A casi 15 años del asesinato de José Luis Cabezas, ex reportero gráfico de Noticias, el ex director de la revista, Gustavo González, comparte los capítulos 13ª y 14º de su libro “Noticias bajo fuego. Sombras e intrigas del poder real en la Argentina”, editado por Planeta.
González trabajó 20 años en la revista Noticias y fue su director durante los últimos ocho, hasta que dejó ese cargo en enero de 2011. Dos de los 39 capítulos que componen las 660 páginas del libro están dedicados a José Luis Cabezas. Y son los que se pueden leer, completos, en los archivos adjuntos. A continuación, los primeros párrafos de ambos capítulos:
Capítulo 13 - José Luis Cabezas I: la tragedia interna
En la madrugada del sábado 25 de enero de 1997, José Luis Cabezas salía de una fiesta en Pinamar organizada por el empresario postal Oscar Andreani. Un rato antes se había retirado su compañero de trabajo Gabriel Michi. A las 5 de la mañana, un grupo de desconocidos lo esperó frente al departamento en el que vivía sobre la avenida Bunge. Antes de que pudiera ingresar, lo rodearon, lo golpearon, lo metieron en su auto Ford Fiesta blanco y lo llevaron hasta las afueras de Pinamar. Estacionaron en un camino que conduce a la laguna La Salada Grande, frente a una cava de dos metros de profundidad. Allí lo esposaron, le dispararon dos balazos e incendiaron el vehículo con su cuerpo adentro.
Las agujas del reloj Tag Heuer de José Luis marcaban poco más de las 5:30 cuando se detuvieron para siempre. El entonces editor general de la revista, Pablo Sirvén, había llegado ese fin de semana a Pinamar. Esa vez no iba a cubrir la temporada de verano, como lo había hecho otros años junto a Cabezas, sino a juntarse con su familia que ya estaba veraneando allí. Estaba contento, después de una semana de intenso trabajo. Para celebrarse a sí mismo, se llevó una reposera a la carpa de la playa y se recostó solo, con los ojos entrecerrados. Jura que en el preciso momento en que se estaba diciendo «¡qué bien que la estoy pasando!», lo vio llegar a Gabriel Michi completamente desfigurado por el dolor.
Desde Mar del Plata, arribó inmediatamente Carlos Russo, el editor de Información General, que estaba en aquella ciudad celebrando el cumpleaños de su hija. Convocó de urgencia a dos de los miembros de su sección, Carlos Dutil y Carla Castelo. A ellos se sumó el periodista Leo Álvarez, quien comenzó a trabajar desinteresadamente a pesar de que ya había dejado la revista. Fue Russo y ese equipo los que se encargarían de escribir la nota de tapa de esa semana. Su trabajo estuvo signado por amenazas varias y el hallazgo de una caja de esposas policiales en la cochera del departamento donde se alojaban.
Continúa en archivo adjunto.
Capítulo 14 - José Luis Cabezas II: una trama impúdica
Tras el crimen de José Luis, la Argentina era una coctelera de trascendidos, mentiras y pistas inconclusas. Desde el poder político y desde las estructuras policiales y yabranistas se lanzaron todo tipo de versiones disparatadas que pretendían retrasar la investigación. Durante semanas se puso la mira en una mujer llamada Margarita Di Tullio, conocida como «Pepita la Pistolera», que regenteaba un prostíbulo en Mar del Plata. El periodista Miguel Bonasso escribió un libro, Don Alfredo, en el que sostenía que había sido la CIA la asesina de Cabezas para inculparlo a Yabrán y quedarse con sus negocios. Se llegó a decir que Cabezas había caído en medio de una interna de policías corruptos de la costa bonaerense y hasta que había intentado extorsionar a alguien que lo mandó matar. Desde el Gobierno nacional se dejaba trascender como cierta la culpabilidad de los «Pepitos».
Una primera autopsia realizada por el Servicio de Investigaciones Técnicas de la Policía bonaerense (SEIT) aseguraba que el cuerpo de Cabezas tenía un solo disparo. Recién cuatro meses después, los peritos de la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires descubrieron que, en realidad, había dos orificios de entrada. Un mitómano llamado Carlos Redruello llevaba la investigación hacia un lado y hacia el otro, y recibía dinero por la gestión.
Estar una vez «del otro lado del mostrador» y ver con qué facilidad los periodistas, aun con la mejor voluntad, cometemos errores más y menos groseros, nos obligaba a pensar en la importancia profesional del chequeo de la información. En la necesidad de permitirnos dudar, y con ello incitar al lector a que haga lo mismo cuando no se sabe con exactitud lo que pasa. Por ingenuidad, desidia o conveniencia, muchos caen en la tentación de aceptar por cierta la voz del poder de turno.
Aquel crimen nos cambió la vida para siempre, la profesional y la personal. Nos hizo ver, por ejemplo, que el off the record, esa ley autoimpuesta por el periodista para proteger sus fuentes y no revelárselas al lector, podía tener excepciones. En la tarde del 16 de junio de 1999, una llamada interrumpió el trabajo del director de la revista, Héctor D’Amico. Hacía dos años y medio que habían matado a Cabezas y la verdadera arma asesina seguía sin aparecer. Era el gobernador Eduardo Duhalde y quería verlo. Urgente.
Continúa en archivo adjunto.