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Punto de inflexión para el kirchnerismo

El país que después del 2002 reanudó lenta pero firmemente su camino hacia la normalidad, de la mano del entonces presidente Néstor Kirchner, pareciera iniciar hoy el trayecto inverso, curiosamente, también a instancias del mismo protagonista.

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El país que después del 2002 reanudó lenta pero firmemente su camino hacia la normalidad, de la mano del entonces presidente Néstor Kirchner, pareciera iniciar hoy el trayecto inverso, curiosamente, también a instancias del mismo protagonista.
Apenas dejó el Gobierno, Néstor Kirchner se entusiasmó con el fuerte triunfo electoral de su esposa, Cristina Fernández, y prometió guardarse en cuarteles de invierno para dejar a la mujer la escena principal. No pudo con su genio y transcurrieron sólo semanas hasta que comenzó a crecer su participación en la cosa pública hasta llegar al punto en que hoy, en el imaginario social, el hombre, sin recurrir a ningún golpe institucional ni artilugio pseudodemocrático, parece haber retomado decididamente las riendas del Estado, empujando al lado oscuro a la actual mandataria.

Desde ese momento, la institucionalidad del país comenzó a hacer agua. Néstor Kirchner fue aumentando la apuesta hasta que, instalado como titular del justicialismo sin haber recurrido a elecciones internas, se autopremió con el derecho de dirigir el Estado a costa de la imagen de su propia mujer, hoy devaluada al máximo como jefa del Ejecutivo, camino a una suerte de virtual ostracismo del que sólo emerge para lucir, elegante, bella y enojada, ante el auditorio de turno en los actos protocolares que le tocan en agenda.

Nadie sabe cuál fue la génesis de la decisión del Gobierno de aumentar hasta niveles imposibles el nivel de retenciones agropecuarias, pero sí se conoce la consecuencia de esa medida: una protesta del campo que, empujad por el propio oficialismo, se agigantó y se coloca hoy como eje central de una pseudocontradicción ideológica en la Argentina: Estado versus campo, como si los responsables del crecimiento de las arcas del Estado se hubieran convertido en los propios enemigos del gigante al que alimenta.
El kirchnerismo se ocupó con entusiasmo digno de mejor causa en destacar ese antagonismo como si fuera la opción de hierro que definirá la supervivencia del mismo país, país que asimila a su propia imagen e interés. Tanto fue creciendo la apuesta que Néstor Kirchner llegó a denunciar un hipotético intento de "golpe civil" que habría querido consumarse el 16 de junio pasado, encabezado, obviamente, por los "malvados, golpistas y oligarcas" hombres del campo. Cualquiera que se pusiera detrás de las líneas de los chacareros, entonces, se haría dueño de esos calificativos.

Es cierto que ese discurso maniqueísta llegó a prender en un sector social muy característico de la Argentina, como el representativo de una tara vernácula y recurrente de la cual el país no logra despojarse. Se trata de aquellos argentinos que hacen gala de la queja por sí misma, la oposición como método, la agresión y la confrontación como sistemas preferidos, el resentimiento y el "pase de facturas", el anacronismo de las ideas.

Ese sector se siente identificado con los esposos Kirchner y quienes los rodean: aman oír vituperios y diatribas, chicaneadas y chistes de mal gusto para ningunear al adversario de turno, y se monta en esa ola para proyectar en el llano la indeseable sensación de división social.

Tal vez el cenit de esa metodología de la que ha echado mano el oficialismo se alcance el próximo martes, cuando se enfrenten marcha y contramarcha en las calles, con seres de carne y hueso acarreados por uno y otro sector presuntamente antagónico. Algo que un ciudadano de bien podría haber creído que ya formaba parte de un pasado indeseable y dañino para el progreso del país.

La guerra por las retenciones que sigue asombrando el mundo y favoreciendo a los competidores de argentina en el mercado de granos internacional fue desatada por el Gobierno que al parecer, no midió las posibles consecuencias.
Hoy muchos de los resultados están a la vista. Por un lado, la imagen de la presidenta Cristina Kirchner se deterioró a velocidad sideral gracias, increíblemente, a su propio socio político y esposo. Por el otro, el partido justicialista, copado por Néstor Kirchner, ha comenzado a mostrar un quiebre importante y la fisura está llamada probablemente a alumbrar el nacimiento del sector disidente del partido oficial y por ende, de aquel que tendrá chances de disputar el poder en las próximas elecciones legislativas.

En medio de la farragosa pulseada por imponer las retenciones a cualquier precio, el país mismo está perdiendo enorme cantidad de energía, el Estado está viendo cómo sus arcas van languideciendo y los operadores económicos frenan toda actividad porque se ha instalado el mal tan conocido por los argentinos: la incertidumbre sobre el futuro y la inseguridad jurídica.
Las inversiones del exterior también se frenaron, como no podía ser de otra manera, y si faltaba algún ingrediente más para espantarla, la movida del Gobierno por apropiarse de Aerolíneas Argentinas es un claro ejemplo de cuán riesgoso es hacer negocios con este país.

Los ciudadanos, en tanto, sufren hemorragias de esperanzas, de expectativas y de poder adquisitivo, de la mano de una inflación galopante que para el Gobierno no existe, con el agravado daño de la economía que se enfría y se achica.
Todas esas han sido algunas de las peores consecuencias de la obcecación gubernamental por imponer las retenciones, es decir, por ganar, no importa si el triunfo luego pueda sellar, como muchos expertos sostienen, el punto de inflexión en el que la Argentina dejará de crecer, dejará de recaudar y por lo tanto, dejará una vez más el camino de la sensatez para volver al de la sinrazón y la autodestrucción.

Todo ello no parece importar demasiado al matrimonio Kirchner para el cual, queda más que evidente y público, sólo le interesan las victorias. Por algo su partido se llamó "Frente para la Victoria", que parece ser su fin último, y no el de llevar al país al mejor puerto.

Mientras tanto parece alumbrar en el oficialismo la intención de realizar importantes anuncios económicos para intentar dar la imagen de que lo que se está haciendo es gobernar, y no sólo fogonear y crear enfrentamientos de la nada.
Todo está por verse, pero las pautas se conocerán en el futuro inmediato, en la inminente decisión del Senado sobre las retenciones, en el conteo que se haga de los participantes en cada acto, el del campo y el del oficialismo programado para el martes a la misma hora y en distintos lugares, una vez más, un escenario más digno de una cancha de fútbol que de un país que debe encaminarse hacia su consolidación como tal, después de haber sufrido tantos quiebres que sumergieron a su sociedad en el peor de los mundos.