Siete días después de su juramento sorpresivo como presidente de la Nación, el caudillo puntano Adolfo Rodríguez Saá ha perdido su sonrisa gardeliana. Es el domingo 30 de diciembre de 2001, son las cuatro y media de la tarde. Somnoliento, enojado, convencido de que está siendo despedazado por una poderosa conspiración "de lobos y de lobbies", integrada por políticos, empresarios, diarios y canales de televisión, el Adolfo (como lo llaman todos en San Luis) repasa los rostros de los seis gobernadores peronistas que han venido a respaldar su breve gobierno. Un apoyo escaso, de final de juego.
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