Las guerras policiales abrieron una crisis de desgobierno que Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal por ahora sólo logran perseguir desde atrás. En las últimas semanas, tanto el jefe de Gobierno porteño como la bonaerense pidieron consejos a asesores propios y ajenos para enfrentar la crisis, con ansias por cubrir la falta de información sobre los orígenes de las asonadas que sacuden a la cúpula de las fuerzas, y que en pocos días arrastraron las cabezas de dos jefes policiales.
Aunque su padrino político Daniel Angelici se jacta de conocer los movimientos del Poder Judicial, el ministro de Seguridad porteño, Martín Ocampo, fue sorprendido a cada paso por las decisiones del fiscal José María Campagnoli primero, el juez después y la Cámara del Crimen el viernes, que confirmaron la prisión del comisario José Potocar y terminaron por sentenciar su renuncia. A comienzos de la semana, en el gobierno porteño todavía había quienes creían que Potocar podía regresar.
Rodríguez Larreta comentó a su círculo de gestión que descree de las casualidades. La convicción instalada en el Gobierno es que sectores de la Policía Federal alimentaron la denuncia hacia Potocar, en el marco de la disputa por las áreas que antes regenteaban los federales. Sorda y cruel, la guerra de la Policía Federal hacia sus colegas de la Ciudad es cotidiana. En la interna que dividía a los azules, Potocar era considerado un adversario de Néstor Roncaglia, actual titular de la Federal, y un protegido del comisario Guillermo Calviño. Calviño y Potocar ya están afuera. Roncaglia sigue.
El silencio de la Federal frente a la caída del jefe de la Policía de la Ciudad fue la muestra muda de la congratulación interna. Pero en la Ciudad también registraron el silencio de la ministra Patricia Bullrich y de Elisa Carrió. La diputada había además empujado hacia afuera al jefe de la fuerza bonaerense, Pablo Bressi, y la dejó en manos de Fabián Perroni. Flaco favor. El nuevo jefe hace seis meses que no se hablaba con Bressi. Lo favorecía haber dialogado con el ministro Cristian Ritondo en el palco de Independiente. Y fue protagonista, como recuerdan en la Bonaerense, de enfrenamientos con otros jefes por negocios. Nada sublime: un punto central, por ejemplo, fue la recaudación de La Salada.