Se notó que en estas elecciones el Frente de Todos utilizó una estrategia de comunicación premeditada y más efectiva, permitiéndole adueñarse de una victoria que no fue tal, por lo menos en lo fáctico. Con el correr de las horas se confirmaba una fuerte derrota para el oficialismo, con un déficit de casi nueve puntos a nivel nacional en la contienda en diputados y la pérdida del quórum en el Senado, cámara que preside Cristina Fernández de Kirchner. Así y todo, el presidente Alberto Fernández se dio el lujo de pedirle a la militancia “celebrar este triunfo como corresponde”. El Frente de Todos pudo, por un rato, tapar sus pésimos resultados electorales y el chato discurso grabado por el mismo Fernández en el cual culpaba al gobierno de Mauricio Macri por la crisis económica y el endeudamiento y llamaba a la oposición a un dialogo para sellar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional “sin ajuste”.
No hay dudas que al gobierno de Alberto y Cristina Fernández de Kirchner se le vienen dos años complejos, obligado a negociar con la oposición, los liberales de Javier Milei y José Luis Espert y la Izquierda cual proyecto de ley presente. Pero, por lo menos por hoy, puede festejar una fuerte remontada en la Provincia de Buenos Aires y proyectarse como el ganador de esta contienda electoral en sus discursos y acciones. Veremos cuanto le dura.
No es poco. Después de la paliza que sufrieron en las PASO y la crisis institucional provocada por Cristina para forzar cambios en el gabinete y en el rumbo del gobierno, cada gol lo celebran como el del triunfo. Y, por más impostado que sea, ese envión anímico le da oxígeno a un gobierno herido, con un presidente que perdió credibilidad y autoridad y una vice presidenta que, luego del escándalo por la renuncia de los ministros K, bajó el perfil al extremo. Háganse cargo, pareciera decir, desentendiéndose del problema.
Celebrar la derrota como si fuera una victoria puede ser un arma de doble filo, pero por lo menos ayuda para volver a armarse de cara a lo que se viene. En la Provincia “perdieron por un gol cuando estaban para la goleada” y aunque no queda claro si fue la mano del consultor catalán Antoni Gutiérrez Rubí y su campaña del "Sí" o el "Plan Platita", alcanzó para desinflar esa sensación de triunfo aplastante de Juntos por el Cambio que floreció luego de las PASO y se extendió durante la (no) campaña. ¿Erraron en su estrategia Diego Santilli y Horacio Rodríguez Larreta—líder, por estos días, de la oposición—en cederles el juego a sus contrincantes para que se compliquen solos? El juego contrafáctico siempre es traicionero pero la realidad es que Juntos por el Cambio sale de estos comicios bien posicionado de cara al 2023 aunque no logró darle un golpe de gracia al pan-peronismo que, probablemente, no estaba en condiciones de dar.
Sentirse empoderado frente a la derrota puede llevar al gobierno de los Fernández a adoptar posturas más rígidas que, frente a un Congreso dividido, dificulte aún más la gobernabilidad. O el acuerdo con el FMI. Lo que está claro es que el gobierno, con CFK a la cabeza, no quiere hacerse cargo de los costos políticos, sociales y económicos que son condición necesaria para acordar con el Fondo, llámese ajuste, reducción del déficit u ordenamiento macroeconómico. Eso lo dejó en claro Alberto en su discurso y anteriormente Cristina en su carta pública pos PASO. Y Juntos por el Cambio, envalentonado por el triunfo y a la vez complejizado por sus diferencias internas, ¿votará a favor del acuerdo que logre negociar Martín Guzmán? ¿Qué harán Milei y Espert? ¿Cuánto influirá la Izquierda, consolidada como tercera fuerza nacional? Arranca, entonces, un nuevo partido.