“Cuando comencé el gimnasio, noté el nivel del ruido que había dentro. La música solía estar tan fuerte que, cada vez que iba a entrenar para relajarme, terminaba más estresado”, cuenta Ricardo Sarmiento, un hombre que decidió ejercitar al aire libre para evitar problemas de audición. Como él, cada vez más personas se quejan de los altos decibeles que hay en los gimnasios, mientras que en otros países del mundo acostumbran a entrenar en silencio.
Sarmiento utilizó un Apple Watch para medir la invasión sonora en el gimnasio y los valores llegaron a darle hasta 85 decibeles. “La mayoría de los días, la música arrancaba a las ocho de la mañana”, amplía. Por el horario, también se molesta a otras personas, como los vecinos que viven en casas linderas a los gimnasios.
“Trabajo de noche y me arruina la vida. Están pegados a mi edificio y no puedo dormir”, cuenta Canela Bigliano, quien vive en Villa del Parque al lado de una importante cadena de gimnasios. “Me dijeron que midieron los decibeles y que se adecuaban a la ley de Control de Contaminación Acústica”, dice la joven, que planea mudarse por este inconveniente.
Leandro Suárez es gerente de la cadena de gimnasios Onfit y explica que “se pone música porque cuando no se hace, la gente lo reclama”. Para Suárez, “el volumen es más alto en las clases grupales porque el profesor necesita darles poder a los ejercicios” y afirma que “se les pone un tope para que no se excedan”.
“Los gimnasios están obligados por ley a presentar un informe de impacto acústico para determinar si el envolvente arquitectónico es suficientemente aislado”, dice Silvia Cabeza, presidenta de la Asociación Civil Oír Mejor e impulsora de la normativa de contaminación sonora en la Ciudad y que está controlada por la Agencia de Protección Ambiental porteña, que se determina que no se pueden superar los 75 decibeles en la vìa pública –dependiente de la zona–. “Unos 85 decibeles es lo mismo que estar expuesto a una máquina generadora de energía”, compara Cabeza.
El personal trainer Daniel Tangona tiene membresía en gimnasios de Nueva York, Chicago y Francia, y dice que “ninguno tiene música”, como el de la cantante Madonna, donde él también entrenó. “Cada uno se lleva su música y, si no tiene, hay auriculares en cada cinta”, explica. “Después de tantos años, perdí el 10% de la audición y tengo problemas en las cuerdas vocales porque por mucho tiempo grité demasiado en las clases a causa de la música fuerte”, agrega Tangona sobre una costumbre que él atribuye a “una falta de respeto hacia el otro”.
Prevención. Matías Parreño es uno de los médicos especialistas en la clínica Atención Orl de otorrinolaringología y explica que 85 decibeles “no producen lesiones si alguien está expuesto una hora, pero sí a los profesores, que lo están durante todo el día”. El primer daño es “la pérdida de audición, donde se daña el oído interno, en la parte neural y es irreversible si no se modifica la exposición”.
En cuanto a las cuerdas vocales, Parreño dice que es “una consulta habitual” de los profesores de gimnasios. “Al gritar, se producen daños en pólipos y nódulos”, dice el médico sobre las lesiones “reversibles si se atienden prematuramente con un fonoaudiólogo”.