Una al lado de la otra. Durante décadas, el periodista y analista político Julio Blanck y el caricaturista Hermenegildo Sábat convivieron en dos oficinas que parecerían iguales, si no fuera por la impronta de cada uno de los hombres que las habitaron. El orden de Julio y el caos creativo de "Menchi" parece resistir la desaparición física de dos "históricos" de Clarín.
La oficina de Julio se distinguía antes de pasar la puerta. Todavía está el cartel que anuncia "Ministerio de promoción de la virtud y prevención del vicio". El espacio es muy ordenado. La biblioteca está acomodada y hay pilas de papeles con carteles indicadores sobre cada tema.
Al lado de la biblioteca, cuelgan del perchero una percha de plástico y otra de madera, que tiene el nombre de Blanck escrito a mano. Con ellas también se ve un dibujo de una de las hijas del periodista.
El club de sus amores también está presente: el mousepad tiene el escudo de Independiente.
Otro mundo. Al lado del "Ministerio" se ubica el mundo de Sábat. El dibujante no tenía computadora. El último día que estuvo allí dejó una hoja en blanco sobre la mesa. Así se preparaba para su próximo dibujo, junto con decenas de lápices, fibras y pinceles esparcidos a su alrededor.
En una pila de papeles junto al teléfono exponía una foto de uno de sus últimos "retratados", Enrique Cadícamo. Las paredes estaban repletas de fotos, dibujos y leyendas, recortes de diarios y frases manuscritas. El arte y la música unían todo: Gardel, Sachmo y Lennon lo observaban día tras día.
La biblioteca está llena de libros, un poco desordenados. Se ve una enciclopedia de su querido Uruguay, las cartas del expresidente de Estados Unidos Barack Obama y su esposa, Michelle. Se notaba su gusto por la fotografía: había recortes de Robert Capa en su puerta y de Ansel Adams en sus paredes, y un libro de Adriana Lestido y otro de Bugge en sus estantes.