Una estampita de Jesús en la puerta, un póster con la imagen de María Auxiliadora y un cuadro del padre Pío de Pietrelcina decoran el pasillo del pabellón donde vive el cura Julio César Grassi (62), condenado a 15 años de cárcel por los delitos de “abuso sexual agravado”. El sector que habita lleva su clara impronta religiosa: parece más una capilla que una prisión de máxima seguridad.
Hace exactamente cinco años (1.826 días) que el fundador de Felices los Niños está preso en la cárcel de Campana. Lo detuvieron el lunes 23 de septiembre de 2013 porque el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 1 de Morón entendió que existía “peligro de fuga” y “entorpecimiento” del proceso judicial. En julio de 2014 su confinamiento se agravó cuando una investigación periodística descubrió que desviaba donaciones de su fundación para obtener privilegios.
Grassi ocupa actualmente la celda 16 del pabellón 6 de la Unidad Penitenciaria N° 21 de Campana, el mismo sector donde hasta 2015 estuvo detenido el viudo Carlos Carrascosa. Lo acondicionó a su gusto. En el salón de usos múltiples (SUM) no hay fotos de mujeres: colgó un crucifijo, dos imágenes del papa Francisco y un cuadro del sagrado corazón de Jesús.
Según fuentes penitenciarias, el cura realiza tareas de mantenimiento en el pabellón y es el encargado de la huerta que está en el patio. En los últimos meses tomó cursos de psicología social, ayudante terapéutico y comunicación social. Además, participó de un seminario sobre violencia familiar. “No tiene problemas de conducta”, asegura una fuente que trabaja en la unidad. De hecho, es considerado un interno ejemplar.
Otra vez al banquillo. La condena que cumple el cura termina en septiembre de 2030, pero su estadía en prisión podría extenderse porque tiene un proceso judicial pendiente: la causa que investiga el desvío de donaciones de alimentos que recibía su fundación Felices los Niños hacia el penal de Campana.
Grassi enfrenta un castigo de hasta diez años de cárcel. En 2009 recibió la pena de 15 años de prisión por el escándalo sexual que destapó la investigación de Telenoche investiga. Siete años después sumó un nuevo fallo en su contra por “peculado” cuando se descubrió que pagaba el alquiler de La Blanquita, la casaquinta en la que vivió cuando la Justicia le prohibió el ingreso a la entidad, con dinero de la Fundación. Así sumó dos años a la condena anterior.
Tras superar la depresión de los primeros días en la cárcel, el cura se convirtó rápidamente en el principal referente de la población carcelaria de Campana. Sobre todo con el ingreso de los alimentos que desviaba de Felices los Niños. Pasó de tener una celda básica a una considerada como VIP, con baño privado, un escritorio con computadora, un LED de 21 pulgadas, un frigobar y hasta un caloventor. Además, estaba hiperconectado: tenía tres teléfonos celulares. Cuando se descubrió la maniobra, Grassi fue trasladado a otro sector y el por entonces director de la unidad, separado de su cargo.
Experiencia religiosa. El cura nunca fue expulsado de la Iglesia (ver aparte). Si bien no brinda oficios religiosos en el penal, cada vez que sale de la celda lo hace con la clásica camisa cleriman. Ni siquiera se la quita cuando realiza la habitual caminata matutina por el patio del pabellón, un ritual que forma parte de su nueva rutina saludable. Es que el cura está bajo tratamiento médico desde que le detectaron divertículos en el intestino. Lo atendieron en el área de salud del penal y le aconsejaron, entre otras cosas, que hiciera actividad física.
Según fuentes penitenciarias, el sacerdote de la Diocésis de Morón pasa la mayor parte del tiempo encerrado en el calabozo. Allí repasa el Evangelio y lee textos religiosos. Recibe visitas con regularidad: sus familiares, amigos y allegados a la Fundación Felices los Niños nunca lo abandonaron.
Grassi no confiesa a los internos pero participa de cada una de las celebraciones religiosas que realiza el capellán de la unidad. Una vez por semana toma la comunión. En su pequeño lugar de confinamiento, donde abundan las imágenes religiosas y los pósteres del papa Francisco, el cura más mediático y polémico del país vive sus peores horas.
No perdió los votos
Julio César Grassi no perdió los votos. La condena a 15 años de prisión no cambió la histórica posición de la Iglesia Católica, que siempre lo respaldó. Incluso durante los cinco años que lleva en prisión. Grassi viste de cura y habla como cura, aunque no acepta entrevistas periodísticas en su lugar de detención. No confiesa ni ofrece misa en el penal por una decisión más personal que eclesiástica.
La diócesis de Morón dice que fue removido de sus deberes sacerdotales cuando empezó el juicio, y que ahora tiene restringido el ejercicio público de su ministerio, pero en Campana esa prohibición no tiene validez. La causa eclesiástica de Grassi está en manos de la oficina de casos sexuales del Vaticano, pero hasta el momento no hubo pronunciamiento sobre una acusación que se inició en octubre de 2002.
En 2010, cuando Bergoglio era cardenal de Buenos Aires, encargó un estudio sobre el proceso legal. La conclusión fue más que polémica: para la Iglesia, Grassi era inocente y las víctimas mentían.