Las tareas se repiten noche tras noche en las seis líneas del subte porteño. Cuando los últimos pasajeros salen a la superficie, un ejército de 1.200 operarios de Metrovias entra en acción. Ellos trabajan durante las horas en las que el servicio de subterráneos porteño está cerrado y son los responsables de la limpieza y el mantenimiento de la red, que es utilizada por 1,2 millones de usuarios.
PERFIL los acompañó por los túneles de la Línea D, y recorrió el tramo que va desde la estación Scalabrini Ortiz hasta Plaza Italia.
En la “ventana nocturna de trabajo”, como se define internamente al turno noche, la estrella de la puesta a punto del subte es la máquina Plasser. Más chica que una locomotora tradicional, de color amarillo y muy ruidosa, cuenta con cuatro pares de palas a sus costados y se utiliza para nivelar y alinear los rieles. También sirve para acomodar las piedras que van debajo de los durmientes que amortiguan el peso de las formaciones.
Esta tarea, casi fundamental a la hora del funcionamiento del servicio, es acompañada por una cuadrilla que completa el trabajo en los lugares a los cuales la máquina no llega, como por ejemplo los cambios o los cruces de vías.
Tras caminar unos 500 metros desde los andenes de la estación Plaza Italia de la línea D, el ruido casi ensordecedor y el calor agobiante dominan la escena del lugar. La Plasser avanza lento y trabaja en las vías durmiente a durmiente. Antes y después de su paso, un empleado mide al milímetro la distancia entre las vías, el estado de los durmientes y el balasto.
“Estos trabajos repercuten en la velocidad y estabilidad de los coches”, afirma Manuel Fernández, técnico y responsable de la máquina, con once años en la concesionaria del servicio. “Estas tareas se hacen en todas las líneas al mismo tiempo, tras mapear el estado de las vías, y se trabaja de estación a estación”, agrega.
En paralelo a estas tareas, también se realiza el lavado de las formaciones. Una cuadrilla lleva a cabo una limpieza profunda, que comprende tanto el exterior como el interior del tren, como también de los distintos tipos de señalamiento de todas las líneas, energía y de comunicación.
Mientras el trabajo avanza sobre las vías, otro equipo de empleados se encarga de la limpieza de los andenes, las escaleras y las paredes de las estaciones.
Lo mismo ocurre en los talleres y cocheras de toda la red. En total son doce y realizan revisiones periódicas (que son las programadas) y las correctivas (que son las eventuales). Uno de ellos es el taller Nazca, que se encuentra ubicado debajo de la avenida Rivadavia, a continuación de la cochera que se extiende tras la estación San Pedrito, en el barrio de Floresta. Allí, por ejemplo, se lleva adelante el plan de mantenimiento del material rodante.
“También nos encargamos de que después del cierre no quede gente en las estaciones, ya sea en situación de calle o los grafiteros, que por suerte ya no se meten más”, señala Alizo, mientras se dispone a organizar el trabajo en su próxima parada, la estación Palermo de la línea D, “su línea”, como a él le gusta llamarla.