En la serie de televisión Lie to me, un psicólogo experto en emociones logra detectar las expresiones faciales en milésimas de segundos, para descubrir quién está mintiendo y por qué. Es ficción, pero aun así, la tira estadounidense –basada en las investigaciones científicas del psicólogo Paul Ekman–, hizo que, en el país, más personas se acercaran a realizar entrenamientos de detección de microexpresiones.
“La mayoría quiere aprender para aplicarlo en su vida cotidiana”, indica Sergio Rulicki, director de la Diplomatura en Comunicación no Verbal y Detección del Engaño, que comenzó este año en la Universidad Austral. Dura seis meses y es el primer programa formal que existe en el país de la disciplina, que ya tiene desarrollo en Europa y Estados Unidos.
El año pasado, además, se inauguró Signum, un instituto que entrena a profesionales, partiendo de más de 300 videos de situaciones de la vida real, donde se estudian las variaciones de las siete microexpresiones faciales universales: sorpresa, alegría, tristeza, temor, ira, asco y desprecio. “Un abogado puede reducir su riesgo reputacional y económico con clientes que ocultan la verdad. Un comerciante puede ver lo que sus clientes potenciales no dicen con palabras, los políticos pueden mejorar el impacto de su discurso, y alguien de recursos humanos verá la verdad en la cara de sus candidatos”, explica Laura Justicia, directora de Signum y representante del Center for Body Language.
Rulicki destaca la importancia de la investigación científica y de una “postura ética” en la disciplina. “El sentido es aprender a comunicarnos mejor, entender las emociones que experimentan los demás y ser más empáticos”, señala.