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Pandemia

La cuarentena de Marta Minujín: "Me cae pésimo, la vida ya no va a ser divertida"

Dice que su casa "no puede hacer nada" y era "solo para pasar, bañarme y volver". Llamó a un ministro para quejarse cuando quisieron impedir la salida de mayores de 70.

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Marta Minujín: pre y post coronavirus. Está angustiada por la cuarentena, y cuando sale usa uno de los 10 barbijos que le regalaron en enero de este año. | Juan Ferrari/Gentileza Marta Minujín.

El 15 de enero pasado alguien le mandó Marta Minujín unos barbijos a su casa. En ese entonces, usarlos para sobrevivir a una pandemia era una idea impensada y tomó aquello como "un obsequio raro", uno de tantos que la gente suele hacerle. “Una cosa rarísima, 10 barbijos N95. No sé quién me los mandó, suelo recibir regalos de desconocidos, pero creo que la persona que lo hizo sabía que algo iba a pasar”, dice Minujín ahora, quien al momento de salir a la calle usa alguna de esas máscaras.

Y nada de ponerse alguna customizada o intervenida: el regalo misterioso que le hicieron hace tres meses se convirtió en el accesorio más seguro desde que el Coronavirus llegó al mundo, como dice ella, para cambiar la vida en un antes y un después.

“No me gusta esta vida, yo estaba acostumbrada a la otra”. Minujín no anda con rodeos discursivos a los 77 años. Con un extenso camino de experiencias artísticas que sabe de vanguardia, revolución de normas sociales preestablecidas y contracultura, atiende a PERFIL desde su casa, el lugar donde se encuentra desde que comenzó la cuarentena. “Pésimo, me cae pésimo. Todo esto es un desastre”, vocifera una y otra vez frente a este aislamiento que la descolocó, pero que por sobretodo la privó de su mundo, ese que transcurre mayoritariamente en dos lugares: arriba de un avión o creando esculturas gigantes en su taller.

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"Pésimo, me cae pésimo. Todo esto es un desastre"

Sus trabajos, todos ellos, están allí. 30 cuadras separan la casa de Minujín de ese espacio de 900 metros cuadrados donde confecciona obras que son imposibles de ubicar en un ambiente doméstico. Desencantada, Marta ocupa su tiempo arriba de una bici fija mientras mira las noticias. El Instagram es la única conexión con su obra: “Empecé hacer una retrospectiva, primero con el Baby Boomer y las instalaciones, luego con las performance y el arte público. La gente mira mi página, pero yo la paso mal. La paso re mal”.

 

—¿Qué es lo que más la incomoda de todo esto?

—Todo. Traté de conseguir permiso para ir al taller por todos lados, nadie puede hacer nada, es un decreto nacional. Fernández tendría que decir cuándo podemos volver al trabajo los artistas. El tema económico me preocupa muchísimo, yo tengo una empresa tipo pyme, hace siete años que me ayudan un grupo de personas y no sé qué va a pasar sino vendo nada de arte… ¿qué hago? Puedo sobrevivir, pero un poco nomás.

—¿No hay ningún boceto al menos que pueda hacer en su casa?

—¡Noooo! Mi casa era para pasar, bañarme y volver. Ni siquiera se cocinar, no sé hacer nada. Toda la vida viví en el aire. Este es un departamento chico, nada que ver… Además, estoy haciendo cuadros de tres metros por cuatro. No puedo entrar en un departamento con eso. Nunca hice nada acá. Los artistas necesitamos crear, es como el aire para vivir. Por eso ya me estoy empezando a sentir asfixiada. Esto es un desastre, encima nos querían prohibir salir a los mayores de 70.

—¿Que le pareció esa medida?

—Les hice un lio bárbaro, mandamos cartas a defensorías, llamé a todos los artistas hasta que se modifico. Hablé con el ministro de Cultura de la Ciudad, le dije que nosotros no podemos sobrevivir a una cuarentena siendo de por sí personas aisladas. Somos gente sola. Por suerte cambió luego. Hay miles de catástrofes, guerras, pero el arte queda. Nosotros seguimos produciendo, me moriré en algún momento pero está mi taller lleno de una obra que es internacional y que está en todos los museo del mundo. Capaz eso al decreto nacional le parece una frivolidad. Los artistas del teatro pueden ir a actuar, los músicos pueden tocar ellos solos, yo no puedo hacer nada, nada, nada. Nada más que amargarme.

—¿Más allá del arte, en qué siente que le cambió todo esto?

—Ya no va a ser divertida la vida. Lo dijo Bill Gates, cambia el mundo por completo. Ya no va a ser la misma vida de siempre, yo viajaba cuatro o cinco veces a Europa y Estados Unido. Hacía exposiciones afuera y ya no las voy a poder hacer porque todo el mundo tendrá miedo subirse al avión. Nosotros somos seres sociales, nos encontramos en las inauguraciones a tomar algo, vas a los cafés. Ahora no se va a podrá hacer nada de eso en todo el año. Lo único que voy hacer es un cuadro gigante y todo negro, que refleje la época que estamos pasando. Cambió el mundo brutalmente.

—Si tuviera que representar el Coronavirus en una obra, ¿sería ese cuadro gigante negro?

—Sí, todo negro. ¡Gigante! Negro, blanco y gris, como psicodélico, como los hago yo, pero en negro. Es negro lo que se avecina en el mundo, ¡negro! Yo viví en Nueva York, tengo amigos allá y ya hay varios que se murieron. Esto es terrible. Es así. Tenía amigos en Paris y no sé cómo estarán.

—¿Hay algo positivo que se pueda sacar de todo esto?

—No, la vedad que no. Estaba acostumbrada a la vida que vivía. Todo bien con compartir las cosas en Instagram, pero la cuestión de ir a tomar un café y apoyarse en la barra ya no va a existir. Al menos por ahora. Yo tengo 77 años, ¿cuántos años más me quedan para vivir? Lo peor de todo es no poder subir a un avión. No se va a poder en mucho tiempo. Y cuando puedas ir a Nueva York va a ser otra. Van a dejar entrar de a muy poca gente a las galerías de arte. Esa es mi segunda ciudad, viví muchos años ahí. Me es imposible no imaginar ese lugar con sus cafés, museos y calles llenas. Esta es una catástrofe de la anterior vida. Hay un antes y un después. Se acaba el beso, el apretón de manos, el abrazo...