Esteban Peicovich, columnista de Perfil.com, es de los escritores que más conoce la vida y -sobre todo- la obra de Jorge Luis Borges. A 25 años de la muerte del gran hombre argentino de las letras, el autor de El palabrista Borges, visto y Oído recordó para este portal inéditas anécdotas que denotan cómo era el complejo pensamiento y la peculiar forma de ser del célebre “palabrista” que falleció el 14 de junio de 1986 a los 86 años.
Anecdotario. “Nos vimos muchas veces, cuando lo entrevisté en Barcelona, Buenos Aires, Marrakesh o Madrid cuando recibió el Premio Cervantes en 1979. En la capital española recuerdo que en la cena de gala, los mozos le preguntaron a María Kodama cuál era la comida preferida del premiado. “A mí me gusta la comida seca, no mojada”, repetía él. Por eso comía todos los días arroz. Entonces María pidió una paella. Así fue como llegados los postres, una periodista de la Televisión Española se le acercó a Borges y le pidió una sola respuesta: “¿Qué le pareció la paella, señor Borges?”. Y el galardonado contestó: “Me parece que está bien porque cada arroz ha mantenido su individualidad”
Nuestro eminente “doctor en ojos” Enrique Malbrán, que operó tres veces a Borges, me contó que un día, no bien llegar, le relató un hecho que al propio médico le pareció creado para la ocasión. “Usted no sabe, Malbrán, lo que me pasó esta tarde. Estaba a punto de cruzar la avenida Córdoba cuando un hombre me tomó del brazo y se ofreció ayudarme a cruzar. Lo hicimos, agradecí y ¿sabe que me respondió? Me dijo: “No, gracias a usted, señor. Yo también soy ciego”.
“Camino a Machu Picchu, en Perú, y tras cinco horas de tren de trocha angosta desde Cuzco, tuve que llevarlo en brazos por la altura. Él se había anudado un pañuelo al cuello y boqueaba como pez en la arena. María Kodama temía que Borges se muriera por falta de oxígeno. Por fin lo tendí sobre un sofá del lobby del Hotel Internacional para que lo asistieran. De un grupo de turistas alemanes uno lo reconoció. “Here is Borges”, empezó a gritar. Y claro, en segundos quince alemanes se abalanzaron a fotografiarlo desde todos los ángulos. Parecía una parodia de El entierro del Conde de Orgaz”.
El “palabrista”. “Además de maestro único en distintos géneros literarios, Borges es un palabrista mayor. Un Mozart de la palabra. De un vivir nuevo e inocente cada día. Por eso creo que Borges es un niño que murió a los 86 años. El primer niño que murió a los 86 años. Lo conocí a los 25 míos en la Biblioteca Nacional, al ir a invitarlo a dar una conferencia sobre Almafuerte, en Berisso, mi pueblo, donde lo presenté. “¿Berisso? ¿Ese pueblo existe?” dudó. Ya en los sesenta lo entrevisté para Clarín y hubo otras más, en los ochenta, en Madrid, Barcelona, Marrakesh. Con ellas y el acopio de lo más singular que el Borges oral dejaba en diarios y radios europeas estructuré El palabrista, cuya primera edición apareció en Madrid, en 1980. Quiero aclarar que nunca fui amigo de Borges, como informó un diario de Bogotá a propósito de la 5ta. edición del libro en Colombia. Es un error grueso. Macedonio era amigo de él, los grandes lo eran. Yo sólo fui un escriba que por corresponsal viajero pude coincidir con él y entrevistarlo. ¿Qué es lo que más valoro de su persona? Sin dudas, su virtud mayor: la de vivir lejos del hábito, de la matadora repetición de la costumbre. Le sorprendía la admiración que generaba y solía responder: “No sé por qué me valoran. Lo único que yo hago es ver asombro donde los demás ven costumbre”.
Su pensamiento. “No, no era gorila ni de derecha. “Si bien un conservador en las formas y respecto de su pertenencia social, las ideas más profundas de Borges eran las de un ácrata, las de un anarquista sublime que sin poner bombas en un plano real, las sembraba con su imaginario. Borges reelaboró antiguos mitos de Occidente y de Oriente, nos propuso un destino universal a una sociedad sin cultura precolombina y también indagó como pocos en nuestras poéticas de campo y barrio. De Ascasubi y Carriego. Entretejió con prosa exquisita los temas de allá y de acá hasta replicar en ambiente gauchesco el asesinato de Julio César por Marco Antonio”.
Destino literario si los hay, Borges vivió más allá de la sordidez del día a día. Aún ciego, “veía” el mundo como era, y también “a su manera”. Es una de esas grandes y raras flores que da la especie. Como Kafka. Como Beckett. Testigo literario de una sociedad variada y rara como la nuestra, nos castigó en lo imbécil y nos representó en lo genial. Y en lo utópico. Nunca olvido lo más agudo que dijo sobre nuestra política: “Tal vez llegue un tiempo en el que merezcamos no tener gobierno”.