POLITICA
ENSAYO

Pinochet aún divide a Chile

Varios hechos posteriores a la muerte de Pinochet, el pasado 10 de diciembre, acentuaron los síntomas de un Chile dividido en el amor y el odio hacia el ex dictador. Los funerales de Pinochet se celebraron el martes 12, ocasión en que, saltándose la línea de mando, sin autorización para hablar, irrumpió y tomó la palabra su nieto, el capitán Augusto Pinochet Molina. Intervención que le valió la expulsión del ejército, en medio de una fuerte controversia nacional, y que publicamos íntegra. El ex senador socialista José Antonio Viera-Gallo describe, como contracara, los años en que ejerció su poder como el más largo otoño del patriarca.

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El General y los años de plomo que se llevó el siglo
Por José Antonio Viera-Gallo

Reflexionar sobre el perfil público de un personaje tan emblemático para Chile e incluso para el mundo, no es fácil. Hoy existen mejores condiciones para intentarlo sin caer en diatribas o panegíricos. Motivos no me faltarían para asumir el tono de una filípica. Pero sería reiterativo e inoficioso.

Augusto Pinochet ha sido un hijo del siglo XX. Formado en el rigor castrense, percibió la época en que le tocó actuar como una sucesión de guerras y conflictos violentos. Desde las dos Guerras Mundiales hasta los recientes conflictos en Medio Oriente pasando por la guerra de Argelia, Vietnam, la Revolución Cubana, las guerrillas en el Tercer Mundo y el terrorismo internacional.

Eran los tiempos de la Guerra Fría y el General Pinochet, experto en geopolítica, miraba el mundo distinguiendo nítidamente entre amigos y enemigos. El disidente era un sospechoso o un quinta columna al servicio de intereses foráneos. Esa guerra no conocía ni término ni límites. Ahí estaba la Doctrina de la Seguridad Nacional para justificarla. Nunca en sus escritos o intervenciones hay alguna referencia al derecho internacional humanitario que establece un freno a las acciones armadas, tanto en conflictos internos como internacionales.

El valor supremo era la seguridad de la nación definida por las FF.AA. Todo lo demás es prescindible. El General Pinochet impartió clases de geopolítica en Chile y en Ecuador. Incluso escribió un texto poco original, pero que no admite dobles interpretaciones: la historia se rige por constantes ineluctables dictadas por los intereses de las naciones que dependen de su geografía.

Colocado en el centro de la crisis política de 1973, su actitud fue de reserva y cálculo. Dio muestras públicas y privadas de lealtad a su antecesor y al presidente Allende. Cumplía cabalmente sus deberes militares. Cuando como comandante en Jefe del Ejército tuvo que decidir, optó por el bando más poderoso y se puso a la cabeza del alzamiento militar para sorpresa de muchos. ¿Astucia y disimulo?, ¿sagacidad o doblez?, ¿sentido de la historia u oportunismo?, ¿servicio a una convicción o ambición? Como su conducta despertó recelo entre los amotinados, no vaciló en ser desde el primer instante el más implacable y severo de todos. No podía mostrarse vacilante o generoso en la victoria.

Su figura con anteojos negros, luego del bombardeo de La Moneda, recorrió el mundo como la imagen prototípica del dictador.
A poco andar asumió el mando absoluto del país, limitado sólo por la Junta Militar. Promovió a los generales leales y se deshizo de los principales artífices del movimiento castrense. Algunos perdieron la vida en extrañas circunstancias. Persiguió inexorablemente a los adversarios, alentó la disolución de los partidos de derecha y proscribió al resto. Desató una represión inmisericorde: algunos desaparecieron para siempre.

Su fuente de inspiración era más Franco y su régimen que la autocracia militar brasilera impuesta en 1964, con su rotación de dictadores. Imaginaba un poder con metas y sin plazos para “reconstruir la nación”, cuya crisis, a su juicio, se remontaba a 50 años atrás. Admiraba a O’Higgins, de quien copió el título de Capitán General, y a Portales, aunque de ellos hizo una caricatura: nunca consideró el ideario republicano y liberal de aquél, ni la posición antimilitarista de éste.

Tres tareas principales asumió el nuevo gobierno: afianzar su poder gracias a un sistema sofisticado de inteligencia y represión; implantar un nuevo esquema económico, asumiendo el estudio elaborado por los discípulos de la Escuela de Chicago llamado “El ladrillo”, de marcada inspiración neoliberal; y, por último, generar una nueva institucionalidad política inmune a las denostadas debilidades de la democracia clásica.

Sus biógrafos afirman que el ejemplo de Franco motivó a Pinochet a impulsar la elaboración de una nueva Constitución para perpetuar su régimen. Vano intento: su articulado permanente nunca entró en vigencia en su versión original.

Entre sus partidarios hubo distintas corrientes doctrinarias. El General Pinochet supo equilibrarse entre nacionalistas, militaristas, corporativistas y esa nueva generación de neoconservadores y neoliberales que luego haría escuela en EE.UU. y Gran Bretaña. A poco andar desplegó dotes propias de los políticos que tanto criticaba. Por momentos parecía acercarse a la figura del general Ibáñez. Paulatinamente fue integrando civiles a su gobierno. Reacio a los partidos políticos, en varias ocasiones favoreció la formación de un movimiento pinochetista para luego desechar la idea. Tal vez ésa sea una de las causas de que hoy nadie revindique su legado político.
Es el triste destino de los dictadores: omnipotentes mientras detentan el poder, olvidados cuando lo abandonan.

El régimen de Pinochet sufrió un fuerte aislamiento diplomático. Era la oveja negra de las naciones, sobre todo luego de los atentados perpetrados por la DINA en Buenos Aires, Roma y Washington en connivencia con grupos terroristas de extrema derecha. Se consolidó, entonces, su imagen como símbolo de lo negativo. Nadie había osado colocar una bomba en la capital del imperio.

Prácticamente no podía salir del país. Sin embargo, supo sortear el peligro de dos guerras externas gracias a la intervención de la Iglesia Católica, a la cual tanto censuró por su defensa de los derechos humanos y su bregar por la democracia y el reencuentro de los chilenos.

Pinochet, con el pasar de los años fue reconociendo – siempre con mucha dificultad– los cambios que vivía la sociedad chilena. Aceptó así márgenes crecientes de libertad y la oposición política pudo salir de la clandestinidad y volver del exilio. La represión incrementó la resistencia violenta que culminó con el fallido atentado de 1986.

En 1988 tuvo que someterse a un plebiscito cuyos resultados le fue imposible apañar. Tampoco pudo romper su propia legalidad y alterar el itinerario oficial de regreso a la “democracia autoritaria, disciplinada y protegida”. Cayó en su propia trampa. ¿No había ya fracasado la dictadura militar uruguaya frente a un plebiscito análogo? La sociedad chilena anhelaba la normalidad: dejar atrás el estado de sitio y el toque de queda. La gente había ido perdiendo el miedo. La visita del Papa había permitido a millones de personas salir a las calles libremente.

Producida la derrota en el plebiscito y más allá de tensos momentos de vacilación, comprendiendo que no estaban los tiempos para nuevas aventuras militares, Pinochet reconoce el veredicto popular y se apronta al traspaso del mando. Le gusta evocar a Cincinato, el héroe de la antigua Roma, que luego de vencer a los enemigos de la ciudad, se retira al campo siempre dispuesto a volver a empuñar la espada.

Pinochet respeta la Constitución, se aviene a reformarla y entrega el poder a Patricio Aylwin permaneciendo por ocho años como comandante en Jefe del Ejército –según sus palabras– “para defender a sus hombres”. Al presidente Aylwin le asegura que será el mejor garante de la obediencia castrense. Sin embargo, protagoniza abiertas presiones militares cuando se indagan irregularidades que afectan a miembros de su familia, a él personalmente o a sus antiguos colaboradores. Desafiando toda prudencia, realizó operaciones financieras ilegales.

Mientras fue comandante en Jefe de Ejército no se presentó ninguna querella criminal en su contra.
Su retiro de la vida pública no fue como lo tenía pensado. Si bien pudo jurar como senador institucional, no calibró debidamente las consecuencias de su permanencia en la primera línea de la escena política. No captó los cambios del derrumbe del Muro de Berlín. Mal que mal, era un protagonista de la Guerra Fría que llegaba a su fin.

Detenido en Londres durante un viaje innecesario, con su salud quebrantada, regresa a Chile a enfrentar los juicios que se multiplican en su contra. Es desaforado y procesado en varias causas criminales por violaciones a los derechos humanos. Paradójicamente, la nueva conciencia universal sobre esos derechos mucho tiene que ver con el rechazo que su dictadura provocó en el mundo.

Luego, por esas extrañas carambolas de la vida, gracias a las nuevas directivas norteamericanas sobre depósitos bancarios extranjeros destinadas a frenar la ayuda a las redes terroristas, se descubrieron sus numerosas cuentas con fondos cuyo origen no ha podido justificar. El General había faltado a la probidad: o se apoderó de recursos públicos o recibió dinero por favores concedidos. En vez del austero Cincinato, algunos comenzaron a pensar en Catilina, y en lo mucho que había abusado de la paciencia de los chilenos.
La Constitución terminó de ser reformada en 2005. Poco y nada queda ahora de sus instituciones autoritarias. Chile, por un nuevo camino, ha recuperado su senda democrática.

Son pocos los dictadores que sobreviven al ejercicio de su poder dentro de su propio país. Por lo general, mueren en el mando o son exiliados. Cerrado el ciclo histórico que se inició con la revolución de octubre, el general Pinochet aparece actualmente como una figura del pasado: ha sido muy largo el otoño del patriarca.

Los años de plomo felizmente se los llevó el siglo, y con ellos permanecen sin respuesta muchos secretos de Estado.


Un hombre de temple especial, forjado en una época muy particular
Por Augusto Pinochet Molina

Hoy día quisiera dedicar algunas breves palabras para despedir a un hombre.

Tratar de resumir la obra de este hombre es tarea demasiado ambiciosa para lo que pretendo; me referiré a él en términos de lo que yo observé.

Conocí a un hombre que fue un ejemplo de soldado, con todo lo que ello implica, un hombre patriótico, leal a su país y a su historia, dispuesto a sacrificarlo todo por el bien de su nación, sacrificar lo más querido por aquello que era su deber. A este hombre lo vi siempre sereno, raramente enojado pero, por sobre todas las cosas, muy cálido y natural, con una sola mirada podía medir a una persona, y créanme que ésa era una mirada que lo convirtió en uno de los líderes más prominentes de su época, a nivel mundial, un hombre que derrotó, en plena Guerra Fría, al modelo marxista que pretendía imponer su modelo totalitario, no mediante el voto, sino más bien derechamente por el medio armado; sí, él fue un hombre de temple especial, forjado en una época muy particular y difícil de la humanidad, con hechos como fueron la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Así era este hombre, un luchador, un visionario y un gran patriota, supo dirigir los destinos de su pueblo en momentos de gran peligro, evitando siempre el sufrimiento innecesario, pero nunca transando los valores fundamentales de la patria. Ya viejo y cansado, después de haber logrado traer al país una nueva vida, un esperanzador futuro, sus enemigos se abalanzaron sobre él, y ya cuando uno podía decir este hombre se va a quebrar, él alzaba sus hombros en alto y dejaba en claro que todavía le quedaban fuerzas para seguir.

Como una vez leí por ahí, los enemigos del hombre, a lo largo de su vida, son cuatro, primero el miedo, luego la autocomplacencia, seguido por el poder y finalmente la vejez. Este hombre los derrotó a todos, al miedo lo hizo al convertirse en oficial, que era lo que su corazón deseaba desde muy joven, a la autocomplacencia cuando superó la prueba de la Academia de Guerra, al poder lo superó al entregar un país estable y próspero. Con las cuentas fiscales saneadas y con un nivel de crecimiento jamás visto en su historia, pero la batalla fue más dura en su vejez, fue el enemigo que más fuerte le pegó, lo golpeó en lo físico, mermando su capacidad de movimiento, lo golpeó en lo psíquico dejándolo aún más indefenso frente al aprovechamiento de sus enemigos políticos, pero donde más fuerte lo golpeó fue en lo afectivo, haciéndolo ver cómo su mujer y su familia eran vejados por jueces que buscaban más renombre que justicia.

A este hombre yo le digo adiós, ¡adiós a mi Presidente, adiós a mi General, adiós y gracias a mi abuelo! ¡Viva Chile!