1. No subestimar a la sociedad.
La política democrática requiere entender a la sociedad, pensarla como un interrogante abierto, no subestimarla con desprecio. Acercarse a la sociedad, al mensaje del domingo, desde la indignación y superioridad moral es realmente alejarse de ella.
Hasta hace semanas, algunos de los que triunfaron el pasado domingo desconfiaban de la libertad de los votantes, denunciaban el clientelismo político que practican abiertamente, alegaban potenciales irregularidades, solicitaban voto calificado estigmatizando la pobreza y celebraban que jueces anularan elecciones sin pruebas ni fundamentos de fraude sistemático. Sin embargo, con el triunfo todo esto desapareció.
Hace unos días, algunos de los que perdieron empezaron a repetir frases similares. Desconfiando de la racionalidad del electorado, despreciando a personas por sus decisiones electorales, sin asumir errores propios, desconociendo virtudes ajenas, ante un resultado que les quitó las certezas pero no la soberbia.
Ambos sectores, de una u otra forma, subestimaron a la sociedad y desconfiaron de la capacidad intelectual del pueblo cuya confianza debían y deben ganar. Ni las clases bajas votan pensando en los planes sociales ni las clases medias votan lo que dictan los ciertos medios. El determinismo electoral no existe.
Los resultados harán olvidar todo lo dicho sobre el clientelismo electoral, las irregularidades en la elección y los jueces anulando elecciones. No porque hayan desaparecido esas prácticas sino porque el objetivo era desacreditar un triunfo ajeno, sedar una derrota propia y seguir con el juego de fricciones autodestructivas que paga la sociedad, no la clase política.
Sea cual fuere el resultado del ballotage habrá un gobierno divido, territorial e institucionalmente. Las dos principales fuerzas políticas podrán optar entre el choque constante o la construcción de puentes de gobernabilidad en un contexto de una nueva economía.
2. Repensar el sistema democrático y el voto.
La incomunicación entre representantes y representados es una característica propia del sistema político. Todos los jugadores, algunos más, otros menos, abusan de los vicios electorales, en lugar de generar consensos para mejorar las reglas de juego democrático.
En la democracia delegativa que vivimos los políticos ganan elecciones, la sociedad tiene complejas expectativas de cambio, el voto no puede comunicar esas expectativas y esos cambios dependen de políticos que son totalmente autónomos a la voluntad de sus votantes. No hay capacidad de controlar lo votado después de cada elección. Salvo cuando ya es muy tarde: En la próxima elección, al final del gobierno. El voto castigo es una autopsia, no un cambio real. Se vota pensando en el pasado, no proyectando un futuro.
Para que esas ilusiones electorales no se transformen rápidamente en decepciones del mañana hay que profundizar la democracia mucho más allá del voto e imaginar nuevos puentes institucionales entre sociedad y gobierno, pueblo y sistema político, expectativas y posibilidades.
(*) Lucas Arrimada. Profesor de "Derecho Constitucional" y "Estudios Críticos del Derecho" (UBA/UP).