Duende Poppy, que se hallaba justo atrás de la cancha de Estudiantes. La intención era finalizar la relación, ya que deseaba enfocarse en su noviazgo con Nahuel. El le dijo que fueran hacia la zona del carrusel, abrió la puerta donde está el motor de la estructura y entró a ese habitáculo de dos metros de diámetro, que utilizaban para depositar herramientas. Ella ingresó detrás, obligada o engañada.
En el debate oral, Miguel afirmó que ella le dijo que no quería seguir más y que hasta le dijo “crédulo”, “cornudo” y que “lo había usado”. El tomó una piqueta y le asestó cinco golpes en el cráneo. Desmayada, le cortó la garganta con una cuchilla y le seccionó la cabeza, los brazos y las piernas, aun estando con vida.
Enterró los restos en una fosa que había cavado en ese mismo reducto y se marchó, no sin antes apoderarse del dinero de la víctima. Si bien intentó demostrar que cometió el acto en un lapso de histeria, colérico por la ruptura y por los supuestos agravios de ella, los pesquisas determinaron que planificó el crimen, y por eso ya tenía preparado el pozo para deshacerse del cadáver. “La fosa, esa especie de tumba, la había hecho con anterioridad”, le contó un vocero a PERFIL.
¿Quién era Miguel Torres Juárez?
El joven de tez trigueña, cabello castaño oscuro y 1.70 de estatura se había instalado hacía dos años en casa de sus tíos –los padres de Magdalena–, ubicada en el barrio de Altos de San Lorenzo. Abandonó Santiago del Estero para “estudiar y trabajar”, de acuerdo a sus palabras, aunque en el juicio admitiría que se mudó porque se había enamorado de su prima y soñaba una familia con ella. Bajo juramento de amor eterno, se ilusionó con un futuro juntos, aunque la relación siempre fue secreta. Cursó con ella el secundario nocturno y consiguió trabajo en el Bosque. A las 6, agarraba su bicicleta y pedaleaba unos cinco kilómetros. Nunca recibió una queja de parte del dueño de la calesita.
Tras el femicidio, y con los cien pesos de la víctima, compró un boleto para su tierra natal y le dijo a su tía Ramona que se volvía. El domingo la llamó varias veces para preguntarle si sabía algo de Magdalena, quien permanecía desaparecida. La farsa terminó cuando Miguel le avisó a su jefe que renunciaba, pese a que él se encontraba en la costa atlántica. Diez días después del homicidio, el hombre volvió a La Plata, abrió el cuartito del motor y notó tierra removida. Lo que más llamó su atención fue el olor nauseabundo que allí había, además de unas frazadas con manchas aparentemente hemáticas. Removió la tierra con una pala y descubrió los dedos de una mano.
Torres Juárez fue detenido el 30 de enero de ese 2002, y les dijo a los policías: “Si no era mía, no era de nadie”. Tras el juicio, en 2004, fue condenado a prisión perpetua, pero la perpetua se convirtió en 12 años de encierro, ya que recuperó la libertad “al agotar la pena” el 26 de agosto de 2014.
“La degolló para lograr el desangrado del cuerpo”
En el juicio se determinó que la relación amorosa entre víctima y victimario se había iniciado dos años atrás, cuando Magdalena fue a Santiago del Estero a visitar a la familia de su primo Miguel. Se enamoraron y él se mudó a La Plata, donde fue recibido por sus tíos –padres de ella–. El primer conflicto fue cuando una prima de la joven la invitó a una fiesta solo a ella, una semana antes del crimen, donde conoció a Nahuel.
El día antes del asesinato, Magdalena presentó a este chico ante su familia, estando Miguel presente. Allí, creen los pesquisas, este planificó el femicidio. En Santiago del Estero el hombre se había convertido en un experto despostador de chivos y ovejas y un médico forense reveló en el debate que la chica “fue seccionada en la garganta de un solo corte, limpio, tomándole la cabeza hacia atrás e infligiendo la herida entre la primera y la segunda vértebra cervical. Hay una increíble similitud en la manera en que el imputado desangraba en Santiago los chivos antes de cuerearlos”. Y el forense Juan Roux añadió: “Primero la degolló para lograr el desangrado del cuerpo. Eso le permitió la sección de las partes de la mujer, que, prácticamente desnuda, aún se encontraba con vida”.