Los balances suelen ser injustos. Ni hablar si son realizados desde el interés. Convendría entonces tomar con pinzas tanto los realizados por Mauricio Macri en cadena nacional y en la Plaza de Mayo como el documental Tierra arrasada que armó el flamante futuro ministro de Cultura, Tristán Bauer.
Era difícil de creer, cuatro años atrás, que Macri fuera a terminar su mandato con peores indicadores socioeconómicos que los que había recibido. Y que ya eran muy malos, además de ser estimados privadamente gracias a la pulverización del Indec.
Lo cierto es que eso fue lo que ocurrió y es el peor legado del macrismo, mal que les pese a las decenas de miles que se juntaron en la despedida del 7D y el 41% que lo votó en las generales del 27-O. No son necesariamente víctimas de ceguera: el espanto al peronismo/kirchnerismo también hizo su aporte a semejante respaldo.
Desde el “nopasanadismo” amarillo, enarbolado hasta el final por el impasible Marcos Peña, se articularon no pocos relatos negadores y excluyentes. Uno de los centrales, durante y después de la campaña electoral, fue que los argentinos votan valores más allá de su situación económica. Tal mirada, autoindulgente, muta a insensiblemente provocadora ante el 40% de pobreza y la multiplicación del desempleo.
Sería una necedad atribuirle este incendio económico y social al macrismo sin incluir el último período de Cristina como presidenta y Axel Kicillof como ministro de Economía.
Si la crisis no derivó hacia un estallido social (como viene ocurriendo en otras zonas de la región y el mundo) fue mérito de la muñeca de algunos integrantes de la gestión M (como Rogelio Frigerio y Carolina Stanley, por citar dos ejemplos) y de la comprensión y contención ejercida por referentes opositores en gobernaciones, intendencias, movimientos sociales y gremios.
Esa asociación política, más allá de las diferencias hasta ideológicas, es lo que permitió construir el mejor legado de Macri: ser el primer presidente democrático no peronista que termina su mandato en 91 años (el antecedente fue el radical Marcelo T. de Alvear pasándole la presidencia a su correligionario Hipólito Yrigoyen, en 1928).
En medio de la debacle que se vive, pareciera que nos conformamos con poco. Como siempre, la perspectiva histórica pondrá en el futuro las cosas en otro lugar y, acaso, nos permita ver alguna otra vara tan alta como esa. Hoy resulta difícil.