El miércoles 14 de enero, en 37 minutos y 40 segundos el fallecido fiscal especial, Alberto Nisman, relató la compleja trama de encubrimiento en el atentado a la AMIA que involucraba a agentes de la ex SIDE, personal de la justicia, dirigentes “sociales”, el diputado estrella de La Cámpora, el canciller argentino y a la Presidenta de la Nación. En aquella histórica entrevista en TN, Nisman adelantó su futuro: “Puedo salir muerto” y anticipó que sus hijas escucharían toda clase de mentiras sobre él.
Muchos de los que nos paralizamos esa noche, frente a la televisión, nos asombramos de la seguridad y la valentía de un denunciante que había crecido, profesionalmente, amparado por el poder que ahora desnudaba. “Lo van a tener que matar”, reflexioné a los pocos segundos de apagar la TV con la sensación de que, en la Argentina, florecen los Francis Underwood, el ficcional presidencial de House of Cards. Es desolador habitar un país en el que sus gobernantes se llenan la boca recitando el cuento de la memoria, verdad y justicia pero que un fiscal, que ellos mismos nombraron, explicó la forma en que enterraron, esas tres palabras, en el atentado más sangriento de la historia argentina.
Diana Conti tomó el sable y le respondió al “traidor” fiscal. Prometió salir a jugar con los tapones de punta. El partido se jugaría en el Congreso Nacional el lunes próximo. El canciller denunciado daba una conferencia de prensa, sin preguntas, eso sí. No podía evitar mostrar su cara de preocupación ante el periodismo mundial. Negaba todo. La Presidenta, no decía ni pío pero tampoco ofrecía su clásico “Aló Cristina” como califica a sus cadenas nacionales con móviles por todo el país el periodista Lucas Carrasco. Luis D´elia se despachaba en Twitter antes de que en la híper radio oficialista lo echaran “por si las moscas”. Y Nisman seguía hablando y ofreciendo más pruebas. El último sábado con vida, trabajó apasionadamente, conversó con varios periodistas, diputados de la oposición y se refugió en su departamento alquilado en el edificio Le Parc. Esa noche lo visitaría su empleado informático, Diego Lagomarsino. Según el relato del ex estudiante de la Universidad Católica de Salta, el fiscal le había pedido un arma para “cuidar a sus hijas” que, dicho sea de paso, estaban de vacaciones en Europa con su ex mujer, la jueza Sandra Arroyo Salgado. Lo que ocurrió entre el último mensaje de Nisman –sábado al atardecer- y el hallazgo de su cuerpo sin vida –la noche del domingo 18 de enero- es un misterio que la fiscal Viviana Fein no podrá resolver jamás. No podrá o no querrá hacerlo. El gobierno nacional, tampoco. ¿Por qué?
Operativo “desprestigio”
El gobierno argentino deslegitimó la marcha de los paraguas del 18F, jamás se solidarizó con el círculo íntimo del fiscal muerto, desacreditó su trabajo y su figura y, seguramente, financió costosas campañas para ensuciarlo. Lo que menos intentó es conocer la verdad. La Presidenta se pronunció sobre el tema tarde y mal. Dijo que Nisman se había suicidado pero que a su gobierno le habían tirado un muerto. Sentimiento similar expresó el ex Presidente, Néstor Kirchner, cuando se conoció el asesinato de Mariano Ferreyra y los medios oficialistas señalaban a Eduardo Duhalde como el autor intelectual del hecho. La denuncia del fiscal muerto caló hondo y los involucrados escondieron la cabeza como el avestruz excepto la Presidenta que continuó denigrando al muerto. El asesinato del fiscal generó la creación de la AFI y la puerta de ingreso de “monos con navaja” y militantes muy bien pagos a la secretaría de inteligencia. La voz cantante del operativo “desprestigio” la encabezó Aníbal Fernández, funcionario que no dio explicaciones de cómo integrantes de la policía federal hicieron la vista gorda durante 9 horas en el Le Parc. La presencia del secretario de Seguridad, Sergio Berni, en la escena del crimen, jamás quedó clara. Mucho menos, la firmeza con la que sentenció lo sucedido, a las pocas horas en que se conoció el deceso: “Nisman se suicidó”. CFK habló de la “relación íntima” de Nisman con Lagomarsino y un senador misionero aseguró que se trataba de un “crimen pasional” en medio de “una fiesta homosexual”. Salvador Cabral es oriundo de la misma provincia que el ex SIDE inorgánico, Allan Bogado, denunciado por Nisman. Como homosexual, Nisman era el hombre mejor acompañado del mundo. Sus supuestas novias comenzaron a deambular por Tribunales. La “coppolización” del caso fue un éxito y todo se frivolizó. Fein se interesó más en Florencia Cocucci que en la fiscal Fabiana León, amiga y colega de Nisman y Arroyo Salgado, de las últimas dos décadas que habló sobre su amigo muerto repleta de indignación. El gobierno se horrorizó ante la supuesta corruptela en la Unidad Especial AMIA que manejaba Nisman y denunció las tasas de retorno que solo Lagomarsino mencionaba, ahora que su jefe estaba en el más allá. Dirigentes conocidos por confundir lo público con lo privado, parecían Lilitos de la primera hora denunciando la corrupción y el “desmanejo de fondos públicos” del fiscal muerto. Mientras tanto, integrantes de “Justicia Legítima” mataban a la denuncia de Nisman y colocaban gente de su confianza en la investigación de su “muerte dudosa”. Es el caso de Cristina Caamaño quien, según fuentes judiciales, acercó a la jueza Fabiana Palmaghini, al perito informático Ariel Garbanz, encargado de peritar los teléfonos celulares de Nisman.
Ahora bien, como suicida, Nisman fue un desprolijo. Se olvidó de borrar fotos de sus chicas en sus teléfonos, emprolijar su vida y dejarle una carta de despedida a sus familiares. No era cualquier día el que había decidido terminar con su “jubilosa” vida. Tan sólo quedaban 24 horas para que expusiera su denuncia ante el Congreso de la Nación. O algunas más. La investigación judicial es tan burda que ni siquiera sabemos qué día murió Nisman. Pero como el fiscal no se mató sino que lo mataron, más allá de lo que nos explique el flamante perito Mario Cafiero, que deambula en tele haciendo la parabólica humana de cómo el “suicida” tomó la mano izquierda para sostener la derecha y rematarse mirando el techo de su baño, pecó de ingenuo. Nisman se equivocó al pasar ese maldito fin de semana en el edificio Le Parc.
Afinó su denuncia rodeado por el enemigo. Desconfiaba de sus custodios pero ¿le pidió un arma a Benítez? Oh casualidad, el mismo argumento que utilizó Lagomarsino. ¿A quién respondían los custodios? ¿Por qué fueron sumariados sólo estos ocho integrantes de la policía que se contradijeron en sus testimonios como informó la periodista belga, Teresa Dussart? La colega luego sería difamada y atacada desde los medios paraestatales. ¿A quién respondían estos hombres directamente? ¿Existe una relación entre el jefe de los custodios con un importante ministro y con integrantes del ex Batallón 601? ¿Por qué Fein no siguió esa pista?
En las conversaciones post denuncia de Nisman, aparece mencionado el arquitecto Rubén Pascolini. A fines del año pasado, la Presidenta anunció, con bombos y platillos, que se urbanizarían todas las villas del país. El citado funcionario que Khalil le nombra a Fernando Esteche como el armador de una supuesta reunión en las altas esferas del kirchnerismo, maneja la Secretaría Nacional de Acceso al Hábitat Social con un presupuesto de 246 millones de pesos anuales. Es por ello que, el periodista Ignacio Montes de Oca, asegura que Luis D´elia jamás se fue del gobierno. Desde hace años, Pascolini es su mano derecha.
Mientras la Presidenta denuncia los supuestos vínculos de Nisman con los fondos buitres, otro denunciado por el fiscal asegura que “el “suicidio” de Nisman fue articulado por intereses mundiales para desestabilizar a Cristina”. El agente de inteligencia que sostiene esa fantasía teme por su vida. Paradojas de 92 días sin memoria, ni verdad ni, mucho menos, justicia.
(*) Especial para Perfil.com | Twitter: @luisgasulla