Aprovechando su alta popularidad y su magnetismo personal, el papa Francisco buscó en la última semana revitalizar la alicaída imagen de la Iglesia Católica. Para eso convocó ayer a los obispos y sacerdotes brasileños a reconquistar a los fieles que fueron seducidos por los evangélicos o que perdieron la fe, en un largo discurso ante religiosos que ofreció en la Catedral de Río de Janeiro. En el país con más católicos del mundo, aunque en curva descendente, Jorge Bergoglio hizo una profunda autocrítica del rol de la Iglesia, a la que calificó como “demasiado débil” y “demasiado lejana de las necesidades” de la gente.
El mayor objetivo de Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) fue conquistar los corazones de los fieles desencantados. Y a eso apuntó cuando aseguró: “El mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta”.
Al mismo tiempo, cuestionó –sin mencionarla explícitamente– a la Teología de la Liberación, que nació en Brasil en la década de 1960 y se expandió por toda América latina. “La Iglesia en Brasil recibió y aplicó con originalidad el Concilio Vaticano II, y el camino recorrido, aunque ha debido superar algunas enfermedades infantiles, llevó gradualmente a una Iglesia más madura, generosa y misionera”, consideró el Papa, al referirse a la corriente católica que fue censurada por su antecesor Benedicto XVI, que la calificó como “marxista e incompatible con el Evangelio”. Una de las figuras más representativas de esta corriente, el brasileño Leonardo Boff, elogió los primeros pasos de Francisco como Papa.
En un esfuerzo evangelizador, el Pontífice se refirió a la caída de fieles en Brasil y la región. “Hay que recuperar a quienes buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos y a aquellos que parecen vivir ya sin Dios”, dijo el primer papa latinoamericano, instando a los religiosos a tener una mayor cercanía con la ciudadanía y a involucrarse políticamente en los problemas de sus comunidades. “Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en su noche. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto”, agregó el Sumo Pontífice.
La Iglesia Católica pierde terreno en Brasil desde hace cuatro décadas. Los católicos representaban el 91,8% de la población en 1970, contra el 64,6% en 2010. En tanto, los evangélicos no paran de crecer, apoyados por su hábil manejo de la televisión y las redes sociales y de una amplia militancia con los más pobres. De esa forma, atrajeron a sus templos al 22,2% de los brasileños, muchos de ellos desencantados con el catolicismo.
Sus palabras resonaron fuerte en los oídos de los 425 millones de católicos de América latina, la región del mundo donde la Iglesia tiene más adeptos. Sin embargo, en el continente también cayó el porcentaje de fieles desde 1910 a 2010, centuria en la que pasó del 90 al 72% de la población.
En sus actividades en Río de Janeiro y Aparecida, Francisco buscó transmitir su carisma y su cercanía con la gente a los religiosos brasileños, a los que les pidió salir a las periferias y tratar a los pobres como “invitados vip”. Lo cierto es que aún es muy demasiado temprano para saber si logró revertir la imagen vetusta de la Iglesia y si Río de Janeiro será un punto de quiebre para el catolicismo en la región.