SALUD
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Cómo será el fin del científico australiano que viajó a Suiza para morir

David Goodall no tiene ninguna enfermedad en fase terminal pero su calidad de vida se deterioró considerablemente. Se suicidará el 10 de mayo.

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David Goodall, científico australiano, cumplió 104 años en abril. | AP

El científico más longevo de Australia, de 104 años, quiere tener una muerte digna y no tiene ganas de esperar. Ya hace dos años dio que hablar cuando la universidad en la que era profesó trató de despedirlo por desear la muerte. En su país natal, la eutanasia solo es legal en el estado de Victoria, pero esta legislación, que no entrará en vigor hasta junio de 2019, solo afecta a los pacientes en fase terminal con una esperanza de vida de menos de seis meses. Ahora el hombre está en una clínica de asistencia al suicidio en Suiza, donde su vida tiene fecha de caducidad: el próximo 10 de mayo.

David Goodall no tiene ninguna enfermedad en fase terminal pero su calidad de vida se deterioró considerablemente, como es de esperar en alguien de su edad. "Lamento profundamente haber llegado a esta edad", dijo Goodall, especialista en ecología, el día de su cumpleaños a principios de abril. "No soy feliz. Quiero morirme. No es particularmente triste". "Lo que es triste es que me lo impidan. Mi sentimiento es que una persona mayor como yo debe beneficiarse de sus plenos derechos de ciudadano, incluido el derecho al suicidio asistido".

"Es injusto que uno de los ciudadanos más ancianos y destacados de Australia se vea obligado a tomar un avión rumbo al otro lado del mundo a fin de poder morir con dignidad", declaró Exit International, una organización que apoya la eutanasia y el suicidio asistido. "Todos los que lo desean deben tener derecho a una muerte digna y apacible", agrega. La asociación apoyó a Goodall y organizó una campaña de financiación para comprar su pasaje de ida a Suiza.

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El profesor Goodall, investigador asociado honorífico de la Universidad Edith Cowan de Perth, saltó a la fama en 2016 cuando esta entidad le pidió que abandonara su puesto, alegando los riesgos ligados a sus desplazamientos a causa de su edad. Goodall publicó decenas de estudios a lo largo de su carrera y hasta hace poco tiempo seguía colaborando con varias revistas especializadas en ecología.

En su viaje hacia Basilea, la semana pasada, lo acompañó su amiga Carol O'Neill, representante de Exit International. La mujer explicó que la disputa hace dos años entre Goodall y la universidad lo afectó mucho. "Simplemente fue el inicio del fin”, dijo. “No pudo ver más a los colegas y amigos de la antigua oficina. Ya no tenía el mismo ánimo y estaba empacando todos sus libros. Fue el comienzo de dejar de ser feliz". "Es un hombre independiente. No quiere tener a gente al lado todo el tiempo, a un extraño actuando como cuidador. Él no quiere eso", agregó O'Neill. "Quiere tener una conversación inteligente y ser capaz de hacer las mismas cosas, como tomar un autobús a la ciudad".

Las autoridades de la clínica suiza que ayudarán a morir a Goodall calificaron de "atrocidad" el hecho de que Australia no lo haya autorizado a poner fin a su vida en su propio país. "Pero como no está en fase terminal (...) tiene que venir hasta Suiza", lamentó Ruedi Habegger, cofundador de la clínica Eternal Spirit, de Basilea, una de las numerosas fundaciones en Suiza que ayudan a la gente que desea poner fin a su vida. "Es una atrocidad”, agregó. “Este anciano (...) debería poder morir en su casa, en su cama, como se puede hacer aquí en Suiza".

De acuerdo con la ley suiza, cualquier persona lúcida y que desde tiempo atrás haya expresado su deseo de poner fin a su vida puede pedir lo que se llama la muerte voluntaria asistida (MVA). "Si una persona sana viene y dice 'estoy cuerdo y decidí morir', en teoría no te conciernen sus razones", dijo Habegger, quien sin embargo reconoce que es extraño que las personas sanas pidan morir y destaca que la mayoría de los médicos dudarían en cooperar. La gran mayoría de las aproximadamente 80 personas que acuden a Eternal Spirit cada año para morir son ancianas, están enfermas o sufriendo, con una edad media de 76 años, precisó, añadiendo que el más joven tenía 32 años y que el mayor -hasta el momento- 99.

Al contrario que Exit, la mayor asociación de ayuda al suicidio de Suiza que sólo atiende a los residentes helvéticos, el 75% de los pacientes de Eternal Spirit son extranjeros, que deben pagar los exámenes médicos y las tasas de admisión, caras en Suiza. Pero Habegger explica que la clínica no se beneficia con las MVA, como impone la ley suiza. Los suizos eligen generalmente morir en su casa, pero para los extranjeros la clínica ofrece locales amueblados con suficientes habitaciones para la familia y amigos.

En una muerte asistida, la persona debe ser físicamente capaz de encargarse del último acto. La mayoría de las fundaciones suizas piden al paciente que tome pentobarbital sódico, un potente sedante que en altas dosis detiene los latidos del corazón. Ante una cámara, el paciente dice en voz alta su nombre, su fecha de nacimiento y confirma que sabe lo que está a punto de hacer.

A contiunación, el paciente abre la válvula que libera el producto mientras la cámara continúa grabando como prueba de que se trata de un acto voluntario. "Después apagamos la cámara, porque lo siguiente es íntimo, privado", explica Habegger. La persona se duerme en unos 20-30 segundos. "Se hunde más y más profundamente hasta que se detiene el músculo cardíaco". La duración total generalmente se alarga un minuto y medio. "No es doloroso. Es breve y tranquilo", añade.