Cada día más augures avisan que nuestros bisnietos serán chinos. No es nuevo (es hasta viejísimo) pero ahora el témpano se ve. Está sobre la nariz: China viene a por nosotros. Hasta The Economist (aldabonero imperial) bate el parche. Llega tarde. Oswald Spengler lo olfateó hace un siglo. Y hace medio (a quienes somos biseculares) Marco Belocchio nos lo gritó en los cines con: “Cina si avicina”.
Y sí: ya entró en casa. Recuente cada cual domésticos objetos y saque el porcentual. Japón copiaba el diseño. China hace el objeto. Los duplica y les extrae el “alma”. Serializa y ahueca el origen. Y del objeto al sujeto, un paso. Este tsunami cultural empeora a diario al Homo Bobo que ahora somos en el timeline de la especie más loca de La Casa Tierra. Un protésico que prende en su ropa colgajos “made in china”, banners y tatuajes, como antes meta, proyecto de persona o de destino semi manuable. Al hombre sándwich de hoy le tiene comido el coco la publicidad. Sueña ser hombre pero defeccionó y aceptó ser peatón sándwich. Un gladiador comercial top. Anunciante que porta raquetas o número 10 en la espalda. Que trabaja "en negro" y a la vista sin que le paguen su esfuerzo divulgador. Un "muy vivo" que no se aviva que le hacen publicitar aquello que necesitan venderle primero a él, y a su través, a otros como él. De manual.
En el caso argentino algo de copyright nos pertenece por ser pioneros del cambio epocal que nos aturde. Nuestra creación mundial (interrupta) se llamó “deme dos”. Pero perdimos el tren. El cohete que en dos horas nos alzaría en el Pajas Blancas de Córdoba para bajarnos en el Narita de Tokio, se mancó. Altri tempi. Ahora se trata de Pekín, no de Anillaco. Y el mercado global (como nuestra cabeza global) está en sus manos. Nos sonríen. Nos hipnotizan. Nos hacen el coco. Instalan la ansiedad en cadena. El “deme cien”. El cuerpo humano ya no es más una cómoda percha a su aire gentil. Depredado por dentro y alquilado por fuera, deambula teledirigido entre imágenes locas que no capta, y cuando menos lo piensa se sorprende, imbécil, ante una góndola o una vidriera comprando lo que nunca necesitó. Es un estilo de ser que muta por impulso invasor no por pulsión interior. De Papá Noel a Halloween, y de última, y fresco, este Dragón bailarín que echa fuego por la boca en Belgrano mientras la mafia china regula a los Mercaditos.
De poder vernos de a uno, y de a miles, en la calle, daríamos pena. Mayoría de urbanos ávidos por teclear un mensaje en un espacio de silicio menor que la palma de una mano. En nuestro caso, 40 millones de seres alfanuméricos que pulsan 50 millones de celulares (y aun así no consiguen dar con el Índice Real de Su Fatigada Inflación). Puede que a muchos importe poco hacia dónde se dirige esta mutación social. O nada. Que no hay que asustarse. Que siempre sucede lo mismo aunque de modo óptico distinto. Hoy, en este 2012 (rarito, raro) motorizan los chinos, entontecen los mayas y abruman los serpentarios del Poder Nuclear. Puesto a sobrevivir, un bosquimano cavernario se las arreglaría mejor que un ciudadano de Zurich. El primero por virgen (y libre). El segundo, por violado (y cautivo). El bosquimano es la esperanza sin usar del planeta.
¿Ningún consuelo? Oh, sí... Nunca como en este verano vi tanta gente corriendo a la playa para llegar a tiempo de ver caerse el Sole que perdían... ocupados por encerrarlo en el Celu.
No, no soy promotor de pálidas. Asumido Sísifo (hasta tengo un relojito con el pobre subiendo la roca por mi muñeca) lo mío es más de Zorba. Si los mayas aciertan será una Catástrofe, "¡Pero qué Bella Catástrofe!" diría el griego. También porto ansiedades de Lichtenberg: “Daría parte de mi vida con tal de saber cuál era la temperatura promedio en el paraíso”. Y unas gotas frescas del inmenso Antonio Lobo Antúnes: "Hay 4 cosas importantes en la vida: los libros, los amigos, las mujeres y... Messi".
(*) Especial para Perfil.com