La desaparición de Sofía Herrera es uno de los grandes misterios que todavía desvela al país. Sucedió el domingo 28 de septiembre de 2008 en el John Goodall, un camping a 60 kilómetros de Río Grande, en Tierra del Fuego. La niña, que en ese momento tenía tres años, había llegado al lugar con sus padres, María Elena Delgado y Fabián Herrera, y otra familia. Ese día desapareció sin dejar rastros. Durante los diez años siguientes la buscaron desde el FBI, Interpol, Gendarmería y Prefectura, hasta la Armada y las Policías Federal y provinciales.
Todo sucedió muy rápido. Esa mañana, María Elena, Fabián y Sofía pasaron por un supermercado La Anónima para comprar carne y pararon en una YPF a cargar agua para el mate. Allí, se encontraron con sus amigos Noemí “Paloma” Ramírez y Silvio Giménez, que estaban con sus dos sus hijos de por entonces 9 y 2 años, y el hermano menor de Noemí, de 6 años. Partieron hacia el lugar en dos autos y tras pagar 15 pesos al cuidador del predio se estacionaron cerca de un alambrado pegado a la ruta 3.
“Apenas llegamos y habrán pasado 10 minutos cuando Sofi despareció”, detalla a PERFIL María Elena. “Nosotros ni alcanzamos a bajar nada de los autos. Quedó ahí la carne, el equipo de mate”, recuerda. Mientras su marido y su amigo fueron a buscar un lugar donde hacer el asado, las mujeres se quedaron en los vehículos esperando. A los hombres los seguían los cuatro niños. Esa fue la última vez que vieron a su hija.
“Cuando bajan, Silvio y Fabián se van con los nenes. Iban a buscar un lugar para ver si preparábamos el asado porque donde nos estacionamos había una chapa y nada más. Se van caminando. Los chicos iban un poco más atrás, los hombres un poco más adelante. Llegan hasta un lugar y después se vuelven. Ahí Fabián ya no ve a Sofi, pero él creyendo que se había vuelto al auto donde estaba yo. Comenzamos a llamarla rapidísimo”, cuenta.
Para la tarde ya eran cientos las personas en el lugar que se sumaron al rastrillaje de la Policía y los bomberos. Los días posteriores la noticia llegó a los diarios nacionales y durante los meses siguientes se realizaron operativos con apoyo del aeroclub y aviones de la Armada, la División Servicios Especiales de la Policía de Ushuaia y de Río Grande, la Brigada Rural de Río Grande y Tolhuin, una localidad cercana, y el COP de región.
Con el tiempo se sumarían el FBI, Prefectura, Gendarmería, la Federal, la Policía de Investigaciones de Chile, y hasta el Equipo Argentino de Antropología Forense, entre otros tantos cuerpos de seguridad y organizaciones. Equipos de buzos profesionales se sumergieron en los arroyos que están a los costados de la ruta, y en los rastrillajes se utilizaron perros, vehículos 4×4, caballos y helicópteros. No se encontró ningún rastro de Sofía.
A los pocos días, Río Grande se vio empapelada con la imagen de la nena, los canales de TV locales mantuvieron en un extremo de la pantalla una foto con su cara y cientos de vecinos se volcaron el camping para ayudar. Muchos hasta salieron a patrullar puerta a puerta en guardias civiles. En la ciudad, comparaban el caso con Madeleine McCann, la pequeña que en 2007 desapareció de un hotel en Portugal y jamás fue encontrada.
Por esas semanas, se realizaron marchas simultáneas en las principales ciudades de la provincia; la por entonces gobernadora Fabiana Ríos dispuso una recompensa de $30 mil, que a los pocos días ascendió $160 mil; los senadores en el Congreso colgaron en sus bancas la imagen de la pequeña como muestra de apoyo; y María Elena fue recibida por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el vicepresidente Julio Cobos y el ministro de Justicia Aníbal Fernández.
Sin pistas. La versión del rapto fue durante los primeros días la que sonó con mayor fuerza. “Los chiquitos fueron los últimos en verla, uno de ellos le comentó a mi señora que la nena se fue caminando al alambre y que había un señor en el lugar, pero eso todavía no lo sabemos bien”, contó en una de sus primeras declaraciones a los medios el padre de Sofía. Aseguraba que en la zona había visto dos automóviles estacionados en la banquina, cerca del acceso al camping y "con las balizas encendidas".
Sus dichos se sumaban a las declaraciones testimoniales del hermano de Noemí “Paloma” Ramírez, de seis años. El nene contó ante la Justicia que esa mañana Sofía se apartó del grupo y que un hombre la había alzado tapándole la boca y se la había llevado. Describió a un sujeto de entre 50 y 55 años, con cabellos largos y negros y ojos marrones, que se encontraba junto a un auto Volkswagen Gol gris oscuro, en cuyo interior había un perro raza bóxer de pecho blanco.
En ese marco, los primeros sospechosos fueron un grupo de personas que estuvieron acampando a pocos kilómetros del camping John Goodall. Según trascendió, manejaban tres autos, entre ellos un Clio color gris y un Chevette. El rostro de uno de ellos habría coincidido un 65% con el identikit armado por los investigadores y tenía un boxer marrón con el pecho blanco, de acuerdo a los medios de la época. No obstante, esa línea de investigación fue descartada y poco después un grupo de psicólogos también desestimó los dichos del chico sobre la aparición de un hombre en el lugar.
El único procesado. Las primeras versiones también apuntaban contra el matrimonio amigo de la familia como posibles entregadores o hasta un presunto ajuste de cuentas contra el padre de Sofía por una deuda. Pero sin datos concretos esas líneas de investigación fueron rápidamente desechadas.
En septiembre de 2009, la causa dio un vuelco cuando Alberto Urrutia, el cuidador del John Goodall, fue procesado como presunto autor del delito de “sustracción de menores”. El hombre era un jubilado de 73 años que en el momento de la desaparición de la niña vivía en una pequeña casilla dentro del predio. No obstante, tras pasar un año detenido, en abril de 2010 fue sobreseído y desvinculado de la causa. Pese a las numerosas pericias realizadas, los investigadores no encontraron ni una sola prueba en su contra.
“Me va a quedar la duda siempre. Yo no sé si el hombre vio algo o estaba con alguien dentro de su casa. Él vendía ahí gaseosas, cervezas. Yo no sé si en ese momento pudo haber venido alguien a comprar y justo se llevó a Sofi”, detalla María Elena.
Una década después. En los años siguientes las líneas de investigación incluyeron que la niña podría haber sido cazada por un cóndor o perros salvajes; que se hubiera caído al mar o que hubiera sido secuestrada para tráfico de órganos. En 2017 un vidente aseguró que la pequeña estaba enterrada en el fondo de la casa de los Herrera en Río Grande. Los padres autorizaron a que se cave un pozo en el fondo de la propiedad para desmentir los dichos.
Durante una década, su familia la buscó en 21 provincias y a lo largo y ancho de la región. Todavía la busca. “Fabián hace poco fue a Neuquén por un dato y de ahí se fue a Chile. Era una nena parecida pero no se trataba de ella. Panfleteó toda la ciudad, habló en los colegios, trabajó la PDI, pero nada. También, te queda la duda: ¿si no vas y se trata de Sofí?”, cuenta María Elena.
Los Herrera siguen en Río Grande. Viven junto a su otra hija, Giuliana, en la misma casa en la que habitaban durante el momento de la desaparición. La pieza de la nena sigue intacta y sus padres continúan chequeando cada una de las fotos que les llegan por las redes con chicas que se parecen a Sofía, quien hoy tendría 13 años.
“Yo creo que a mi hija alguien se la llevó del lugar, no sé con qué fin ni adónde”, concluye la mamá. “Para nosotros es como que el tiempo no pasó porque siempre estamos pensando en ella, en la búsqueda. Siempre la tenemos presente acá en la casa. Sus cosas están todas acá”, detalla. La imagen que se realizó en 2017 con los rasgos actualizados de la niña es lo único que hoy les queda para encontrarla.
U.U.