POLITICA
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Espejito, espejito...

Desde hace meses, la política argentina viene moviéndose en una carrera sinuosa e imparable, pero curiosamente las acciones que lleva adelante el Gobierno parecen más bien pasos hacia su propia paralización

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Desde hace meses, la política argentina viene moviéndose en una carrera sinuosa e imparable, en la cual cada semana supera al anterior en materia de novedades, pero curiosamente las acciones que lleva adelante el Gobierno parecen más bien pasos hacia su propia paralización. Las dos últimas semanas son una muestra más de esa extraña, paradojal circunstancia que caracteriza la forma de construir poder de los Kirchner.

La derrota del Gobierno en el Senado, que lo obligó por fin a derogar las retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias, fue seguida por una serie de pasos que lejos de haber demostrado la capacidad de quienes hoy ostentan el poder para flexibilizarse a fin de subsistir, probaron una vez más una suerte de sentido autodestructivo que domina a la administración kirchnerista.

Si la realidad que le muestra el espejo no les gusta, ellos optan por pintarla sobre la superficie: Cristina y Néstor Kirchner necesitan cada vez más de espejos distorsionados, hechos a la propia medida, para poder seguir creyendo que su poder no sólo está intacto, sino que continúa creciendo.

La oportunidad de oro que le brindaron el campo, el Congreso, la mayoría de la sociedad, la desaprovechó el matrimonio. La respuesta fue deshacerse de un funcionario cuya fidelidad a ultranza quedó más que probada, por el sólo hecho de que comenzó a animarse a insinuar la necesidad de observar algunos datos desfavorables de la realidad.

Pero el espejito del matrimonio en el poder no tolera un sólo matiz de discordancia: los tiene que mostrar como ellos desean: siempre bellos, eternamente jóvenes, cada vez más poderosos, cada vez más amados por la gente. Para sostener tal requerimiento no escatiman esfuerzos: dos veces por semana, cuanto menos, organizan, pagan, arman actos pseudopopulares en los que ven reflejadas sus imágenes en el espejo que ellos mismos han construido, con los fondos de toda una sociedad. Así gozan de elogios empalagosos de los intendentes que quedan fieles a muerte porque por algo lo hacen, de ovaciones bien ensayadas por las multitudes que arrastran los punteros y se muestran como quieren ser: felices, sonrientes, emocionados, abrazados a la multitud.

Por esa razón no pudieron leer los Kirchner el mensaje que la realidad les arrojó a los rostros. No supieron aprovechar la ocasión. Lejos de ello, optaron por encerrarse más en ellos mismos y en un coro de aduladores cada vez más estrecho. Uno de sus integrantes, Alberto Fernández, se fue. Lo reemplaza Sergio Massa, quien parece tener la virtud esencial de elogiar al matrimonio presidencial en busca de una carrera política vaya a saberse con qué destino.

Tal vez por algún resquicio se filtró la sensación de que las papas queman y decidió el Gobierno preparar un anuncio para mejorar la situación de los jubilados. Bienvenido sea. Sin embargo, los técnicos económicos de la administración ponen el grito en el cielo porque no logran hacer entender al matrimonio de Olivos que las arcas del Estado no son lo que eran entonces: que los miles de millones de pesos que se han gastado en subsidios y en favores políticos se van agotando.

Se extenúa la economía del país, que durante el gobierno anterior crecía vigorosamente. Pocas veces se ha visto con tan claridad cómo la obcecación y el empecinamiento pueden destruir los propios logros. Lo cual no sería tan grave si no fuera que los daños los pagan el país, y la gente común, de carne y hueso. Porque los que están en el poder podrán perder parte o todo de él, pero su futuro económico está más que asegurado.

La regla física es clara, lo que no logra flexibilizarse ante una fuerza adversa, se termina quebrando. Pero desde el poder parece que el espejo maquillado hasta oculta las propias leyes de la naturaleza, de la lógica. La oportunidad de barajar y dar de nuevo, que ilusionaba a un amplio sector de la sociedad después del resultado del Congreso, parece estar perdiéndose irremediablemente.

A instancias de ello, la dirigencia justicialista, que más por conveniencia que por convicción abrazó el proyecto de Néstor Kirchner, inicia una diáspora y una reubicación que amenaza al ex presidente con aislarlo de la conducción del partido oficial a la que se subió ignorando los métodos democráticos de elección.

Un puñado cada vez más grueso de gobernadores comienza a tomar amplia distancia de la cúpula del poder presidencial, y lo mismo ocurre entre legisladores propios, otrora ultrafieles al kirchnerismo, que ahora se los ve lentamente tomando distancia de un poder que comienza a oler mal.

La oposición en tanto, sigue entregándole al poder kirchnerista el regalo más preciado: su propia desarticulación, su propia incapacidad para organizarse, unirse, armar programas, mostrarse como alternativa ante la sociedad. Paradójicamente, tal vez hoy la principal responsable de que el Gobierno sienta todo el derecho a aislarse cada vez más de la realidad sea de los propios dirigentes de otros partidos que no han demostrado todavía el valor para ocupar el puesto que la Democracia les asignó.