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Gabriel Dreyfus recuerda a su hijo, víctima del vuelo 447

El publicista habla de la tragedia del Air France y de su hijo Pablo. Cuándo fue la última vez que se vieron. Galería de Imágenes.

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| Gentileza Revista Caras Brasil

Gabriel Dreyfus había visto las noticias de la desaparición del Airbus A330-303 de Air France a la mañana, en su departamento de Núñez. Sabía que su hijo estaba por viajar desde Río de Janeiro a París, pero los noticieros no daban cuenta de pasajeros argentinos. Ignoró todos los malos augurios y llegó al Instituto Hannah Arendt para una reunión de campaña del Acuerdo Cívico y Social que él comanda como creativo publicitario. En algún momento atendió su teléfono. Eran las 12.30 cuando se levantó intempestivamente y dijo que tenía que irse. Urgente. Se encerró unos minutos a solas con Patricia Bullrich y salió agitado: un amigo de su hijo acababa de confirmarle que Pablo Gabriel y su esposa brasileña iban en el vuelo 447, perdido en alguna parte del Atlántico.

La aerolínea le confirmó que los dos estaban en la lista de pasajeros.
Pablo y Ana Carolina Rodrigues se habían casado un año y medio antes y este viaje iba a ser la luna de miel, gracias a los pasajes que sacaron gratis por las millas de viajeros frecuentes. “Mi único consuelo es pensar que ya nada podrá interrumpir su viaje de bodas. Que el amor que sentían uno por el otro será tan eterno como su luna de miel”, se despidió la madre de él, Ana Piazzetta, con un mensaje en su blog personal, desde Río de Janeiro. Gabriel Dreyfus prefirió permanecer en Buenos Aires y, conrazón, ha postergado las reuniones de campaña. “Desde el primer momento supe que no había esperanzas de encontrarlos con vida”, dijo el publicista en charla telefónica a PERFIL.

—¿Cuándo se vieron por última vez?

—Fue en marzo; yo estaba bastante mal anímicamente y él vino a verme de Brasil y se quedó dos días en mi casa. Tenía que tomar el avión a la vuelta muy temprano, a las 5 tenía que estar en Ezeiza. Entonces, en vez de que yo lo llevara, pidió un taxi. Y le pedí que me despertara antes de irse. Yo de chico le decía Conejo, y cuando entró a la pieza a despertarme se puso de decir “Acá está Conejo” y se ponía las manos como si fuese un conejito, apoyado a los pies de mi cama. Esa es la última imagen que yo tengo de él.

La nota completa puede leerse en la edición impresa del Diario Perfil.

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