La noche del incendio de Cromañón, Gabriel Zerpa trabajaba junto a sus dos hermanos como patovica en el área de seguridad de la banda Callejeros. Ese 30 de diciembre de 2004 habían ido a verlo al boliche de Balvanera su mujer y sus dos hijos: Gustavo, de seis años, y Gisella, que por ese entonces tenía cuatro. Se instalaron junto al resto de sus familiares en la zona del VIP, en el piso superior del lugar, donde estarían a resguardo.
Cuando se encendió la bengala y comenzó el fuego, Gabriel los buscó por todos lados. Esa noche sólo encontró a su sobrino Gastón Amaya, de nueve años, quien prácticamente murió en sus brazos. Luego de horas de desesperada búsqueda, al mediodía siguiente ubicó con vida a su entonces esposa y a la nena en el Hospital Argerich. Pero su hijo Gustavo no aparecía.
En paralelo, otra familia buscaba a Nicolás Flores, un chico de cuatro años que había ido al recital junto a su madre, Romina. La mujer murió en el Argerich y del chico no se supo nada por semanas. Sus familiares recorrieron hospitales, comisarías y canales de televisión. Mientras Gabriel buscaba a su hijo, el caso de Nicolás copó la primera plana de los diarios y revistas. Y, sin quererlo, las dos historias se cruzaron en un triste final.
Tras más de una década sin hablar con los medios, Gabriel cuenta a PERFIL cómo fue rastrear a su hijo tras el incendio y la terrible experiencia de vivir una doble tragedia luego de que le entregaran un cuerpo equivocado.
En primera persona, este es su testimonio:
(Cuando empezó el incendio) saqué a una chica, la llevé a la esquina y en eso lo sacaron a mi sobrino Gastón. Lo estaban llevando a una ambulancia, lo suben y la persona que lo trasladaba era el mismo conductor. Corrí, empecé a golpear el vehículo, paró y le dije: "Llevás a mi sobrino". Me contestó: "O manejo o lo atiendo". Le dije que lo atendía yo y nos fuimos al hospital Ramos Mejía. Todo el trayecto fui haciéndole RCP.
Llegó vivo al hospital. Vinieron los enfermeros y un médico me dijo que le iba a inyectar corticoides para que pudiera respirar. Empecé a notar que Gastón se empezó a estirar. El médico me preguntó el nombre y le empezó a pegar en el pecho. Le dije: "¡¿Qué pasó?!" y me dijo que me corriera, que ya estaba. Empecé a hacerle RCP de nuevo hasta que me agarraron y me dijeron que lo dejara descansar. Agarré una cinta, se la puse en la muñeca con su nombre y volví a Cromañón.
Entré unas 14 o 15 veces hasta que un amigo me dijo que lo había sacado a mi hijo Gustavo y se lo había entregado a otra persona (Lolo) que le había hecho RCP. Después vino un policía de Infantería y se lo llevaron. Cuando corrí a la esquina para ver dónde estaba, la ambulancia se había ido.
A partir de ese momento empecé a buscarlo por todos los hospitales. Era tan mala la organización, estaban todos desbordados. Yo entraba primero en terapia intensiva, después a las otras salas, y después iba directamente a la morgue. En muchos hospitales y clínicas tuve que mover los cuerpos para ver si estaban Gustavo, mi exmujer o mi hija. En uno de los sanatorios me dijeron "fijate" y me dejaron solo. Gustavo no estuvo nunca registrado en ningún hospital, ni como NN ni como nada.
Lo encontré el 31 de diciembre a las 2 de la tarde porque había ido por tercera vez al Gutiérrez a preguntar y una médica me dijo que había cuerpos que los habían llevado directamente al cementerio de la Chacarita. Fui ahí con uno de mis hermanos. Me hicieron llenar un papel, esperamos a que nos llamen y nos mostraron fotos en computadoras. Vi cualquier cantidad de imágenes y no estaba. Cuando me levanté, vino una chica y me dijo "mirá que acá hay más". En la cuarta estaba Gustavo. Se me vino todo abajo.
Después me llevaron a donde tenían los cuerpos. El cajón donde estaba era el número 22. Lo vi, lo reconocí y tuve que ir a la comisaría a hacer la denuncia. Me dijeron que me iban a avisar cuando llegara a la morgue. Volví a la casa de mi madre. A las 6 de la mañana me llamaron por teléfono y dijeron que ya lo habían trasladado. A mi hermano también lo llamaron para avisarle que habían llevado a mi sobrino Gastón.
Cuando llegamos a la morgue, pedimos si nos podían entregar los dos chicos juntos para velarlos. Nos tuvieron todo el día y nos decían todo al revés. A las 11 de la noche, ya cansado, fui y les dije a los gritos: "O me entregan el cuerpo de mi hijo, o entro. Si es por ver muertos ya vi un montón, me lo llevo". Vino un policía a increparme. Después vinieron más y había un montón de familiares que se pusieron en el medio. Recién ahí me dijeron que estaban los dos nenes.
Nos trajeron primero a mi sobrino. Estaba en una bolsa. La rompieron y lo reconocimos. Cuando traen supuestamente a Gustavo, rompen la bolsa, lo miro y les digo "no es". Uno de los que estaba ahí en la morgue me dice: "No esperes ver a tu hijo como era porque hace más de 24 horas que está en una bolsa, en el piso, que por ahí le pusieron otros cuerpos encima porque no tenemos cámaras de refrigeración". Hasta me dijeron que lo vele a cajón cerrado. (El hombre) abrió toda la bolsa y en el dedo del pie del nene decía "Gustazo Zerpa". Yo lo tomé como que era así. Le puse la ropa de mi hijo y le iba. En ese momento dije "puede ser".
Gabriel relata que, en el papel que le hicieron llenar cuando reconoció a su hijo por primera vez en el Cementerio de la Chacarita quedó certificado que marcó dos fotos correspondientes al cuerpo número 22. Sin embargo, una nota que le dieron después, escrita por alguien del Gobierno de la Ciudad, indicaría que el cuerpo que le entregaron en la morgue tras la autopsia, días después, era otro y tenía el número 66.
Sepultamos a los chicos y a los 15 días me vino a buscar la Policía Federal a mi casa con un coche de civil. Bajó un sargento primero y un cabo primero, preguntaron por mí y me dijeron que los tenía que acompañar. Cuando íbamos, el sargento me preguntó: "¿Cuántos años tenía tu hijo?". Le respondí que seis. Se miraron entre ellos y uno dijo: "Sí, es él".
Me llevaron a la comisaría. Estaba lleno de periodistas y les dije que no quería hablar con nadie. Fui directo a la oficina del comisario. Me dijeron que tenía que ver unas fotos porque había habido una equivocación. Me trajeron ocho expedientes. Empezaron a mostrármelos y en el último estaba Gustavo. "Él es mi hijo", les dije. Entonces, se me paró el comisario atrás, me agarró del hombro y me dijo: "Negro, vos no enterraste a tu hijo, sino a otra criatura. Sepultaste a Nicolás Flores". Me dijo que me iban a llevar a la morgue sin que nadie me molestara.
Apenas entramos, el director de la morgue se me paró en frente y me dijo: "Yo no tengo la culpa de nada, si hay un culpable es la Policía Federal o el Gobierno de la Ciudad". Los policías bajaron conmigo (al lugar donde estaban los cuerpos). Me dijeron que tenían que hacerme una prueba de ADN y me sacaron sangre a mí y a mi hermano. Hasta el día de hoy nunca nos entregaron esas pruebas. Bajamos y sí, era mi hijo el que estaba ahí. Ni siquiera tuvieron la delicadeza de cerrarle los ojos. Me lloré la vida.
Subimos y me sonó el celular. Eran del Gobierno de la Ciudad diciendo que estaban a mi entera disposición y que pasara por ahí cuando quisiera. "Paso ahora, ya", les dije. Antes tuve que ir de nuevo a la comisaría, hacer de nuevo la denuncia por mi hijo y volver a hacer todos los papeles.
De ahí me llevaron a la Jefatura (de Gobierno porteña). Estaba una mujer que era la asistente de Aníbal Ibarra. Me atendió y me dijo: "Te equivocaste". "Yo no me equivoqué", le respondí. Le pedí que me muestre las fotos porque en las imágenes decía en qué número de cajón estaba. Pegué un golpe de puño en el escritorio, que era de vidrio, y lo rompí. Pidió los diskettes y encontramos las fotos de Gustavo: decían "cajón número 22".
A todo esto, apareció una señora, se puso a llorar y me dijo: "Fue culpa mía. Me puse mal, vi muchos chicos y anoté cualquier cosa. Fue culpa mía". Era una trabajadora del Gobierno de la Ciudad, una asistente que estaba en Chacarita. Anotó mal el número del cajón de Gustavo y mandaron otro cuerpo.
Después de eso, tuve que esperar a que vengan a levantar al otro nene (Nicolás Flores). El día que iban a exhumarlo, no me avisó ni la policía ni el Gobierno de la Ciudad. Me llamaron del cementerio y tuve que salir corriendo. Cuando llegué, uno de los policías me dijo que casi se llevan a los dos chicos: a mi sobrino y al otro nene (Nicolás). Después, fue volver a pasar todo de nuevo: hacer el velorio y sepultar a Gustavo.
Hasta el día de hoy, no sé qué recorrido hizo mi hijo. Pedí al SAME que me dijera en qué ambulancia lo trasladaron y quién tomó la determinación de llevarlo directamente al cementerio. Pedí los libros de los hospitales para ver en dónde estuvo, cómo entró. No figura en ningún lado. Inicié acciones legales, elegí a unos abogados y en julio de este año, hablando con otros sobrevivientes preguntamos qué pasaba y me enteré que estos señores no habían hecho nada. Hoy, no puedo hacer nada, lo mío ya caducó.
Gustavo era lo más, era un angelito. Siempre me preguntaba qué hacía yo en mi trabajo y si podía ir. Yo siempre le dije que no porque era muy chiquito y esa noche le dije que sí porque su primo había ido y estaba enojado. El recuerdo está siempre presente. Hoy en día mi hijo Gustavo tendría 21 años, y es imposible olvidar lo que pasó y cómo fue. No solo perdí a mi hijo, sino también a mi sobrino. Estas fechas son para mí de terror. No tengo palabras para decir cómo estoy porque llegan estos días y también el reproche.
► Producción periodística: Ayelén Bonino - Florencia de Sousa
► Producción Multimedia: Claudio Pignataro - Ignacio 'Nacho' Palacios
AB/FF