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La hora del torito inflable

James Nielson explica por qué la gente ya no se siente representada por los Kirchner y sí por Alfredo de Angeli.

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Era de prever que tarde o temprano, Néstor Kirchner se vería eclipsado por otros dirigentes más acordes con los tiempos que corren, pero antes de estallar la rebelión del campo contra el zarpazo impositivo más reciente nadie pudo haber vaticinado que el primero sería un chacarero gualeguaychuense, enemigo jurado de aquellas pasteras de Fray Bentos, que se llama Alfredo de Angeli. Pero para su propia sorpresa -"¡Madre mía, en qué lío me metí"!- De Angeli ha sido elegido por la gente para representar el papel del productor rural indignado por la conducta de un gobierno autista, prepotente y voraz que parece resuelto a confiscar todo el dinero del país para repartirlo entre sus amigos. Hasta sus palabras más anodinas merecen aplausos y toda vez que dedicar al Gobierno una pulla lo festeja medio país. No es el más duro ni el más coherente de los líderes campestres, pero es por un amplio margen el más querido.

¿De Angeli es sólo un torito de goma que, luego de disfrutar de su momento de fama, se desinflará como han hecho tantos otros que por algún motivo lograron erigirse en ídolos populares? Puede que sí, ya que para convertirse en un líder político se necesita algo más que cierto carisma mediático, pero aún cuando De Angeli regresara mañana a su chacra la importancia de lo que simboliza seguiría creciendo. Mal que les pese a los comprometidos con el "modelo" populista, presuntamente industrial, que fue ideado por quienes a mediados del siglo pasado reaccionaron contra la Argentina agroexportadora que no obstante sus lacras se ubicaba entre los países más prósperos de la Tierra, está en marcha un movimiento destinado a permitirle retomar el camino del cual se apartó, con consecuencias trágicas para decenas de millones de personas que viven atrapadas en la pobreza. 

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