POLICIA
tenia perpetua pero fue liberada

El calvario de la mujer que pagó por la violencia de su ex pareja

Marcela Mendoza pasó cuatro años presa, acusada de quemar vivo a su ex novio, a quien había denunciado por maltrato en Bavio. En el penal vio salvajes agresiones y suicidios.

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Despedida. El último día en prisión con algunas de sus compañeras, a quienes les dejó sus cosas. | na / cedoc

La vida de Marcela Mendoza (41) cambió drásticamente el 9 de agosto de 2015, cuando aceptó verse con su ex pareja con el fin de cerrar de una vez la historia que ya había concluido cuatro meses atrás. Como preveía una discusión y no quería exponer a sus hijos, decidió que el encuentro no fuera en su casa y coordinaron en una panadería ubicada en las cercanías, todo dentro de la localidad bonaerense de Bavio. Sin sospechar nada, subió al auto de Rubén Gómez (35) y, en pocos minutos, su destino se vería modificado de una manera jamás imaginada.

El hombre intentó convencerla de volver, pero pronto sus intenciones salieron a la luz ante su negativa. Aceleró de manera desmedida mientras circulaba por ruta 11 pese a que la calzada estaba resbaladiza por lluvia y hasta le pegó en el rostro y la zamarreó. Antes de que ella pudiera defenderse, le arrojó combustible y después la prendió fuego. Desesperada, la mujer se apeó y sofocó las llamas de sus manos arrojándose a un charco. En tanto, el foco ígneo copó el sector delantero del vehículo y se convirtió en un infierno para el agresor, quien culminó con el 70% del cuerpo quemado y murió tres días después.

Ante una serie de testigos que presenciaron el momento en que al auto se incendiaba, Gómez culpó a Marcela diciendo que había querido matarlo. Esa sentencia fue suficiente para que Ernesto Domenech, Andrés Vitali y Santiago Paolini, jueces integrantes del TOC 3 de La Plata, la condenaran a prisión perpetua por “homicidio agravado por el vínculo”, pese a que ninguna prueba científica la incriminara.

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Su ex quiso incendiarla pero murió en el intento y a ella la condenaron a perpetua

Desde ese 9 de agosto hasta el 15 del corriente, estuvo presa en distintas dependencias, pasando los últimos cuatro años en la Unidad Nº 33 de Los Hornos. Luego de la sentencia del Tribunal de Casación, adonde su abogado Adrián Rodríguez Antinao apeló, recuperó la libertad, aunque en 2022 deberá volver a ser sometida a juicio.  

Agresiones. En diálogo con PERFIL, Marcela no dudó en afirmar que “la cárcel es muy oscura, muy siniestra, tóxica y dañina. Traté de hacer cosas todo el tiempo para que la mente esté ocupada. Empecé derecho, hice cursos de inglés, computación y pintura, y trabajaba produciendo broches”. Pero esas actividades no la alejaban de los temores: “Estás con personas de todo tipo. Es un día a día porque en un momento está todo bien y después todo mal, y no sabés quién puede venir a lastimarte. A una compañera la bañaron en agua hirviendo tras discutir por una pava o pan”.

Contó que en una ocasión “estaba comiendo y escuchaba que a otra interna la estaban apuñalando. Se me caían las lágrimas pero no podía hacer nada”. Aseguró que “trataba de evadir todos los conflictos pero hay gente que se abusa de ese perfil bajo. Nunca estuve sometida a un ambiente así y el sistema es muy perverso. De ahí salís peor porque pasan cosas muy feas”.

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Detalló que “la pasás muy mal ahí adentro. Una compañera se suicidó por las presiones. Fue muy feo el momento, hay mucho vacío y cero contención. Nos pedían a nosotras que cuidáramos de las internas para que no se mataran. Ahí, si no das lo que te piden, te pueden asesinar”.

Marcela estuvo en un pabellón de población, donde eran 36 internas divididas en celdas para dos y, al ser de madres, las puertas se abrían de 7 a 20. “Yo prefería quedarme encerrada en la celda porque en el pabellón se generaban conflictos, aunque no los buscaras. Escuchar que cerraban las puertas y ponían los candados era un alivio. Decía ‘un día más’, porque siempre pensás si te vas a levantar o no”.

El encierro y el hecho traumático por el que la condenaron la llevaron a “estados depresivos muy grandes. Quise hasta suicidarme pero no podía fallarles a mis hijos. Sabía de mi inocencia pero era mucho el dolor y la angustia. No iba a aguantar 25 años ahí porque estaba muerta en vida”, aunque admitió que “mi familia y mis verdaderos amigos siempre estuvieron”.

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Efectos colaterales. Pese a la posibilidad de demandar al Estado, Marcela sabe que los años perdidos no podrá recuperarlos. “Lo material no va a devolvernos el daño que nos hicieron como familia ni los años que les falté a mis hijos y a mi mamá. Ella se enfermó del corazón y padeció cuatro preinfartos. Ver a su única hija mujer presa le afectó la salud. Para mí era muy angustiante saber que podía morirse sin que siquiera pudiera ir a verla. Nos destruyeron la vida de un día para otro”.

Antes de llegar a la Unidad 33 estuvo en las comisarías de Bavio y Magdalena. En esta última, recordó que llegó la misma noche donde se produjo la muerte de Gómez y “me tiraron en un calabozo toda mojada, quemada y sin asistencia médica. No me dieron de comer ni de beber. El comisario, muy cruel, iba a verme y me decía, burlándose, que por ahora mi ex pareja seguía viva y me correspondían de 8 a 15 años de cárcel, pero que si moría, iban a darme 25”. De ahí la derivaron a una seccional de Mercedes. Contó que “pasé una situación muy fea en la cual me quisieron lastimar” y reseñó que la hacían “lavar los platos, con las manos todas quemadas, por maldad”. Finalmente, su hermano consiguió que la trasladaran a Los Hornos, lugar que se convertiría en su infierno durante los siguientes cuatro años.

Pan con cebolla, recluida en el buzón

Para condenarla, los jueces se basaron en los dichos fragmentados de tres testigos, quienes si bien es cierto que oyeron decir a Gómez que Marcela había querido matarlo, también escucharon cuando esta les pidió que no lo dejaran acercarse, porque quería lastimarla. Los magistrados obviaron el relato completo de las únicas personas presentes en el incidente y ningunearon las denuncias previas de Mendoza por violencia de género, asegurando que “eran mendaces e interesadas” y que “conductas de este tipo descalifican al género mismo”.

La fiscal nunca investigó los llamados previos al encuentro para determinar que fue él quien lo solicitó ni indagó en las únicas dos estaciones de servicio de Bavio para ver quién había comprado combustible. Resulta inverosímil que una mujer camine como si nada con un bidón de nafta y se suba con él al auto de la persona que piensa matar, sin levantar sospechas.

Pese a eso, recibió perpetua y ya en la Unidad 33 fue alojada tres días en el buzón, alimentándose de pan con cebolla, hasta que la acomodaron. No fue la única vez que visitó ese sitio. “Son celdas en las que estás todo el día encerrada y te pasan comida por una rendija. No tenés contacto con nadie. A mí me dejaron 10 días pero podés estar un mes. Es muy desgastante. Una vez que mi hijo de 7 años me visitó ahí, lo encadenaron y lo encerraron en la leonera para que otras internas no lo ataquen”.