Omar Chabán entra a la sala de reuniones con la cabeza baja y en silencio. Se acerca hasta Luis Fernández, padre de Nayla, 19 años, una de las 194 víctimas de Cromañón. Se habían cruzado de lejos en varias oportunidades. La última vez que Luis lo había visto fue detrás de un blindex, en el recinto en el que se está llevando a cabo el juicio. Ahora están frente a frente, por primera vez en cuatro años. Lo primero que Chabán dice es “que tiene la mano mojada, porque hace mucho calor.” Se la frota contra el pantalón y luego la extiende hacia Fernández. “No. No, está todo bien”, responde el padre negándose a darle la mano.
Ambos saben que no fue fácil generar este encuentro. En un primer momento Chabán se negó a hacerlo, aunque una semana después aceptó la propuesta. Pero con algunas condiciones: pidió dialogar sólo con un padre y que la charla no fuera grabada con cámaras. Una vez acordada la fecha y hora, un automóvil con vidrios polarizados pasó a buscarlo por una esquina de la ciudad. Quiso que estuvieran presentes su amigo íntimo y esposo de su abogada defensora, Guillermo Silva y su amiga Gloria. Luis Fernández, en cambio, llegó solo y lo único que pidió fue permiso para colgarse del cuello la foto de su hija antes de empezar a hablar.
Una vez sentados en la mesa, Chabán propone empezar a dialogar libremente. La tensión se siente en el ambiente. Y el ex gerenciador de Cromañon, más habituado al manejo con los medios, empieza a hablar de lo que significa para él este encuentro. “Es fuerte que hagamos este diálogo a los cuatro años, porque los padres son como un “más” respecto a mí. Es la primera vez que hay una aceptación por parte de los padres para generar este encuentro. Espero que Luis no se vea comprometido por esto”.
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