La vida en los barrios cerrados, alejados de la Capital Federal, fue para muchos una alternativa para combatir el estrés que les generaba vivir en la vorágine de la ciudad.
Sin embargo, en el último tiempo, la ilusión de esa tranquilidad al aire libre empezó a terminarse cuando se encontraron con otro obstáculo, que les genera estrés y sufrimiento: el tránsito que producen los piquetes, embotellamientos y los colectivos atestados de gente.
“En muchas personas el tráfico intenso puede producir ansiedades claustrofóbicas, sensación de encierro y angustia; y la urgencia que sienten al no poder escapar de la situación empeora el cuadro”, explica la Licenciada Clara Nemas, médica psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA) y especialista en psicología de tránsito.
Así, muchos de los que se mudan para escapar de las tensiones de la ciudad, las encuentran en las demoras y los nervios que les genera el viaje. Atentos a esta situación, desde la agencia Sturla Viajes, idearon un servicio para satisfacer las demandas de los automovilistas frustrados: “Proa Urbana”, un barco que va desde Nordelta hasta Puerto Madero, todos los días, en una hora y media.
En menos de tres años triplicaron la cantidad de pasajeros. Durante el trayecto, los clientes pueden leer el diario, tomar el desayuno o aprovechar el wi-fi, todos servicios que incluye la tarifa de $ 35 el tramo.
“El que puede pagar, desecha otro tipo de transporte como el tren, que siempre se atrasa, o la combi que vale lo mismo y sufre el tráfico”, dice Norberto Fernández, jefe de ventas de la agencia. Cuando empezaron, hace tres años, llevaban entre veinte y treinta personas. Ahora, los barcos llevan un promedio de 170 pasajeros entre ida y vuelta. “Es una forma de llegar relajado. Todavía no hay piquetes en el río”, ironiza Fernández.
Otra opción, para los que prefieren ir por tierra, es hacer carpooling, como se conoce al sistema de compartir el auto. Los ingenieros Lucas Croxatto, Martín Rubio y Juan Barreira, crearon en 2012 “Sincropool”, una página web que facilita a los integrantes de una empresa o universidad conectarse con otros empleados o estudiantes que vivan cerca para compartir el viaje.
“Se nos ocurrió a través del check-in en avión, donde uno puede elegir el asiento donde va a viajar. Entonces dijimos, por qué no hacerlo en autos”, relata Croxatto. Entonces crearon una plataforma exclusiva para cada empresa y/o universidad, donde cada empleado tiene un usuario.
Cuando ingresa al sistema, aparece un listado de los que ofrecen o piden asientos. La buena recepción hizo que muchos lo usaran, incluso, para hacer pool en viajes no laborales. Hoy ya trabajan con 15 empresas, entre las que figuran Volkswagen, Techint y Accenture. Ahora están trabajando en aplicaciones para smartphones.
Para Patricia Blanco, socia de la agencia de prensa Paradigma, la mejor forma de combatir el caos del tránsito y de la ciudad, fue el sistema del home-office, que implementa de acuerdo a sus responsabilidades; como los días que va a buscar a sus hijos al colegio. Y los días que va a Capital, elige hacerlo en horarios no pico. “Hace al menos cinco años la zona explotó, y el tránsito se exacerbó mucho”, cuenta. Los beneficios del home-office es extensivo a todas las empleadas que tienen hijos, por lo que idearon alternativas para estar siempre conectadas.
“Una vez al mes hacemos una reunión en la oficina a la que asistimos todas. Después usamos mucho los grupos de WhatsApp, o las conferencias vía Skype”, dice.
La pérdida de tiempo es una preocupación recurrente. En ese sentido, la Dra. Nemas asegura que según un estudio realizado en Moscú, realizar otras actividades –como hacer ejercicios o incluso tejer–durante el tiempo que uno se encuentra detenido dentro del auto ayuda a contener la ansiedad.
Ir y volver del country
Johanna Rambla es diseñadora gráfica y tiene 26 años. Vivió en Capital Federal hasta los ocho cuando su familia decidió mudarse al country Los Horneros, en Maschwitz. “Lo disfruté, pero cuando empecé a estudiar me resultó imposible, tardaba dos horas en cruzar la Panamericana. El nivel de angustia que me provocaba el transito era tal que dejé la facultad. Al año me mudé a Capital y retomé la carrera”, relata.
Tras muchos años de vivir en un barrio cerrado en Don Torcuato, Diana Saramaga, kinesióloga y madre de tres hijos, decidió volver a la ciudad. “Cuando mis hijos eran chicos era fácil, yo había resuelto trabajar de manera independiente y podía llevarlos al colegio de la zona y mi marido trabajaba en Núñez.La situación se complicó cuando mi hija mayor se fue a vivir sola y el menor eligió un secundario en Capital. Durante un año lo llevé al colegio, pero era un gasto enorme”. En relación a las complicaciones de tránsito, Diana asegura: “Es cada vez peor, hoy un viaje de 15 minutos puede demorar una hora”.
Lucio y María Eugenia son un matrimonio de 62 años, de Moreno. Diariamente viajaban para trabajar en Capital. “La vida allá era hermosa, pero el viaje diario era un gasto muy alto en nafta y peajes; más el tránsito, se volvió insoportable, incluso el fin de semana”.