SOCIEDAD
crecimiento en todo el mundo

La revolución que llegó para cambiar las universidades

The Economist analizó el fenómeno de los cursos online masivos y abiertos en Harvard, Oxford y otras instituciones de primer nivel. Una transformación que recuerda el acceso a la educación superior de la clase media en el Estado de bienestar.

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La educación superior es uno de los grandes éxitos del Estado de bienestar. Lo que antes era el privilegio de unos pocos se ha convertido en un derecho de la clase media, sobre todo gracias al apoyo del Estado. Este año se graduarán 3,5 millones de estadounidenses y 5 millones de europeos. En el mundo emergente las universidades aumentan, aunque el esquema ha cambiado un poco desde que Aristóteles enseñaba en el liceo ateniense: los jóvenes siguen reuniéndose para escuchar a los catedráticos.

Pero una revolución ha comenzado, gracias a tres fuerzas: costos en alza, cambios en la demanda y tecnología disruptiva. El resultado será la reinvención de la universidad.

Campus virtual. La educación superior padece la enfermedad de Baumol –la tendencia creciente de los costos en sectores intensivos en trabajo cuya productividad está estancada–. Mientras los precios de los autos, las computadoras y mucho más han caído dramáticamente, las universidades han podido cobrar cada vez más por el mismo servicio. Durante dos décadas, el costo de ir a la universidad en Estados Unidos ha crecido 1,6 puntos porcentuales por encima de la inflación.

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Para la mayoría de jóvenes, la universidad sigue siendo una buena inversión: el valor presente neto adicional del ingreso de toda una vida de un graduado suma 590 mil dólares. Pero para un número creciente, que se ha endeudado fuertemente y ha tenido que dejar sus estudios, ya no lo es. Y el Estado ya no está tan dispuesto a solucionar el problema: en Estados Unidos, el financiamiento gubernamental por alumno cayó 27% entre 2007 y 2012, en tanto que la pensión promedio, ajustada por inflación, aumentó 20%.

El segundo impulsor del cambio es el mercado laboral. En el modelo estándar, la gente va a la universidad cuando está en sus veinte: un título es un boleto de entrada al mundo profesional. Pero la automatización está comenzando a tener el mismo efecto sobre este grupo de trabajadores que sobre los obreros. Según un estudio de la Universidad de Oxford, el 47% de los empleos está en riesgo de ser automatizado en unas pocas décadas. Así las cosas, la gente tendrá que mejorar continuamente su capital humano a lo largo de su vida.

Estas dos fuerzas estarían empujando el cambio. La tercera –tecnología– lo asegura. Internet, que ha puesto de cabeza negocios como los periódicos y la venta de música y libros, hará lo mismo con la educación superior. Hoy, los cursos online masivos y abiertos (MOOC) ofrecen a los alumnos la posibilidad de escuchar clases y obtener un título por una fracción del costo de asistir a la universidad.

Los MOOC comenzaron en 2008 y, como a menudo sucede con las tecnologías disruptivas, no han podido cubrir las expectativas que generaron, en particular porque no existe un sistema de acreditación formal, aunque esto está cambiando a medida que los inversionistas privados y las universidades se interesan en participar.

Un proveedor de estos cursos, Udacity, junto con AT&T y el Instituto Tecnológico de Georgia, tiene un máster online en computación a menos de un tercio del costo de la versión tradicional. La Escuela de Negocios de Harvard ofrecerá pronto un “pre MBA” online por 1.500 dólares y Starbucks ha anunciado que ayudará a sus empleados a pagar cursos online de la Universidad Estatal de Arizona.

Los MOOC alterarán la forma en que funcionan las universidades, pero no todas sufrirán. Oxford y Harvard podrían beneficiarse porque serán capaces de vender sus cursos online en todo el mundo, pero las mediocres podrían tener el destino de muchos periódicos. Si esa tendencia se repite, los ingresos de las universidades caerían en más de la mitad, su empleo lo haría en casi 30% y más de 700 cerrarían sus puertas. El resto tendrá que reinventarse para sobrevivir.

Un nuevo término. Como todas las revoluciones, ésta tendrá víctimas. Muchas ciudades dependen de las universidades y, de alguna forma, los MOOC reforzarán la desigualdad entre estudiantes –los talentosos estarán mucho más cómodos fuera del estructurado entorno universitario– y entre profesores –los superestrellas ganarán fortunas, pero no así sus colegas menos carismáticos–.

Será inevitable que los políticos enfrenten presiones para detener esta revolución. Por ello, deben recordar que el gasto público debe beneficiar a toda la sociedad y no proteger de la competencia a los catedráticos. Y la reinvención de las universidades beneficiará a más gente: los estudiantes en los países avanzados tendrán acceso a la educación superior a menores costos y en mejores condiciones, en tanto que la flexibilidad de los MOOC atrae a personas de más edad que necesitan capacitarse. En el mundo emergente, los cursos online también ofrecen a países como Brasil saltarse etapas y proveer una educación superior mucho más accesible.

Con respecto al papel de los gobiernos, en lugar de apuntalar el viejo modelo deben hacer que el nuevo funcione mejor, por ejemplo, respaldando estándares de acreditación comunes. En Brasil, los estudiantes que completan cursos rinden un examen que es manejado por el gobierno y, en la mayoría de países occidentales tendría sentido tener una organización independiente que certifique los exámenes.

No será fácil reinventar una institución tan antigua, pero tal proceso promete una mejor educación para muchas más personas. Rara vez la necesidad y la oportunidad se han presentado tan juntas.

*Artículo publicado el 28 de junio en la revista The Economist.