Mientras que el jefe de gabinete, Jorge Milton Capitanich, asegura que hay menos pobres y el periodista Víctor Hugo Morales conversa con su taxista que vive en Guernica –provincia de Buenos Aires- las Madres del pañuelo negro de Tucumán niegan que su vida en la villa sea “fascinante”.
A Dora Ybañez la conocí a mediados del 2013 en su casa, a la vera del Río Salí, ubicada a un kilómetro del centro de la capital tucumana, luego de que me contara su historia Alberto Lebbos. El padre de Paulina reclama justicia por su hija asesinada por “los hijos del poder” en febrero del 2006. Desde aquel entonces, la populosa Tucumán sigue gobernada por José Alperovich. Ybañez nucleó a las madres que perdieron a sus hijos por el “paco” y las llamó Madres del Pañuelo Negro. Desde el barrio La Costanera, la madre denuncia los vínculos entre los narcotraficantes, las fuerzas de seguridad y el gobierno local. El barrio está inmerso en un basural en el que los niños recogen comida entre los perros deshuesados que se pelean con un chancho. Las casillas son precarias y se amontonan decenas de jóvenes, la gran mayoría consumidores de pastillas, paco y otras sustancias. El olor es nauseabundo. El ambiente está viciado y los políticos sólo aparecen en tiempos electorales. Son los villeros que viven lejos del cine Gaumont de Víctor Hugo Morales. Los que esconden las cifras oficiales.
Desde aquella visita, durante la investigación para mi último libro, Ybañez asegura que las cosas han empeorado: “Cada vez es peor, hay chicos de 8 años que han entrado en la droga. Perdimos la esperanza de sacar a nuestros hijos de esto, nadie hace nada. Nos están arrasando con todo. El que no tiene al hijo drogado, lo va a tener. El comercio de la droga avanza, abren más comercios y hay familias que están completas y madres que empezaron a drogarse”.
El panorama es desolador. La Madre continúa: “No tenemos nada. No le pedimos nada al gobernador Alperovich excepto la vida de nuestros hijos. No queremos plata porque nuestros hijos se la dan a los “transas” que son millonarios. El gobierno de Alperovich es cómplice. Estamos desapareciendo lentamente”.
A diferencia de lo que cree el periodista uruguayo y gran parte de los funcionarios kirchneristas, el habitante de las villas no suele tener opción: vive allí porque no le queda otra. Los únicos que pueden cambiar de barrio son los que lucran con ellos. Es el caso de los punteros que han aumentado su patrimonio personal durante la década ganada. En Sueños Compartidos, de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, florecieron los “capangas” de Ciudad Oculta y alrededores –Rubén “Pocho” Brizuela-, de Los Piletones –Marcelo Chancalay, hoy procesado por idear la toma en Lugano- o el “célebre” chaqueño, Emerenciano Sena, que se casó hace dos años con la referente Marcela Acuña. Capitanich fue testigo de los votos y padrino de la pareja. Sena es un piquetero que repudia a los opositores al ex gobernador, incluso, los escracha. Su fuerte es el contrapiquete. Vaya paradoja.
Ybañez denuncia que “pasan hambre”. Más allá de si pudo ir al estreno de las últimas películas del cine argentino y/o internacional, como festeja Morales, la realidad de estas madres tucumanas es diametralmente opuesta. “Los chicos que están drogados andan tirados en la basura, ya ni comen. Son muertos en vida”, asegura Dora. En diálogo por FM Identidad, Ybañez desliza un dato desconcertante: “Alperovich vino al barrio para inaugurar la casa de un “transa”. Antes manda a la policía para correr a los chicos para el monte, más lejos del río”. Si hay pobreza, que no se note.
Así viven, a la vera del río Salí a diez cuadras del centro de Tucumán, 4000 personas. Al contrario de Víctor Hugo, Ybañez no elegiría vivir en su villa, mucho menos “en medio de la basura”. El problema no es sólo de vivienda pues “hay madres que están con rancho de cartón y Alperovich les hizo una piecita de 2 x 4 pero nuestros hijos venden hasta el inodoro”, sentencia Ybañez.
Al contrario de tantos seguidores interesados en los beneficios personales del “modelo nacional y popular”, la Madre pelea por la vida: “No nos interesa lo material. Sólo le pido al Estado que deje de hacer comercio con nuestros chicos. Nuestros hijos son prisioneros. ¿Dónde están los derechos humanos? Nadie hace nada en Tucumán. Ahora tengo a mi sobrino empastillado en coma en el hospital. Ya no podemos decir nada. Nadie nos da bola. Nos están dejando morir”.