SOCIEDAD
pregonan el no consumismo

Hacen ferias americanas ‘emocionales’ para vivir con menos cosas

Venden su ropa, adornos y hasta muebles porque, dicen, tener mucho de todo los agobia. Aunque reciben dinero a cambio, aseguran que no lo usan para acumular más objetos.

Antes y despues. Virginia Buitrón canjeó obras y objetos (izq.) y ahora su casa luce “despejada”(arr.).
| Marcelo Aballay

“Decidí vivir con menos cosas”, cuenta Virginia Buitrón, artista visual de 38 años que, luego de dos ferias americanas en su casa, se deshizo de una parte muy importante de sus pertenencias: “Primero me desprendí de todos los materiales y las herramientas artísticas que guardaba de cuando pintaba; después, de ropa, libros, muebles; e intercambié objetos por comida. Lo mejor fue canjear una multiprocesadora por un whisky”, ríe.
Siguiendo el estilo de la best seller japonesa Marie Kondo (ver aparte), Buitrón puso en práctica el método de la “purga” drástica. Reconoce que le costó mucho, porque algunas de sus cosas las atesoraba desde la infancia. Por esa razón, inventó un sistema de valoración de los objetos en el que a cada cosa le colocaba una puntuación del uno al diez en cuatro categorías: utilidad, tamaño, cotización y afecto/debilidad/belleza, y a partir de ahí, le asigné un heredero. Así me di cuenta de cuáles realmente tenían que quedarse y cuáles no iba a extrañar”, cuenta. Después de esta experiencia empezó a vivir más liviana, pero hoy va por más: “Decidí que quiero deshacerme de casi todo: muebles, heladera, lavarropas, cortinas, lámparas. Voy a conservar mis libros, los utensilios de cocina y algo de ropa. Algunas cosas las voy a prestar, el resto vuela. Los objetos te atan, quiero probar una vida más nómade, andar más en la calle y no tanto en la comodidad del hogar”, dice.
Por su parte, Carolina Maga, una licenciada en Letras y profesora de francés de 30 años, también decidió “resetearse” convirtiendo su casa en una feria americana. “Me parece interesante poder hacer tabla rasa y, de repente, largar muchas cosas que están inscriptas en un paisaje cotidiano. Es como poner en acción una energía de cambio, de movimiento, y eso siempre es bueno. Aferrarse demasiado a recuerdos o estilos es como fijarse en un momento determinado y uno siempre va mutando”, cuenta. Aunque, claro, reciba dinero a cambio, algo que algunos objetan.

Sin apego. Según Maga, las cosas y los lugares tienen ciclos, y decidió desprenderse de, entre otras cosas, una computadora, libros, adornos de su casa y ropa que había sido de su madre y de su abuela, y hasta de instrumentos musicales, como un órgano, regalo de su papá.
En este sentido, la psicoanalista Elizabeth Valladares señala que “así como hay comidas rápidas, también hay algo así como ‘consumo rápido’, en el que nada nos liga afectivamente a los objetos, entonces todo puede ser descartado, vendido o subastado al mejor postor”. En contraposición, plantea que antes era común que dentro de una familia se conservaran algunos objetos valiosos por su historia de generación en generación, y quien fuera el destinatario de guardar ese tesoro lo vivía como un honor. “Hoy, los objetos a lo sumo tienen valor económico, pero no emocional”.
Thaisa Schiel y su pareja también se suman a este reciclaje continuo: “Intentamos invertir nuestro dinero en viajes, buenas comidas y en darnos otros gustos no materiales. Dar más uso a las cosas genera menos basura”, asegura Schiel, y señala que, además, esta práctica se basa en una filosofía de “reducir el consumo y no cooperar con los valores extremadamente altos del mercado”.
No obstante, Gabriela Borrelli asegura que lo que hace responde simplemente a una forma de intercambio fuera de lo comercial: “Las cosas están impregnadas de historia, es por eso que la relación de lo espiritual con los objetos materiales es siempre tensa y sinuosa. No creo que la venta en ferias lo resuelva”.

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