Cuando un liderazgo político comienza personalista, fuerte, en relación directa con la gente, desdeñando los mecanismos de negociación y de consenso, por encima de los partidos y de las instituciones, debe seguir así. Porque, si cambia, corre el riesgo de ser arrastrado por las fuerzas que desata en su propio giro. El problema es que a veces el liderazgo no tiene otra opción que cambiar, que ajustarse a una nueva realidad. Es el dilema que enfrenta ahora el "kirchnerismo", ese estilo creado por Néstor Kirchner y que su esposa, Cristina, ha mantenido.
Es un estilo que a Néstor Kirchner le dio muy buen resultado durante sus cuatro años de gobierno. En alguna medida, Kirchner está siendo víctima de su propio éxito: el país ya no está en aquella crisis poco menos que terminal en que Kirchner lo encontró, en 2003. Tanto es así que, aunque con pérdidas evidentes, la Argentina de hoy ha podido bancarse 101 días de un conflicto rural que incluyó cortes de rutas. El país es otro y necesita un nuevo estilo, que apunte más al consenso, a la recreación de las instituciones y a las políticas de largo plazo.
En un nuevo "clima de época" y Cristina Kirchner debería saber de qué se trata porque la calidad institucional fue una de sus promesas en la última campaña electoral. Parecía que Cristina iba a ponerse a tono con esa demanda de cambio en la continuidad, pero no lo hizo. No pudo, no quiso o no la dejaron; hasta mantuvo a todos los colaboradores principales de su marido, quien rápidamente ocupó su lugar de poder en las sombres desde la presidencia del Partido Justicialista.
Pero, la pulseada con el campo obligó a Néstor y a Cristina a ceder y enviar la polémica Resolución 125 de las retenciones móviles al Congreso. Ese fue un cambio sideral en el estilo del "kirchnerismo", quien hasta ese momento había desdeñado al Poder Legislativo. La propia dinámica parlamentaria ha ampliado y modificado el escenario político: las cosas ya no se deciden sólo en la Casa Rosada o en Olivos, y el elenco incluye ahora caras extrañas, como el resucitado vicepresidente Julio Cleto Cobos, quien ha dado algunas definiciones de excepción, como aquella de que el gobierno debe buscar el consenso antes que el triunfo.
Cobos es una de las figuras que se está recortando en este nuevo escenario y podría ser, en el mediano plazo, un adversario temible para los Kirchner.
Además, los gobernadores, por más que permanezcan fieles a la Casa Rosada, no han dejado pasar esta oportunidad para sacar algún rédito en las negociaciones y por eso están impulsando modificaciones que satisfagan a los ruralistas de sus provincias y les acerque recursos adicionales de poder. Es lo que ocurre en toda negociación política.
En simultáneo, el giro del "kirchnerismo" ha coagulado a las diversas fuerzas peronistas que han sido ofendidas por Néstor en los últimos cuatro años y medio. Son unas cuantas y están encarnadas en Duhalde, Menem y De la Sota, entre otros. Los peronistas tienen un notable olfato político para detectar cuándo alguien empieza a debilitarse, a perder peso político, y se reagrupan con facilidad porque nada los atrae más que el poder.
Néstor Kirchner está delante de uno de sus grandes desafíos: cómo abrir el juego sin que termine devorado por ese cambio en su estilo político.
*Editor del diario Perfil.